Hoy, de casualidad, descubrí una capilla cercana a mi trabajo. No imaginas la felicidad que experimenté.
Hoy, de casualidad, descubrí una capilla cercana a
mi trabajo. Está apenas a dos cuadras.
No imaginas la felicidad que experimenté. No pude seguir de largo. Me bajé para
saludar a Jesús.
“Tan cerca y no lo sabía”, le dije.
Y casi exclamo: “¡Eres mi vecino!”.
Pensé en Jesús, también feliz por mi visita, respondiendo:
“Ahora que lo sabes, ¿me visitarás acá?”
“Sí Jesús”, le respondí. “Eres mi mejor amigo”.
Él me decía tantas cosas en tropel, de lo alegre que estaba por mi visita.
Lo imaginé como un niño que se encuentra con su amiguito, después de una semana
sin verse. ¡Hay tanto que contar!
Imaginé a Jesús mirándome desde aquel Sagrario, tan tierno y bueno.
Sonriendo. Llenando al mundo de gracias.
Recordé a un sacerdote que está enfermo y le pedí por él.
Luego me marché, con una emoción que me llenaba el alma.
También descubrí algo maravilloso.
Como trabajo en un tercer piso, se me ocurrió buscar la capilla desde el
ventanal de mi oficina y la encontré. Justo detrás de un pequeño edificio.
“Te veo”, le dije emocionado. “Acá estoy”.
Y me pareció que respondía:
“También te veo Claudio”.
La verdad es que interrumpí el trabajo como cinco veces para asomarme por la
ventana y verlo de nuevo. No pude evitarlo. Me sentía tan contento.
Aproveché para hacer un rato de oración, y decirle que lo quería y agradecerle
esta gracia.
Es de noche.
Escribo desde mi casa, recordando aquella agradable experiencia, anhelando que
sea de día otra vez, para pasar a verlo en aquella capilla. Y luego, desde mi
oficina, asomarme por el ventanal. Y estar con él.
¡Vaya regalo! Lo tengo de vecino, a mi mejor amigo.
Mi amigo Jesús.
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