Curas, frailes y monjas debemos ser los únicos habitantes de este planeta que tenemos
asegurado el plato de garbanzos hagamos lo que hagamos.
En la empresa privada te juegas el plato de sopa constantemente. Flojedad en el trabajo, falta
de coordinación, desobediencia a las directrices de la empresa, toma de
decisiones manifiestamente contrarias a la política de empresa, te ponen
directamente de patitas en la calle, con lo que esto supone de no comer y
quedarte con la hipoteca colgando. Si en la empresa privada un trabajador toma
decisiones que pueden hacer perder clientes, se va a la calle y lo sabe.
Los mismos funcionarios tienen que andarse con ojo. Por muy funcionarios que
sean, si zanganean, incordian, molestan o llevan la contraria a sus jefes,
quizá no sean despedidos con la misma facilidad que en otro sitio, pero se les
cierran los ascensos, los complementos y acaban en el ostracismo hasta que se
aburran, son especialmente vigilados. Esto pasa.
En la Iglesia, no. Ser sacerdote, religioso o religiosa, es acceder
desde el momento de la ordenación o de los votos perpetuos a casa cómoda –que hay que ver lo exigentes
que somos los de la opción por los pobres-, comida asegurada, nómina y en cualquier caso gastos cubiertos. Podemos
hacer lo que queramos. Salvo que la cosa sea muy gorda, salte a la prensa
y acabe de escándalo en el telediario, no pasará nada.
Lo que está pasando en conventos y parroquias de Cataluña con motivo
del “prusés”
es de traca. Llevamos meses y años con esteladas en campanarios. Hemos
visto contar votos en templos parroquiales. Carteles en parroquias. Y ahora el
show de los lacitos amarillos.
A nadie, excepto en iglesias, conventos y colegios de la Iglesia se le
ocurre colgar su lacito amarillo a no ser que sea un insensato o un independentista
romántico, porque la pela es la pela y a nadie interesa echar de su
establecimiento o negocio a un posible 50 % de clientes. En la iglesia nos da
igual.
Ahí tienen el enorme lazo amarillo en el monasterio
benedictino de San Daniel, en Gerona. Seis benedictinas, y la priora,
con 74 años, la mayor. Un monasterio que se muere. Eso sí, la priora tuvo
tiempo de irse a Bélgica a visitar a Puigdemont. Qué importa, si tienen la pensión garantizada, dinero de sobra y el
futuro les trae sin cuidado.
Pasa lo mismo con los curas. Qué más da poner esteladas, lazo amarillo,
carteles
reivindicando la libertad de los que pomposamente llaman presos políticos, y
que no son más que políticos presos. Da
igual que venga gente a la iglesia o no, que suban o bajen las colectas,
que la gente venga a misa o huya. ¿Eso
afecta al sueldo? ¿Afecta a la vivienda? ¿Alguien dirá algo? No. Pues vale.
Si el último camarero de la
última terraza de las Ramblas tiene la ocurrencia de colocarse un lacito
amarillo en la solapa, si la más simpática cajera de un hipermercado lo hace,
sabe que lo paga, porque un lacito puede espantar a un cliente y eso no sale
gratis.
Curas, frailes y monjas nos podemos permitir hacer esas bobadas y otras
porque no nos afecta al bolsillo. Así cualquiera. Si el lacito afectara a la calefacción del convento o
a una parte del sueldo del cura, otro gallo nos cantara. Si con el lazo nos
jugáramos la nómina, ninguno nacionalista. O al menos, nacionalistas solo en
conciencia. La pela es la pela.
Jorge
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