viernes, 3 de noviembre de 2023

UNA TIERRA QUE MANA LECHE Y MOZARELA

En una sociedad justa, debe haber empresarios sensibles a las necesidades de sus empleados; pero también debe contar con trabajadores honestos, que no defrauden el salario acordado.

Por: Marco Antonio Batta, L.C. | Fuente: www.buenas-noticias.org

Un hombre de 83 años, vestido con traje café y chaleco color vino, mira a la cámara, mientras apoya la mano en una grande vaca de plástico. Es evidente que no está acostumbrado a ser retratado. Al fondo, un Mercedes Benz azul, estacionado al ingreso de una fábrica, contrasta con las manos callosas y el rostro curtido de este granjero-empresario italiano. Es Luigi Cogliati, propietario de la compañía de lácteos Lat Bri.

Luigi evoca su niñez, en el norte de Italia, en los años treinta: «Todavía usaba pantalones cortos cuando daba una mano a mi papá y a mis hermanos con el trabajo en un terreno que habíamos rentado. Al lado había un pequeño local para hacer queso. Teníamos diez vacas y también comprábamos leche a los granjeros de los pueblos vecinos. Yo iba a recoger la leche en bicicleta, cargando sobre mis espaldas un bote de madera».

Después vino la Segunda Guerra Mundial. Luigi fue llamado al ejército y, viendo la deriva suicida del fascismo, desertó y vivió escondido hasta que las tropas aliadas liberaron Italia. Entonces volvió al campo, a las vacas, a la leche y al queso. El local donde hacían el queso, era una pequeña empresa familiar que creció de forma constante o, como dicen los italianos, “sin dar pasos más largos que la pierna”.

En 1960, teniendo ya cierta solidez el negocio, constituyeron la Sociedad Hermanos Cogliati. Por aquella época, la fama de Luigi como conocedor de la industria láctea se había extendido y una compañía, la Paolo Bonalumi lo contrató como Director de producción.

Ahí permaneció hasta 1975: «No obstante, a pesar de querer tanto a aquella empresa –comenta– , yo siempre me había sentido un empresario, por ello, dentro de mí, estaba convencido de que un día u otro pondría mi propio negocio, puesto que el sector de los lácteos lo conocía como las bolsas de mis pantalones».

Así, en 1976, abrió su propia empresa en Brianza, una localidad en las afueras de Milán: Lat Bri. Las ventas pudieron crecer, sobre todo, gracias a que ganó como clientes a un gran número de pizzerías, un negocio muy común –cómo no– en Italia.

Después de muchos años, en 2007, Lat Bri produjo más de 37 mil toneladas de lácteos, incluidas la famosa mozarela y la ricota. Actualmente da empleo a 220 personas. Su facturado supera los 60 millones de euros cada año.

Pero Luigi, conocedor por propia experiencia de cuán dura puede ser la vida, siempre ha querido apoyar iniciativas de promoción social. Entre ellas destaca la construcción de un pozo de agua en el norte de Kenia, realizada en colaboración con la Asociación de Médicos de Brianza. Obviamente, todos los gastos del proyecto corrieron a su cargo.

Mientras recorre la fábrica mostrando las instalaciones a sus entrevistadores, éstos le preguntan: «Sr. Luigi, ¿y por qué hace todo esto?» «¿Qué por qué lo hago? –responde con la típica franqueza de un granjero– Dios me ha dado la salud y yo, haciendo lo que hago, se lo agradezco todos los días. Me ha dado también unos hijos que trabajan conmigo y esto nunca lo olvido. Puedo decir que he hecho esta empresa porque quiero a mis hijos».

Antes de irse, mientras se quita una piedrecilla del zapato, comenta: «Desgraciadamente, y no es algo nuevo, entre nosotros la palabra “empresario” es casi una grosería. Se piensa que el empresario es siempre un explotador. Con estas ideas, Italia no llegará a ninguna parte».

Es verdad, en una sociedad justa, debe haber empresarios creativos y sensibles a las necesidades de sus empleados; pero también debe contar con trabajadores honestos, que no defrauden el salario acordado. Cuando esto se da, entonces hay prosperidad y progreso.

Con información de I Tempi, 17/01/2008

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