Bebe en la medida que tu comportamiento te permita seguir amando a Dios
Por: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net
Una de las actividades sociales más comunes y ordinarias en nuestra vida es la
de beber. Lo hacemos en diversas ocasiones y por diversos motivos. Brindamos
por la salud y la felicidad de los recién casados, por el éxito en un negocio o
la apertura de una nueva empresa, por el hecho de encontrarnos reunidos en
familias o con amigos. Por el gusto de acompañar con un buen vino una buena
comida. Para relajarnos y pasar un momento agradable en un antro o en casa.
¿ES MALO BEBER ALCOHOL?
Diversas religiones y en diversos momentos históricos han hablado sobre el
tema. Así, los protestantes fundamentalistas de los Estados Unidos lo tenían
como uno de los pecados más graves y actualmente los musulmanes lo consideran
como una desobediencia grande al Corán. Basta recordar que el castigo reservado
a los que beben alcohol es el de recibir 80 latigazos.
¿Qué decimos nosotros los católicos? ¿Es
pecado beber? ¿Es pecado emborracharse? ¿Hasta dónde puedo beber sin ofender a
Dios?
La satisfacción de los sentidos nunca ha sido considerada como pecado en la
moral católica. No se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el
alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal.
Se trata más bien de conocer los medios por los cuales el cuerpo puede
subsistir, desarrollarse y ayudar a la consecución del bien integral de la
persona.
No se condena el uso, sino el abuso. Podemos comer hasta saciar nuestro
apetito. De ello se seguirá una buena salud que nos permitirá cumplir con
nuestros deberes y llevar una vida sana. Se condena el abuso en la comida, el
pecado de la gula, de la glotonería, que es comer más allá de las propias
posibilidades, más allá de lo que es necesario para la subsistencia. No se
condena el sexo, sino su uso fuera de los fines y de los ámbitos para los
cuales Dios lo ha ideado. La embriaguez o borrachera es opuesta al amor a uno
mismo, ya que la privación momentánea del uso de la razón no se justifica por
experimentar los placeres de la bebida. Es cierto que por motivos de salud se
justifica la privación voluntaria del uso de la razón, como en el caso de la
anestesia para una intervención quirúrgica, pero nunca para experimentar un
placer, como lo es en el caso del alcohol.
Beber para pasar un rato agradable con los amigos, para degustar una buena
comida, para celebrar un acontecimiento feliz nunca será pecado. Su abuso es lo
que constituye una ofensa a Dios. ¿Podemos
establecer un límite y saber con precisión “hasta dónde es pecado y hasta dónde
no lo es?” Las palabras claves en este caso son las de la privación
voluntaria del uso de la razón. Cuando después de beber se experimentan los
síntomas de la pérdida de la razón, entonces podemos hablar de pecado. ¿Cuáles son esos síntomas de la privación del uso de la
razón? Pueden ser el no recordar cuanto se hizo o se dijo bajo los
efectos del alcohol, o bien el realizar o decir cosas inusuales o que no
haríamos en un estado normal.
¿Ponerse “alegre” será una manifestación de
embriaguez y por lo tanto un síntoma de que se ha cometido pecado? ¿Cantar para
quien no lo acostumbra es signo de que se ha pecado? La variedad de
comportamientos que se pueden manifestar es enorme y querer trazar una línea
divisoria entre lo que es pecado y lo que no es no corresponde a las
intenciones de este artículo. Cada uno se irá conociendo, se irá midiendo y
sabrá controlarse y tomar hasta el punto que su conciencia le dicte.
¿Una medida o una recomendación en el momento de
beber? Bebe en la medida que tu comportamiento te permita seguir amando
a Dios. Bebe, sí, como si tuvieras a Cristo como anfitrión y no te avergonzaras
en ningún momento de presentarte ante Él.
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