Miércoles primera semana Cuaresma. Perversa porque tenemos una señal y no estamos dispuestos a aceptar la señal que Dios nos da.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una
generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a
aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su
Resurrección. Pero Cristo mismo es consciente de que no es suficiente con que
Dios dé señales a los hombres; Cristo es consciente de que es necesario que los
hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir
nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón
perverso.
¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro
corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor,
viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el
cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está
sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante
presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz
que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón,
con todas las señales que constantemente nos va marcando.
Señales que a veces podrían parecernos extrañas, como el que “la reina del Sur vaya a ver a Salomón”. ¿Qué es lo que
la reina del Sur había hecho para ir a ver a Salomón? Simplemente había
oído hablar de su sabiduría. ¿Qué es lo que Jonás
predica a los ciudadanos de Nínive? Simplemente el hecho de que Nínive
va a ser destruida. La reina del Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta
Israel para ver a Salomón y los ninivitas cambian su vida y se convierten. Es
decir, no es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular
para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va
abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar
lo que Dios le quiere decir.
Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado,
porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta
Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida
de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo
cuando se nos presenta en nuestra vida, no nos da mucha seguridad, al
contrario, más bien nos pone en más riesgo. Cristo, cuando llega a nuestra
existencia, nos hace arriesgarnos más. La reina del Sur podría haber dicho: “¿Cómo voy a ir yo hasta allá para escuchar a un rey que
dicen que es muy sabio?” Los habitantes de Nínive podrían haber dicho”. ¡Este
señor está mal! ¿Por qué va a tener que destruir nuestra ciudad dentro de tres
días si no cambiamos nuestra existencia?”. Y a la reina del Sur se
hubiera quedado sin conocer la sabiduría y los habitantes de Nínive se habrían
quedado sin conocer la Misericordia de Dios. No habrán sido capaces de captar
la señal con la que Dios, en ese momento, estaba pasando por sus vidas. No
habrían sido capaces de captar la luz con la que Dios, en ese momento, quería
iluminar su existencia.
Cuando uno mira para atrás de la propia existencia y empieza a ver la cantidad
de señales que no ha captado y la cantidad de veces que la luz no brilló en
nuestro corazón, podría preguntarse: ¿qué hago
ahora si he dejado muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No será un paso
gigante para mi alma? ¿Tendré posibilidad de dar marcha atrás? ¿La reina del
Sur tendría posibilidad de volverse a encontrar con Salomón? ¿Los habitantes de
Nínive habrían tenido posibilidad de volver, otra vez a escuchar a Jonás?
No lo sabemos. Sabemos una cosa como decíamos en el Salmo “Un corazón contrito. Dios no lo desprecia”. Que si
en nuestro interior hay el anhelo y el deseo de volver a Dios, Él siempre va a estar
listo para darnos de nuevo su luz. Dios siempre va a estar listo para
presentarse de nuevo en nuestra vida.
¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las
envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene
que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que
detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia
alma.
Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está
constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre un su vida mil defectos,
mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor. Es lo mismo
que les ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la frase final, con la cual el
rey de Nínive termina su mandato: “Quizá Dios se
arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio de su ira y así no moriremos”.
Aunque halla murallas, dificultades; aunque seamos nosotros mismos los primeros
que nos sintamos como obstáculo al regreso de Dios N. S., no olvidemos que Él
siempre está en el camino de la conversión. Él siempre está ahí, dispuesto a
darnos la mano, a tendernos la posibilidad de regresar a Él.
¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino
de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de
superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más
milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una
ciudad completa, se convierta ante la voz de una profeta, que la Resurrección
del Hijo de Dios?
En esta Cuaresma tenemos que ir viendo hasta qué punto estamos aceptando las
señales de Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla, que detrás de ese cómo
Dios me habla, a veces gozo, con penas, a veces con un quebranto tremendo de
corazón y a veces con una grandísima alegría en el alma. Estas señales de Dios,
tienen detrás un sello que es la Resurrección de Cristo y si nosotros las
aceptamos, no simplemente vamos a estar aceptando a un Dios que pasa por
nuestra vida, sino que vamos a estar aceptando la garantía con la cual, Dios N.
S. pasa por nuestra vida.
Hagamos de nuestra existencia, de nuestro camino, de nuestro encuentro con
Dios, un constante aceptar el modo en el que Dios me ha hablado, aunque yo no
lo entienda. “Aunque este muy lejos Salomón”. Abramos
nuestros ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a las señales de Dios y
permitamos que el Señor vaya señalando, indicando por dónde nos quiere llevar.
Si algún día no sabemos por dónde nos está llevando, que solamente nos preocupe
el no perder de vista las señales de Dios. No importa por dónde nos lleve, eso
es problema de Él. Nuestro auténtico problema, es no perder de vista las
señales de Dios, porque por donde Él nos lleve, tendremos siempre la certeza de
que nos está llevando por el camino siempre correcto, por el que nosotros
necesitamos ir.
Que ésta sea nuestra oración y el más profundo fruto de esta Cuaresma: ser tan
auténticos con nosotros mismos, que seamos capaces de ver la autenticidad con
la que Dios nos habla. Que nunca la autenticidad de Dios, choque con la
inautenticidad de nuestra vida. Que la autenticidad con la que Él se manifiesta
en nuestra existencia, a través de sus señales, encuentre siempre como eco el
corazón abierto, dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales que el
Señor le da.
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