Encuentro en Puerto Maldonado
«He deseado
mucho este momento, quise empezar por aquí mi visita a Perú» dijo el Papa Francisco a los
cerca de 4.000 representantes de los diferentes pueblos amazónicos de Perú, en
el encuentro celebrado en el Coliseo Madre de Dios, en Puerto Maldonado, a las
10:30 horas.
(Zenit) El Papa ha saludado a todos los pueblos amazónicos:
Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas,
Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi,
Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros.
«Permítanme
decir: ¡Alabado seas Señor por esta
obra maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad
que estas tierras envuelven!», les ha dicho.
«Cada cultura y
cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión
de una nueva faceta del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a vuestras vidas,
no quiere ser extraña a vuestra forma de vida y organización», han sido las palabras del
Papa.
En el Coliseo, después de los
cánticos y danzas de bienvenida a cargo de los ancianos Arambut, el Vicario
Apostólico de Puerto Maldonado, Mons. David Martínez de Aguirre Guinea,
ha dirigido su discurso de bienvenida al Papa Francisco.
«LE PEDIMOS QUE NOS DEFIENDA»
Asimismo, han ofrecido unas
palabras al Santo Padre Héctor Sueyo y Yésica Patiachi del Pueblo
Harakbut, y le han pedido que les defienda: «Los foráneos nos ven débiles e insisten
en quitarnos nuestro territorio de distintas formas. Si logran quitarnos
nuestras tierras, podemos desaparecer», han denunciado los
indígenas de la Amazonía.
También ha saludado al Papa la
indígena awajún María Luzmila Bermeo, procedente de Condorcanqui, de la
Amazonia peruana, quien le ha confesado: «Me preocupa que perdamos la oportunidad de
aprender valores cristianos necesarios para criar bien a los hijos, el
respeto a la familia, el orden, la obediencia a los padres. Los mismos awajun
también hemos perdido muchos valores y ahora está peor, los jóvenes están aprendiendo vicios y malas
costumbres que afectan a nuestra comunidad».
Además, 4 representantes de
los pueblos amazónicos han leído al Papa algunos fragmentos de su Encíclica ‘Laudato Si´’ sobre el cuidado de la Casa Común.
Finalmente, han puesto al Papa
una corona de flores en la cabeza y dos collares rojos artesanales, y le han regalado un gran pergamino grande
de colores en el que está dibujado el rostro de Francisco, una estola
hecha a mano, y un trozo de madera de árbol grabado, entre otros dones.
Discurso del Papa
Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Junto a ustedes me brota el
canto de san Francisco: «Alabado seas, mi Señor». Sí,
alabado seas por la oportunidad que nos regalas con este encuentro. Gracias
Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, señor Héctor, señora Yésica y señora
María Luzmila por sus palabras de bienvenida y por sus testimonios. En ustedes quiero agradecer y saludar a todos
los habitantes de la Amazonia.
Veo que han venido de los
diferentes pueblos originarios de la Amazonia: Harakbut, Esse-ejas,
Matsiguenkas, Yines, Shipibos, Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas,
Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá, Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas,
Huitotos, Shawis, Achuar, Boras, Awajún, Wampís, entre otros. También veo que
nos acompañan pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se
han hecho amazónicos. He deseado mucho este encuentro. Gracias por vuestra
presencia y por ayudarme a ver más de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de
esta tierra. Un rostro plural, de una variedad infinita y de una enorme riqueza
biológica, cultural, espiritual. Quienes
no habitamos estas tierras necesitamos de vuestra sabiduría y conocimiento para
poder adentrarnos, sin destruir, el tesoro que encierra esta región, y
se hacen eco las palabras del Señor a Moisés: «Quítate
las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa»
(Ex 3,5).
Permítanme una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra maravillosa
de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que estas tierras
envuelven!
Este canto de alabanza se
entrecorta cuando escuchamos y vemos las hondas heridas que llevan consigo la
Amazonia y sus pueblos. Y he querido
venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia,
unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la
defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas.
Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan
amenazados en sus territorios como lo están ahora. La Amazonia es tierra
disputada desde varios frentes: por una parte, el neo-extractivismo y la fuerte
presión por grandes intereses económicos que dirigen su avidez sobre petróleo,
gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales. Por otra parte, la amenaza contra sus territorios también
viene por la perversión de ciertas políticas que promueven la «conservación» de
la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto, a
ustedes hermanos amazónicos que habitan en ellas. Sabemos de movimientos que,
en nombre de la conservación de la selva, acaparan grandes extensiones de
bosques y negocian con ellas generando situaciones de opresión a los pueblos
originarios para quienes, de este modo, el territorio y los recursos naturales
que hay en ellos se vuelven inaccesibles. Esta problemática provoca asfixia a
sus pueblos y migración de las nuevas generaciones ante la falta de
alternativas locales. Hemos de romper
con el paradigma histórico que considera la Amazonia como una despensa
inagotable de los Estados sin tener en cuenta a sus habitantes.
Considero imprescindible realizar esfuerzos para
generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los
pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones,
derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural en el
cual ustedes sean los «principales interlocutores,
sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus
espacios». El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para
transformar las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la
discriminación.
Como contraparte, es justo
reconocer que existen iniciativas
esperanzadoras que surgen de vuestras bases y organizaciones, y
propician que sean los propios pueblos originarios y comunidades los guardianes
de los bosques, y que los recursos que genera la conservación de los mismos
revierta en beneficio de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida,
en la salud y educación de sus comunidades. Este «buen hacer» va en sintonía
con las prácticas del «buen vivir» que
descubrimos en la sabiduría de nuestros pueblos. Y permítanme decirles que sí,
para algunos, ustedes son considerados un obstáculo o un «estorbo», en verdad, con sus vidas son un grito a
la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes del
mismo. Ustedes son memoria viva de la
misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común.
La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de
la vida. Sabemos del
sufrimiento que algunos de ustedes padecen por los derrames de hidrocarburos
que amenazan seriamente la vida de sus familias y contaminan su medio natural.
Paralelamente, existe otra devastación de la vida que
viene acarreada con esta contaminación ambiental propiciada por la minería
ilegal. Me refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el abuso sexual. La violencia contra las
adolescentes y contra las mujeres es un clamor que llega al cielo.
«Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas
de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos
a todos: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9).
¿Dónde está tu hermano esclavo? […] No nos hagamos los distraídos. Hay mucha
complicidad. ¡La pregunta es para todos!».
Cómo no recordar a santo Toribio cuando constataba con gran pesar en el tercer Concilio Limense «que no solamente en tiempos pasados se les hayan hecho a
estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino también hoy
muchos procuran hacer lo mismo…» (Ses. III, c.3). Por desgracia, después de cinco siglos estas palabras siguen
siendo actuales. Las palabras proféticas de aquellos hombres de fe —como
nos lo han recordado Héctor y Yésica—, son el grito de esta gente, que muchas
veces está silenciada o se les quita la palabra. Esa profecía debe permanecer en nuestra Iglesia, que nunca dejará de
clamar por los descartados y por los que sufren.
De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los más
indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como «Pueblos Indígenas en
Aislamiento Voluntario» (PIAV).
Sabemos que son los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago
de épocas pasadas les obligó a aislarse hasta de sus propias etnias,
emprendieron una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del
bosque para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más
vulnerables. Su presencia nos recuerda
que no podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez del consumo.
Es necesario que existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento
de destrucción masiva del hábitat que nos constituye.
El reconocimiento de estos
pueblos —que nunca pueden ser considerados una minoría, sino auténticos
interlocutores— así como de todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores absolutos de la
creación. Urge asumir el aporte esencial que le brindan a la sociedad
toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco
una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su
sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar
la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos.
La cultura de nuestros pueblos
es un signo de vida. La Amazonia,
además de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva cultural
que debe preservarse ante los nuevos colonialismos. La familia es y ha
sido siempre la institución social que más ha contribuido a mantener vivas
nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante los diferentes
imperialismos, la familia de los
pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un
especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos
disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades
culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil. Escuchen a los ancianos. Ellos tienen una
sabiduría que les pone en contacto con lo trascendente y les hace descubrir lo
esencial de la vida. No nos olvidemos que «la desaparición de una
cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o
vegetal». Y la única manera de que las culturas no se pierdan es porque se mantienen
en dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos decían
Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos
estudien, pero no queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras
lenguas, no queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»!
La educación nos ayuda a
tender puentes y a generar una cultura del encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe ser una
prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e inculturado
que asuma, respete e integre como un bien de toda la nación su sabiduría
ancestral, nos lo señalaba María Luzmila.
Pido a mis hermanos obispos
que, como se viene haciendo incluso en los lugares más alejados de la selva,
sigan impulsando espacios de educación intercultural y bilingüe en las escuelas
y en los institutos pedagógicos y universidades. Felicito las iniciativas que desde la Iglesia Amazónica peruana se llevan
a cabo para la promoción de los pueblos originarios: escuelas,
residencias de estudiantes, centros de investigación y promoción como el Centro
Cultural José Pío Aza, el CAAAP y CETA, novedosos e importantes espacios
universitarios interculturales como NOPOKI, dirigidos expresamente a la
formación de los jóvenes de las diferentes etnias de nuestra Amazonia.
Felicito también a todos
aquellos jóvenes de los pueblos originarios que se esfuerzan por hacer, desde
el propio punto de vista, una nueva antropología y trabajan por releer la
historia de sus pueblos desde su perspectiva. También felicito a aquellos que,
por medio de la pintura, la literatura, la artesanía, la música, muestran al
mundo su cosmovisión y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está bien, que ahora sean
ustedes mismos quienes se autodefinan y nos muestren su identidad.
Necesitamos escucharles.
¡Cuántos misioneros y misioneras se han comprometido con sus pueblos y
han defendido sus culturas! Lo han hecho inspirados en el Evangelio. Cristo también se encarnó en
una cultura, la hebrea, y a partir de ella, se nos regaló como novedad a todos
los pueblos de manera que cada uno, desde su propia identidad, se sienta
autoafirmado en Él. No sucumban a los
intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos. Cada cultura y
cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la Iglesia con la visión
de una nueva faceta del rostro de Cristo. La Iglesia no es ajena a
vuestra problemática y a sus vidas, no quiere ser extraña a vuestra forma de
vida y organización. Necesitamos que los pueblos originarios moldeen
culturalmente las Iglesias locales amazónicas. Ayuden a sus obispos, misioneros
y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esta manera dialogando
entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con
rostro indígena. Con este espíritu convoqué un Sínodo para la Amazonia para el
año 2019.
Confío en la capacidad de
resiliencia de los pueblos y su capacidad de reacción ante los difíciles
momentos que les toca vivir. Así lo han demostrado en los diferentes embates de
la historia, con sus aportes, con su visión diferenciada de las relaciones
humanas, con el medio ambiente y con la vivencia de la fe.
Rezo por ustedes, por su
tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, no se olviden de rezar por
mí.
Muchas gracias.
Tinkunakama (Quechua:
Hasta un próximo encuentro).
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