En medio de tanto olvido del bien y la misericordia, un pequeño sacrificio toca a las puertas del cielo
Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente:
Catholic.net
Entre los ejemplos que nos han dejado los videntes de Fátima, santa Jacinta y
san Francisco Marto, destaca el continuo deseo de ofrecer sacrificios a Dios
por los pecadores.
Según
cuenta Lucía, la otra vidente de Fátima, con frecuencia sus primos dejaban de
comer, o de jugar, o incluso de beber agua en un día caluroso, por el deseo de
ayudar a la conversión de las almas.
Esos
ejemplos valen para todos los tiempos, también para
nuestra época tan llena de contrastes, donde unos viven en una abundancia casi
lujosa mientras otros carecen de agua potable y de alimento adecuado, donde
muchos viven como si Dios no existiera y el pecado llega a ser exaltado como si
fuera valioso.
En medio
de tanto olvido del bien, de la justicia, de la misericordia, un pequeño sacrificio
toca a las puertas del cielo y abre la tierra a la acción de Dios. A veces basta con muy poco: pasar menos
tiempo ante la pantalla, no tomar una comida apetitosa, renunciar a un gesto de
pereza, no responder a quien nos injuria.
Así de
sencillo, así de fácil, y con eficacia que muchas veces supera nuestra
imaginación. Porque cuando Dios acoge la oración confiada y el sacrificio
sincero de uno de sus hijos, empiezan los milagros en el mundo.
El
mensaje de conversión y penitencia de Fátima, vivido por unos pastores
sencillos y generosos, llega también a nosotros y nos invita a pasos concretos
para suplicar a Dios, a través de la Virgen María, paz,
misericordia, conversión, pureza, esperanza, fe, y mucho amor.
Así nos
lo enseñan las vidas de tantos miles y miles de santos de todos los tiempos;
santos entre los que se encuentran unos niños que, en el corazón de Portugal,
un día recibieron la visita de la Virgen y comunicaron a muchos bautizados las
palabras de Cristo: Convertíos… (cf. Mt 4,17).
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