A principios
de la década del sesenta, Michael Deaver era un joven con aspiraciones
políticas que buscaba un líder en quién creer y a quién seguir.
La persona
que encontró fue un actor que se convirtió en político llamado Ronald Reagan.
En 1966, a
Reagan lo eligieron gobernador de California, cargo que ocupó por dos términos,
de 1967 a 1975. Durante su cargo, Deaver ejerció como jefe de personal y conservó
esta posición cuando Reagan se convirtió en el cuadragésimo presidente de los
Estados Unidos.
Deaver
admiraba muchas cosas en el hombre con quien había trabajado por treinta años.
Ronald Reagan tenía muchísimas cualidades extraordinarias: sus convicciones y
amor por su país, su comprensión de él mismo, sus habilidades como comunicador
y su sinceridad. Deaver dijo: «Me atrevería ir tan lejos como decir que era
incapaz de ser deshonesto». Pero quizás lo más impresionante sobre Ronald
Reagan era su habilidad para relacionarse con la gente.
Deaver
comentó: «Ronald Reagan era uno de los hombres más tímidos que he conocido».
Sin embargo, el presidente era capaz de comunicarse con quien fuera: un jefe de
estado, un obrero común o un enérgico periodista.
Cuando le
preguntaron por qué Reagan llegaba tan bien a la prensa, Deaver comentó:
«Bueno, básicamente a Reagan le encantaba la gente, fueran miembros de la
prensa o personas comunes y corrientes. Y eso se nota. Aunque muchos
periodistas no compartían la postura política del presidente, todos lo querían
como persona».
Parte de las
habilidades de Reagan procedían de su carisma natural y desenvoltura verbal;
destrezas que desarrolló en Hollywood.
Pero aun más
grande era su habilidad de relacionarse con la gente, algo que pulió mientras
viajó durante una década por todo el país como portavoz de la General Electric.
Se dice que
Reagan era capaz de hacer que cualquiera persona se sintiera como si fuera su
mejor amigo, incluso a alguien que acabara de conocer.
Pero más
importante, se conectaba con las personas que estaban más cerca de él.
Realmente se preocupaba por la gente de su equipo.
«En lo que a
él concernía, trataba por igual al jefe de personal, al jardinero o a la
secretaria», recuerda Deaver. «Todos eran importantes para él»
No olvidemos que Dios nos ha puesto en el camino de la vida,
para ser canales de bendición a quienes nos rodean. Cuando la vanidad toca
nuestro corazón comenzamos a mirar a los demás por debajo de nosotros y el que
sube mucho pronto se puede caer. Es mejor estar al lado porque cuando
tropezamos quién esta cerca nos tenderá la mano.
No os
apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades.
1 Samuel 12:21
No confíe el
iluso en la vanidad, Porque ella será su recompensa. Job 15:31
Maxwell, J.
C.
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