Un buen hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco.
Por: P. Dennis Doren, LC | Fuente: Catholic.Net
Un buen hogar siempre estará donde el camino esté lleno de “paciencia”; la almohada, de secretos; el perdón, de
rosas. Estará donde el puente se halle tendido para pasar, las caras
estén dispuestas para sonreír, las mentes activas para pensar y las voluntades
deseosas para servir.
Un buen
hogar siempre estará donde los besos tengan vuelo, y los pasos, mucha
seguridad; los tropiezos tengan cordura y los detalles
significación; la ternura sea muy tibia y el trato diario muy respetuoso; el
deber sea gustoso, la armonía contagiosa y la paz dulce.
Un buen
hogar siempre estará donde el crecimiento sea por el mismo tronco y el fruto
por la misma raíz. Donde la navegación sea por la misma orilla y hacia el mismo
puerto; la autoridad se haga sentir y, sin miedos ni amenazas, llene la función
de encauzar, dirigir y proteger. Donde los abuelos sean reverenciados, los
padres obedecidos ¡y los hijos acompañados!
Un buen
hogar siempre estará donde el fracaso y el éxito sean de todos. Donde disentir
sea intercambiar y no guerrear. Donde la formación junte los eslabones ¡y la oración forme la cadena! Donde las pajas se
pongan con el alma y los hijos se calienten con amor. Donde el vivir esté lleno
de sol y el sufrir esté lleno de fe.
Un buen
hogar siempre estará en el ambiente donde naciste, en el huerto donde creciste,
en el molde donde te configuraste y el taller donde te puliste.
Y muchas
veces será el punto de referencia y la credencial para conocerte, porque el
hogar esculpe el carácter, imprime rasgos, deja señales y marca huellas.
Con
buenos hogares se podría salvar al mundo, porque ellos tocan a fondo la
conducta de los hombres, la felicidad de los pueblos y la raíz de la vida.
Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.
Haz de esta casa una morada de tu presencia, un hogar cálido y dichoso.
Venga la tranquilidad a todos sus miembros, la serenidad a nuestros nervios, el
control a nuestras lenguas, la salud a nuestros cuerpos.
Que
los hijos sean y se sientan amados, y se alejen de ellos para siempre, la
ingratitud y el egoísmo.
Inunda, Señor, el corazón de los padres de paciencia y comprensión, y de
una generosidad sin límites.
Extiende, Señor Dios, un toldo de amor, para cobijar y refrescar, calentar y
madurar a todos los hijos de la casa.
Danos el pan de cada día y aleja de nuestra casa el afán de exhibir, brillar y
aparecer; líbranos de las vanidades mundanas y de las ambiciones que inquietan
y roban la paz.
Que la alegría brille en los ojos, la confianza abra todas las puertas, la
dicha resplandezca como un sol; sea la paz la reina de este hogar y la unidad su sólido entramado.
Te lo
pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz en el hogar de Nazaret junto a
María y José.
Amén.
EL HOGAR DONDE YO VIVO:
Es
un mundo de dificultades afuera y un mundo de amor adentro.
Es
el sitio donde los pequeños son grandes y donde los grandes son pequeños.
Es
el mundo del padre, el reino de la madre, y el paraíso de los hijos.
Es
el lugar donde rezongamos más y donde somos tratados mejor.
Es
el centro de nuestros afectos, alrededor del cual, se tejen nuestros mejores
deseos.
Es
el sitio donde nuestro estómago recibe tres comidas diarias y nuestro corazón
mil.
Es
el único lugar de la tierra donde las faltas y los fracasos de la humanidad
quedan ocultos bajo el suave manto del AMOR.
La
excelencia en el hogar implica un esfuerzo común de los esposos, y luego de los
hijos, por crear un lugar con un clima de cariño y ayuda mutua, con tradiciones
y personalidad propias, fruto también de unos trabajos que trascienden la
cotidianidad y la materialidad. Así, nuestro hogar será bendecido, iluminado y
todos seremos felices viviendo en él…
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