lunes, 22 de enero de 2018

UNA DE LAS IDEAS FALSAS ES QUE EL CRISTIANISMO FUE UN IMPEDIMENTO PARA EL PROGRESO CIENTÍFICO.

Y que sólo cuando Occidente se quitó los “grilletes” del dogma cristiano, se elevó a alturas inimaginables en la ciencia y la tecnología. Pero no fue así sino lo contrario. Lejos de constituir un obstáculo para la actividad científica, el cristianismo animó a la exploración del mundo físico y el progreso científico. Están divulgando una historia falsa con el objeto de descristianizar el mundo.
En este artículo relatamos la investigación de Thomas E. Woods Jr., historiador y escritor estadounidense, que ha escrito el libro “Cómo la Iglesia construyó la Civilización Occidental”.
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Donde demuestra que el mundo moderno y sus instituciones deben su existencia a personas profundamente influidas por la doctrina católica; en especial los monjes medievales.
Woods argumenta, de forma convincente, que la moderna ciencia experimental comenzó a finales de la Edad Media. Debido a la creencia cristiana que Dios creó un “orden” en el universo que puede ser conocido gradualmente por los hombres. Por medio de la experimentación – un componente clave del método científico – llegamos a conocer la naturaleza del universo que Dios creó, porque es racional, predecible e inteligible. Sin embargo la narrativa contemporánea occidental es que el catolicismo fue una fuerza retrógrada que sumió a la civilización en la oscuridad de la Edad Media. Y que recién cuando surgió el racionalismo, en el renacimiento, fue que se desarrolló la ciencia. Todo esto es claramente erróneo, falso y sesgado ideológicamente.
LAS IDEAS DE LA CONCEPCIÓN CRISTIANA QUE IMPULSARON LA CIENCIA
La concepción cristiana de Dios y de su creación física ha demostrado ser sumamente propicia para el florecimiento de la ciencia.
¿Cómo es eso?
El cristianismo concibe a Dios como creador racional y benévolo que trajo a la existencia un universo dotado de racionalidad, orden y propósito.
La obra de Dios no está dominada por el caos o el misterio o el azar, ni es demasiado compleja para la comprensión humana. En cambio, funciona de acuerdo con leyes invariables, coherentes y racionales, que son accesibles a la mente de investigación y observación. Puesto que Dios creó al hombre a su imagen, los seres humanos son bendecidos con el don de la razón y están poseídos de la capacidad de investigar y comprender los patrones racionales, fijos, y divinamente establecidos de acuerdo con las cuales opera el universo. Por lo tanto, no debería ser una sorpresa que algunos de los más grandes científicos de la historia, incluyendo las estrellas de la revolución científica, eran devotos cristianos, algunos de los cuales escribieron sobre teología, así como sobre ciencia. Otra idea cristiana clave que facilitó el éxito de Occidente se relaciona con el concepto del tiempo como algo lineal en vez de cíclico. La historia está impregnada de propósito porque se mueve hacia adelante en lugar de girar en círculos. El cristianismo, en otras palabras, es una religión progresista e inclinada hacia adelante.
El cristianismo tiene fe en la capacidad del hombre no sólo para desbloquear los secretos del universo.
La creencia cristiana en el libre albedrío ha rescatado para que el hombre se hunda en el fatalismo. Le animó a ser activo, y la fe le inculcó la capacidad de alterar su destino y tomar el asunto en sus propias manos. Un error común es que el cristianismo es una religión inherentemente del otro mundo. Que anima a sus seguidores a alejarse del mundo material, a renunciar a las posesiones mundanas, y dar prioridad a la búsqueda espiritual a expensas de las preocupaciones mundanas. Es sumamente simplista referirse a los monjes y sus vidas ascéticas con el fin de corroborar que el cristianismo es hostil a la vida terrenal y material de progreso. Además de la oración, la contemplación religiosa, y de la caridad, los monjes de la Edad Media transcriben los manuscritos de incalculable valor del legado grecorromano, con el consiguiente peligro del olvido.
Las órdenes monásticas se convirtieron en centros de aprendizaje y de investigación.
Los monjes medievales también participaban en el trabajo manual y la actividad agrícola, lo que tuvo un impacto enormemente beneficioso sobre su entorno físico. E hicieron impresionantes logros tecnológicos como vamos a ver ahora.
LA EDAD MEDIA
Hemos sido atomizados con la idea de que la Edad Media fue un período de oscurantismo e injusticias. Una época en que la Iglesia Católica ejerció dictatorialmente su poder terrenal basándose en los miedos que utilizaba por ejercer su poder espiritual y de dominio de masas.
Ahora, historiadores eruditos del siglo XX han concluido en sus estudios, que la Iglesia Católica, lejos de ser una piedra de molino atada al cuello de la razón del hombre, fomentó y auspició el saber y la cultura en todos los ámbitos a su alcance en ese tiempo.
Es bien sabido, por ejemplo, que los clásicos, griegos y romanos, llegaron a nosotros por la infatigable copia de los mismos realizada una y otra vez durante décadas en los monasterios. Es en ese sentido, que el Prof. Thomas Woods, infatigable estudioso e investigador del tema, nos dice: “Lo cierto es que la Iglesia “construyó la Civilización occidental”.
Y nos aclara Woods: “La mayoría de la gente reconoce la Influencia de la Iglesia en la música, el arte y la arquitectura. Pero, con la excepción de los eruditos de la Europa medieval, todos o casi todos creen que los mil años que precedieron al Renacimiento fueron tiempos de ignorancia y represión, carentes de un debate enérgico y de un Intercambio Intelectual animado. Y que todas las comunidades intelectuales vivían sometidas a una estricta conformidad implacablemente Impuesta”.
Y continúa:
La historia del catolicismo es para la mayoría de la gente, un compendio de Ignorancia, represión y estancamiento.
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Que la civilización Occidental tenga una gran deuda con la Iglesia por la existencia de las Universidades, las instituciones benéficas, el Derecho Internacional, las ciencias y otros Importantes principios legales, entre otras muchas cosas, no nos ha sido inculcado con especial rigor.
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Sin embargo, la civilización occidental debe a la Iglesia católica mucho más de lo que la mayoría de la gente, incluidos los católicos, tiende a pensar”.
Y concluye Woods insistiendo con su afirmación, basada en innumerables investigaciones de eruditos del pasado y del presente:
“Lo cierto es que la Iglesia Católica “construyó” la Civilización occidental”.
Luego, comienza a detallarnos, punto por punto los aportes realizados por nuestra tan menospreciada Iglesia: “En los así llamados «Tiempos Oscuros» de la Edad Media, la iglesia desarrolló en Europa el sistema de las universidades, un verdadero regalo de la civilización occidental al resto del mundo”. “Causa verdadero asombro”, nos dice el prof.Woods, “entre los historiadores, el extremo que llegó a alcanzar el debate intelectual, libre y sin cortapisas, en estos centros de enseñanza. La exaltación de la razón humana y sus capacidades, el compromiso con un debate racional y riguroso, y el impulso de la investigación intelectual y el intercambio académico -todo ello patrocinado por la Iglesia- proporcionaron el marco necesario para la extraordinaria revolución Científica que habría de producirse en la civilización occidental”.
SACERDOTES Y MONJES FUERON LOS GRANDES CONSTRUCTORES DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
La mayoría de los historiadores de la ciencia han concluido en los últimos cincuenta años que la Revolución Científica se produjo gracias a la Iglesia. La aportación católica a la ciencia no se limitó a la esfera de las ideas ya que muchos Científicos eran sacerdotes. El padre Nicholas Steno, es considerado el padre de la geología, mientras que el padre de la egiptología fue el P. Athanaslus Kircher. Podemos sorprendernos al enterarnos que la primera persona que midió el índice de aceleración de un cuerpo en caída libre fue otro sacerdote, el padre Giambattista Riccloli. Y nuestro asombro llegaría al máximo si se nos informa que al padre Roger Boscovich se le suele atribuir ¡el descubrimiento de la moderna teoría atómica! No estamos preparados para tantas sorpresas. Los Jesuitas, por ejemplo, llegaron a dominar el estudio de los terremotos a tal punto que la Sismología se dio en llamar en aquellos tiempos la «ciencia Jesuita”. Y aunque la contribución de la Iglesia a la astronomía es prácticamente desconocida, cerca de treinta y cinco cráteres lunares llevan el nombre de Científicos y matemáticos Jesuitas.
El prof. J. L. Reilbron, de la Universidad de Berkeley, California, afirma
“La Iglesia Católica Romana ha proporcionado más ayuda financiera y apoyo social al estudio de la astronomía durante seis siglos que ninguna otra institución, y probablemente más que el resto en su conjunto”
Para terminar esta somera relación, no debemos olvidar tampoco, que, en el Siglo XIII, Roger Bacon, franciscano y profesor de Oxford, fue admirado por sus trabajos matemáticos y ópticos, y está considerado un precursor del método Científico moderno.
LOS MONJES, ESOS GRANDES DESCONOCIDOS
Los monjes preservaron la herencia literaria del mundo antiguo, por no decir la propia existencia del alfabetismo. Si bien la importancia de la tradición monástica ha sido más o menos reconocida por la Historia occidental, el aporte de los monjes fue en realidad mucho mayor.
Es difícil señalar a lo largo de la Edad Media una sola empresa significativa para el progreso de la Civilización en la que la intervención de los monjes no fuera decisiva.
En las propias palabras del Prof. Woods,
“Según se describía en un estudio sobre el particular, los monjes proporcionaron a toda Europa una red de fábricas, centros para la cría de ganado, centros de investigación”
“La Iglesia hubo de asumir la tarea de introducir la ley del Evangelio y la ética del Sermón de la Montaña entre gentes para quienes el homicidio era la más honrosa de las ocupaciones y la venganza era sinónimo de justicia”.
Sin duda alguna fue San Benito, reconocidamente padre y patrono de Europa, el principal arquitecto de los monasterios occidentales y los benedictinos, sus hijos espirituales, fueron los padres de la civilización europea.
En una época en la que era común el retiro a las zonas solitarias de muchos buscadores de lo espiritual, Benito cambió el rumbo.
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Construyendo comunidades espirituales y de economía auto sustentable, que dieron origen a maravillosos ejemplos de trabajo e industria.
Durante décadas y aún cientos de años, los monjes preservaron el patrimonio literario de la humanidad con su paciente copiado de los clásicos, ya en vía de perderse para siempre. Pero además, fueron un ejemplo de espiritualidad industriosa, que dejó el legado a la posteridad de los beneficios del trabajo, tan menospreciado entonces, para la edificación de la humanidad.
Otros especialistas añaden:
“Debemos agradecer a los monjes la recuperación de la agricultura en gran parte de Europa.
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Allá donde llegaban, transformaban las tierras vírgenes en cultivos, abordaban la cría del ganado y las tareas agrícolas, trabajaban con sus propias manos, drenaban pantanos y desbrozaban bosques”.
Su intervención fue tan decisiva, que hasta un historiador del siglo XIX que no simpatizaba con la Iglesia, Francois Guizot, tuvo que reconocer: “Los monjes benedictinos fueron los agricultores de Europa; transformaron amplias zonas del continente en tierras cultivables, asociando la agricultura con la oración”.
En todas partes introducían los monjes cultivos e Industrias y empleaban métodos de producción desconocidos hasta la fecha por la población del lugar. Abordaban la cría de ganado y de caballos o las técnicas de fermentación de la cerveza, la apicultura o el cultivo de las frutas.
En Suecia desarrollaron el comercIo del grano.
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En Parma fue la elaboración del queso.
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En Irlanda los criaderos de salmón.
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Y en muchos otros lugares los mejores viñedos.
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Almacenaban el agua en primavera para distribuirla en épocas de sequía, canalizaron fuentes de agua e introdujeron el regadío.
El descubrimiento del champagne fue asimismo obra de Dom Perignon, un monje de la Abadía de San Pedro, en Hautvilliers-del Marne, que había sido nombrado bodeguero de la abadía en 1688 y descubrió el champagne experimentando con distintas mezclas de Vinos. Estos monasterios -dice un historiador- fueron las unidades económicas más eficaces que habían existido en Europa, y acaso en el mundo, hasta la fecha. La maestría de los monjes abarcaba tanto las curiosidades de Interés como los asuntos más prácticos. En los comienzos del Siglo XI, un monje llamado Eilmer voló a más de 90 metros de altura con un planeador, realizando una hazaña por la que sería recordado en los tres siglos siguientes.
No había actividad alguna, ya se tratara de la extracción o la elaboración de la sal, el plomo, el hierro, el alumbre, el yeso o el mármol, de la cuchillería, de la vidriería o de la forja de planchas de metal, en la que los monjes no desplegaran toda su creatividad y todo su fértil espíritu Investigador.
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Desarrollaron y refinaron su trabajo hasta alcanzar la perfección, y su pericia se extendió por toda Europa.
Varios siglos más tarde, el padre Francesco Lana-Terzi, un sacerdote Jesuita, desarrolló la técnica del vuelo más sistemáticamente y se hizo merecedor del título de padre de la aviación. Su libro de 1670, Prodromo alta Arte Maestra, fue el primer texto que describió la geometría y la física de una aeronave. Hubo asimismo entre los monjes consumados relojeros. El primer reloj del que tenemos noticia fue construido por el futuro Papa Silvestre II para la Ciudad alemana de Magdeburgo, en torno a 996. La Abadía de Rievaulx, en el norte de Yorkshire, Inglaterra, llegó a alcanzar un grado de complejidad tecnológica comparable al de las grandes máquinas de la revolución Industrial del Siglo XVIII. Una crónica del siglo XIII, sobre el uso de la energía hidráulica por parte de los monjes cistercienses citada en David Buckhurst, “Monastic Watermills”. Tal como atinadamente señala el historiador Christopher Dawson, fueron los monjes quienes impidieron que la luz del conocimiento fuese apagada por las hordas de bárbaros que durante cientos de años asolaron Europa.
LAS ESCUELAS CATEDRALICIAS Y LA MINÚSCULA CAROLINGIA
Nosotros, que tan fácilmente escribimos y leemos, tal vez no tenemos conciencia histórica de cómo se fueron sucediendo los hechos para que esto así sucediera.
Hubo dos figuras relevantes en el trazado de las redes culturales que sirvieron de base a nuestra civilización: Carlomagno y Alcuino de York.
En el siglo IX, Carlomagno, convencido de la belleza, la verdad y la superioridad de la religión católica, hizo cuanto pudo por construir la nueva Europa pos imperial sobre los cimientos del catolicismo. Aún sin saber él mismo escribir, impulsó fuertemente la educación y las artes, para lo cual pidió a los obispos la organización de escuelas en torno a sus catedrales. Según explica e! historiador Joseph Lynch: “La escritura, la copia de libros, el arte, las obras arquitectónicas y el pensamiento de los hombres educados en la catedral y en las escuelas monásticas, propiciaron un importante cambio cualitativo y cuantitativo de la vida intelectual”
La otra figura principal intelectual del Renacimiento carolingio fue el anglosajón Alcuino de York, poseedor de una de las mentes más extraordinarias de su época. Discípulo del gran santo e historiador eclesiástico Beda el Venerable. Alcuino fue diácono y director de la escuela de la catedral de York, pero fue enviado a Italia y eso cambió la historia. Las semillas del conocimiento sembradas por este hombre preclaro, germinaron en la Iglesia, que una vez más actuó en aras de la Civilización. Después de las invasiones bárbaras, que dejaban todo asolado, había que recomenzar y “no había sino una tradición disponible, y ésta emanaba de las escuelas de la época, desarrolladas por Alcuino”.
Sobre él, escribe David Knowles:
 “El gran Alcuino de York, insistió en la necesidad de realizar buenas copias de los mejores modelos de los libros de textos, y lo organizó de forma excelente en numerosos lugares, dando un nuevo impulso a la técnica de la copia de manuscritos.
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Práctica que continuó sin pausa en multitud de monasterios, más metódicamente y con un enfoque más amplio que anteriormente.
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Y en la minúscula carolingia, halló una herramienta de gran poder.
Con Alcuino se inició el gran período de la transcripción de los manuscritos latinos, tanto patrísticos como clásicos, y esta acumulación gradual de libros escritos con claridad (y mayor corrección) resultó de inestimable valor cuando, siglos más tarde, se produjo el Renacimiento Global”.
La minúsucula carolingia, fue otro logro sustancial del Renacimiento carolingio, ya que era una letra redonda, pareja, donde las palabras eran separadas por espacios y que podía leerse claramente, contrariamente a los manuscritos clásicos, que eran casi ininteligibles. Las diversas escrituras en uso antes del nacimiento de la minúscula carolingia no eran fáciles de leer, y su trazo exigía amplias dosis de paciencia; no existían las minúsculas (el alfabeto se componía sólo de mayúsculas), ni los signos de puntuación o los espacios entre palabras.
Según Philippe Wolff,
“La minúscula carolingia -desarrollada por los monjes católicos- fue la clave de la alfabetización en la Civilización occidental”
Teodulfo, amigo de Alcuino, obispo de Orleans y abad de Fleury, auspició análogamente la expansión de la educación: “Los sacerdotes abrirán escuelas en pueblos y ciudades. Si alguno de los fieles les confía a sus hijos para que aprendan las letras, no se negarán a instruir a estos pupilos con absoluta claridad… Los sacerdotes deberán desempeñar esta tarea sin pedir pago alguno por ella y, caso de recibIrlo, no aceptarán de los padres más que pequeños obsequios”
Si bien las continuas invasiones bárbaras fueron un azote que persistió a través de los siglos, la infatigable determinación de obispos, monjes, sacerdotes, intelectuales y administradores civiles católicos salvó a Europa de una segunda caída. El historiador Christopher Dawson, nos cuenta que, tras el declive del Imperio Carolingio, los monjes iniciaron la recuperación del saber: Fueron los grandes monasterios, especialmente los del sur de Alemania -San Gall, Relchenau y Tegernsee- los únicos reductos de vida intelectual en pleno resurgimiento de la barbarie, que una vez más amenazaba con aplastar a la Cristiandad. La conservación tanto de la herencia clásica de Occidente como de los avances del Renacimiento carolingio no fue tarea fácil. Las hordas invasoras saquearon numerosos monasterios e incendiaron las bibliotecas cuyos volúmenes eran mucho más preciados para la comunidad intelectual de la época de lo que cualquier lector moderno, acostumbrado a disponer de una enorme abundancia de libros accesibles, puede Imaginar. Tal como atinadamente señala Dawson, fueron los monjes quienes impidieron que la luz del conocimiento se apagase. Porque, aunque quedara un solo monje, él empezaba nuevamente el trabajo de reconstrucción de lo destruido.
LA UNIVERSIDAD NUESTRA, ¿UN FENÓMENO MEDIEVAL?
Las escuelas catedralicias dieron origen a ese magnífico proyecto educativo que fueron y son las Universidades. La Universidad fue un fenómeno enteramente nuevo en la historia de Europa. Ni en Grecia ni en Roma había existido nada similar a la Institución que hoy conocemos, con sus facultades, programas, exámenes y títulos, así como la diferencia entre estudios superiores y estudios de grado medio, procede directamente del mundo medieval.
Según el historiador Lowrie Daly, la Iglesia desarrolló el sistema universitario porque era la única institución en Europa que mostraba un interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento.
LA IGLESIA, ¿FUNDADORA DE LA ECONOMÍA MODERNA?
Hemos tratado, en este trabajo, de hacer un resumen demasiado sintético de lo que fue el aporte de la iglesia Católica en lo que llegó a ser nuestra civilización occidental, deseamos hacer una última mención, sobre las bases de la economía, un tema tan moderno y cuyos orígenes eran habitualmente remitidos hacia Adam Smith, en el Siglo XVIII. Pero, ya en la Edad Media y en épocas posteriores los escolásticos comprendieron y teorizaron sobre la libre economía en términos que a la postre resultarían sumamente fructíferos para el desarrollo del pensamiento económico en Occidente. La economía moderna es por tanto otra de las áreas de Importancia en las que la influencia católica se ha visto hasta hace poco oscurecida o pasada por alto, aunque lo cierto es que hoy la historia parece haber cambiado.
Modernos eruditos subrayan la importancia del pensamiento económico de los últimos escolásticos, en particular los teólogos católicos españoles de los Siglos XV y XVI.
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Algunos, como el gran economista del Siglo XX, Joseph Schumpeter, han llegado a calificar a estos pensadores católicos de fundadores de la moderna ciencia económica.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS Y LAS LEYES DE LA NACIONES
Existen muchos más campos en los que la Iglesia ha tomado el papel de maestra y ha intentado dirigir, a la luz del Evangelio, las rudas mentes de los hombres de todas las épocas.
Las leyes de las naciones, se han basado hasta ahora, en el Decálogo dado por Dios a Moisés, o sea, en los Diez Mandamientos.
Según el experto Harold Berman: “Fue la Iglesia quien enseñó por primera vez al hombre occidental lo que es un sistema legal moderno, quien enseñó que costumbres, estatutos, casos y doctrinas en mutuo conflicto pueden reconciliarse mediante el análisis y la síntesis”. En Alemania, por ejemplo, la Iglesia se vio obligada a introducir una serie de procedimientos judiciales de corte racional, además de complicados conceptos legales, para acabar con las ordalías, arraigadas en la superstición, que caracterizaban el orden legal germánico. Someter al acusado a introducir el brazo en agua caliente, o tirarlo al agua con una piedra atada al cuello, como elementos probatorios de su inocencia, eran algo común entre las mentes bárbaras.
 Occidente, ¿adónde irás si te apartas de lo que fue tu cuna? ¿Qué leyes te regirán, qué orden acomodará tu desorden?
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Te has alejado de Dios, Occidente y tu decadencia ha comenzado.
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Vuélvete a Él, o estarás a merced de los que quieran atacarte.
Fuentes:


Escrito por María de los Ángeles Pizzorno

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