Ocurre que se da la impresión de que la virtud de la humildad ya no es de este tiempo
Por: Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
El alma del hombre siente una irresistible inclinación a alcanzar un elevado
ideal, un algo superior y elevado, por eso el hombre aspira a grandezas. Para
alcanzar ese ideal existen dos caminos, el de la soberbia, que siguieron los
ángeles rebeldes, Adán, algunos filósofos paganos, y tantos y tantísimos
hombres, que cayeron en un estado miserable por dejarse arrastrar por el
orgullo, comidos por la ambición de elevarse sobre los demás; y el de la
humildad, por el que el hombre, como María y como Cristo, es ensalzado por
Dios: "Porque miró la humillación de su
esclava". "Dios ensalza a los humildes y abate a los soberbios".
"El que se humilla será ensalzado, el que se ensalza, será abatido"
Santo Tomás estudia la humildad en la 2-2, 161, y dice: "La humildad significa cierto laudable rebajamiento de sí mismo,
por convencimiento interior". La humildad es una virtud derivada de
la templanza por la que el hombre tiene facilidad para moderar el apetito
desordenado de la propia excelencia, porque recibe luces para entender su
pequeñez y su miseria, principalmente con relación a Dios. Por eso para santa
Teresa "la humildad es andar en verdad; que lo
es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y
quien esto no entiende anda en mentira".
FUNDAMENTOS
Los fundamentos de la humildad son la verdad y la justicia. La gloria de todo
lo bueno que tiene el hombre, pertenece a Dios. Así dice San Bernardo: "Con un conocimiento verdaderísimo de sí el hombre
se desprecia a sí mismo".
Pero la humildad no viene a negar cualidades verdaderas, sino a hacer
fructificar los talentos (Mt 25, 14). Así como la fe es el fundamento positivo
de la vida cristiana porque establece el contacto inicial con Dios, la humildad
remueve los impedimentos de la vida divina en el hombre, que son la soberbia y
la vanagloria que obstaculizan la gracia, dice Santo Tomás en la 2-2 161, 5.
Por eso es el fundamento del edificio, "todo
este edificio va fundamentado en humildad" nos dirá santa Teresa.
La Humildad, que es el cimiento de todo el edificio, como escribió santa Teresa
en las Moradas Séptimas 4, 9.
LA HUMILDAD EN LA PRÁCTICA
«Sed humildes unos con otros» (1 Pe 5).
Excelente manera de practicar la humildad se nos ofrece al tener que recibir la
corrección. Hay que estar abiertos a la corrección fraterna. Que se nos puedan
decir nuestras faltas sin que nos enfademos ni nos defendamos, sin que tratemos
de justificarnos. Agradeciendo la corrección como una colaboración que nos
prestan para mejorarnos. Quien bien te quiere, llorar te hará. Pero es más
fácil que busquemos la compañía de los que nos adulan con su palabra o con su
silencio en el que queremos interpretar su afecto hacia nosotros, su damos la
razón y su dejarnos hacer lo que nosotros pretendemos. Es bueno que nos juntemos
con quienes nos puedan enseñar. Será perjudicial que no queramos más que
enseñar nosotros. Porque nos cerraríamos y pronto nos quedaríamos pobres, al no
ensanchar más los horizontes.
Aprender de todos y manifestar que estamos aprendiendo. Confesar que aquello no
lo habíamos entendido hasta hoy. Aceptar nuestra limitación no nos humilla sino
que nos ennoblece. Pocas veces se está dispuesto a querer aparecer como
ignorante en una materia y es propio de almas inmaduras querer dar la impresión
de que se lo saben todo, y de que aquello ellos ya lo sabían. Y con ello, la
sencillez: «Llaneza, muchacho, que toda afectación
es mala», dice don Quijote a Sancho. Sencillez en el hablar, sencillez
en el escribir, naturalidad en el trato, como en familia, como entre hermanos
educados y amantes.
NO SÓLO EN PALABRAS
Pero la humildad va más allá de las palabras. No consiste ciertamente en hacer
profesión de nuestra inutilidad, quedándonos por dentro la conciencia engañada
por un deseo de no vernos tal y como realmente somos. Humildad ante Dios es un
reconocimiento de la realidad de nuestro ser, de nuestra vida y de nuestros
actos. Pero le cuesta a la naturaleza aceptarse tal cual es ansiosa, como está,
de ser más de lo que se es.
Para ello y precisamente para ello, hay que empezar partiendo de ese ser y de
ese carácter y de esa condición. Todo lo que no sea descender hasta ese bajo
fondo, será poner parches y no llegar nunca a la eficacia de la evolución del
carácter. Pero para las personas orgullosas por pasión dominante, es
extremadamente difícil la corrección. Razón de más para que acepten la
humillación.
REPARAR
Carácter altivo, genio fuerte, temperamento violento. Fallan. Caen. Se dan
cuenta, cuando se dan, según la conciencia más o menos afinada, según el talento
con exigencia de matizar y delicadeza.
Quieren arreglarlo. Se lo pide su conciencia y no viven en paz, ni pueden
llevar presencia de Dios, ni pueden hacer oración.
Y llega el momento de la gracia. Y desean de veras arreglarlo. Pero desean
arreglarlo, es decir, deshacer el entuerto, con el mínimo esfuerzo. Pondrán una
sonrisa. Dirigirán la palabra suavizada. Dirán algo que pueda poner vaselina al
chirriante arranque de genio... Pero no les vale. Porque se puede tratar de su
formación. Y eso no sería formación, porque dejaría el mismo mal, pero
encubierto. Podría servir para una política de convivencia fría y aparentemente
pacífica. Pero no sirve para la virtud. Para la virtud, para adquirir la
verdadera humildad, es necesaria una reparación clara. Una confesión sincera.
Un reconocimiento de ese carácter. Mira, perdona, yo soy el primero en
lamentarlo. Y no quiero ser así. Pero no puedo. Has de ayudarme. Un
reconocimiento sencillo y humilde glorifica más a Dios y restablece la armonía
social, y la eleva a mayor altura que la que tenía antes del destemplado
arranque de genio. A eso hay que llegar. No debe el hombre creer fácilmente que
es mejor de lo que es. Ni debe tener miedo de reconocer su limitación: A veces
es sólo eso lo que hace falta. Que él lo vea. Y lo manifieste con llaneza.
Ganará más puntos. Y se hará amable a Dios ya los hombres.
CRECIMIENTO EN LA ORACIÓN
Y ese despego es necesario para que se desarrolle la vida de oración. Porque
cuando se oye hablar de apegos y de desapegos inmediatamente las personas
piensan en apegos a algo que está fuera de sí. No. El apego mayor, el que tarda
más en desaparecer, es el apego al yo inferior. Más. Los apegos a lo exterior
tienen su raíz en quien goza, o teme, que es el yo inferior. Ese despego del yo
ha de venir como fruto de una sincera y desnuda oración. A la vez que
potenciará la misma oración. Porque el desapego es limpieza y son los limpios
de corazón los que ven a Dios (Mt 5, 8). Además, por ser la humildad el
fundamento de todas las virtudes, y porque sin ella no puede darse verdadera
vida cristiana, ha de ser deseada por todo discípulo de Cristo que quiera
imitar las virtudes de su Maestro y dar al mundo un testimonio de vida
convincente.
CONOCIMIENTO PROPIO
Para conseguir esta virtud, tan rara en el mundo, donde abunda la soberbia de
la vida, es indispensable que se reflexione a menudo en lo que somos en el
orden natural y en el sobrenatural. En aquél, miseria, ceniza, nada. En éste,
pecadores e inclinados al mal y merecedores del eterno castigo. Frecuentemente
nos manda la Iglesia recitar: «Humillémonos ante el
Señor». «Reconozcamos nuestros pecados». Si pensamos en nuestros pecados
nos humillaremos de verdad. Esta humildad transformará nuestras relaciones
sociales al hacemos más comprensivos con los defectos de nuestro prójimo si
pensamos que Dios nos ha perdonado tanto a nosotros (Mt 18,21-34). Esta
humildad no nos dejará ver la paja en el ojo ajeno sino que nos centrará en la
viga que tenemos atravesada en el nuestro (Mt 7,3). El reconocimiento
verdaderísimo de nuestra vida conseguirá que nos veamos despreciables y viles a
nuestros propios ojos. Esto nos llevará a confiar en Dios y a orar siempre para
que fortalezca nuestra debilidad.
LA HUMILDAD ES TAMBIÉN PARA
HOY
Pero hoy ocurre que se da la impresión de que la virtud de la humildad ya no es
de este tiempo. La Iglesia antigua enseñó y vivió equivocadamente la virtud de
la humildad. Pero en la Iglesia moderna ya no hay por qué ni enseñar ni vivir
la humildad. Hoy la humildad se ha convertido en la propia estima. En nombre de
un respeto sagrado a la personalidad, de un arrumbamiento fatal de todo lo que
sea respeto, reverencia, sumisión..., se ataca desfavorablemente de palabra y
de obra la virtud cristianísima de la humildad. ¡Cuántas
asambleas, reuniones, conciliábulos, convocados, por otra parte, en el nombre
de Cristo, han fallado por su base y han hecho daño y lo siguen haciendo, por
la falta de humildad!...
PERO EL CONCILIO NO HA DICHO
ESO
Pero el Concilio no ha dicho eso. Ni siquiera ha soslayado el tema, como no
queriendo tomar cartas en el asunto. Ha afirmado categóricamente la necesidad
de que los cristianos vivan en humildad a ejemplo de Cristo. Oigamos lo que nos
dice en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: «La
Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador, observando sus preceptos de
caridad, de humildad y de abnegación, recibe la misión de anunciar el Reino de
Cristo y de Dios, de establecerlo en medio de todas las gentes, y constituye en
la tierra el germen y el principio de este Reino» (Ibid. 5.)
Observando fielmente sus preceptos de humildad... Toda la Iglesia ha recibido
de Cristo mandato de practicar la humildad y esto, como espontáneamente, como
floración nueva de su Reino. No se puede construir la Iglesia sin humildad,
porque sin humildad no hay espíritu " de
Cristo, y los que no tienen el Espíritu de Cristo no son suyos (Rm 8,9).
Su labor en la Iglesia será siempre infecunda. Un
poco de movimiento exterior, un mucho parecer que hacen y acontecen, pero en
realidad, no hacen nada. O hacen algo peor que nada, que es creer que hacen y
que su acción es imprescindible. San Pablo tenía un miedo horroroso a los tales
y así amonesta severamente a Timoteo que no elija a nadie para gobernar la
Iglesia que sea neófito: «No neófito, no sea que, hinchado, venga a incurrir en
el juicio del diablo» (1Tim 3,6). Es fácil y corriente que la
inexperiencia, y la larga práctica de la virtud de que carece el recién
converso, le ensoberbezca, le hipersensibilicen a cualquier aire de contradicción
y tenga que sufrir por ello, él primero, y la Iglesia después, unas
consecuencias que no se dieran de no haberle dado el espaldarazo del primer
plano.
SENTIR CON CRISTO
Sigue el Concilio diciéndonos en qué estima tiene la virtud insigne de la
humildad: «La Iglesia considera también la
amonestación del Apóstol, quien, animando a los fieles a la práctica de la
caridad, les exhorta a que sientan en sí lo que se debe sentir en Cristo Jesús,
que se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo..., hecho obediente hasta
la muerte y por nosotros se hizo pobre, siendo rico. y como este testimonio e
imitación de la caridad y humildad de Cristo habrá siempre discípulos
dispuestos a darlo, se alegra la Madre Iglesia de encontrar en su seno a
muchos, hombres y mujeres, que sigan más de cerca el anonadamiento del Salvador
y la pongan en más clara evidencia, aceptando la pobreza con la libertad de los
hijos de Dios y renunciando a su propia voluntad; pues esos se someten al
hombre por Dios en materia de perfección, más allá de lo que están obligados
por el precepto, para asemejarse más a Cristo obediente (42). Unida a la humildad nace la pobreza y la obediencia en
las orientaciones conciliares.
EL PADRE LACORDAIRE
Y sin humildad, desengañémonos, no haremos nada. Grabemos bien esta convicción
en nuestro espíritu para vivirla como necesidad vital de crecimiento en el
mundo del espíritu, pues, según Lacordaire, es imposible llegar a nada en el
cielo ni en la tierra sin la humillación y el dolor. De él declara Monseñor
Bougaud que cuando él era joven sacerdote y el P. Lacordaire estaba en el
apogeo de su gloria, le pidió que lo confesara. Ésta es la relación bajo
juramento de Mons. Bougaud: «Voy, me dijo, a
Toulouse con esperanza de fundar allí una casa de la Orden. Mil obstáculos se
oponen, y será milagro que no fracase, Pero tengo un medio que ya me ha dado
buenos resultados, y es inclinar al cielo humillándome. Por eso vengo a rogarle
se digne oír, no ya mi confesión semanal (me confesé hace ocho días), sino la
confesión de todos los pecados de mi vida desde la primera infancia».
Comenzó y no faltaré al sigilo diciendo que me hizo relación de toda su
existencia, declaración de todas sus culpas de niño, adolescente, sacerdote,
religioso, con humildad arrepentimiento y fervor enteramente extraordinarios…
Terminada la confesión, sin pedirme permiso, el Padre se postró a mis pies y
los besó repetidas veces, llamándose miserable y declarándose merecedor de todo
vituperio... Sacó unas disciplinas de fuertes correas y me pidió le diese cien
golpes de disciplina. Ante mi resistencia, ¿me lo
niega, Padre, hijo mío?» Aquella mirada, el acento puesto en las
palabras nunca se me borrarán de la memoria. Tomé pues las disciplinas ya ello ¿por qué no?" ¿Por qué impedir a aquel grande hombre
ser aún más grande, humillándose voluntariamente? El P. Lacordaire era
muy nervioso y muy sensible a los quince o veinte golpes, comenzó a exhalar un
gemido profundo y dulce que duró hasta el fin…
Acabado este sangriento ministerio, se levantó, se echa mi cuello, me cubrió de
caricias y de abrazos y, el seguida, desligando mis labios del sagrado sigilo
de 1 confesión, me autorizó para recordarle sus culpas, decirlas a quien
quisiere; y especialmente, cuando le encontrase, para echárselas en cara y
tratarle cual merecí esto es con la disciplina, declarándome que me daba
absoluto derecho de humillarle y castigarle siempre que yo quisiera»
(Lacordaire, P. Chocarne, Ed. Difusión, Tucumán -Buenos Aires). El edificio de
la vida espiritual todo ha de ir fundado en humildad. Por eso mientras más
cercanos a Dios por la oración, más perfecta ha de ser esta virtud, y si no, va
todo perdido. Todo el cimiento de la oración va fundado en humildad, y mientras
más se abaja un alma y se empequeñece en la oración, más la ensalza Dios (Santa
Teresa, «Moradas Séptimas», 4, 9.).
DIOS ABATE A LOS SOBERBIOS Y
EXALTA A LOS HUMILDES
Si las almas no se determinan bien de veras a adquirir la virtud de la
humildad, no hayan miedo que aprovechen mucho. Dios no las subirá mucho porque
sabe que no hay cimientos, y exaltadas, la caída sería más ruidosa (Santa
Teresa Moradas séptimas).
Y con ser tan necesaria esta virtud es la más difícil de alcanzar y la que más
brilla por su ausencia incluso entre las gentes piadosas. ¡Cuesta tanto el desprendimiento de lo que más amamos, de
nuestra voluntad, de los puntos de vista o criterios propios...!
¡Es tan arduo morir en nuestra más secreta
intimidad! Aparecer ante los demás como humildes es relativamente fácil.
Serlo de veras, matar el amor propio, enterrarlo bien enterrado muchos metros
bajo la tierra, sobrepuja las humanas posibilidades. «Non oritur in terra
nostra». La humildad no crece en nuestra tierra -dijo san Juan Berckmans.
PEDIR LA HUMILDAD
Es necesario que pidamos a Dios este don tan principal, esta tan sublime gracia
de la virtud egregia de la humildad. De Él viene todo lo bueno, y de Él nos ha
de venir la humildad, y Él la concede a los que se la piden humilde y
confiadamente. El Beato Dom Columba Marmión solía pedirla rezando estas preces
humildes y que tanta paz dejan al que piadosamente las saborea:
·
Jesús, dulce y humilde de
corazón, óyenos.
Jesús, dulce y humilde de corazón, escúchanos. Del deseo de ser estimados,
líbranos, Jesús. Del deseo de ser amados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser buscados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser alabados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser honrados, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser preferidos, líbranos, Jesús.
Del deseo de ser consultados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser aprobados,
líbranos, Jesús. Del deseo de ser halagados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser humillados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser despreciados, líbranos, Jesús. Del temor de ser rechazados,
líbranos, Jesús.
Del temor de ser calumniados, líbrranos, Jesús. Del temor de ser olvidados,
líbranos, Jesús.
Del temor de ser ridiculizados, líbranos, Jesús. Del temor de ser burlados,
líbranos, Jesús.
Del temor de ser injuriados, líbranos, Jesús.
Oh María, Madre de los humildes, rogad por nosotros. San José, protector de las
almas humildes, rogad por nosotros.
San Miguel, que fuiste el primero en abatir el orgullo, rogad por nosotros.
Todos los justos, santificados por la humildad, rogad por nosotros.
¡Oh Jesús!, cuya primera enseñanza ha sido ésta: «Aprended de Mí, que soy manso
y humilde de corazón, enseñadnos a ser humildes de corazón como Vos.
CRISTO HUMILDE
Fortalecerá el deseo de ser humildes la amorosa Contemplación de Cristo humilde
antes de nacer, en su nacimiento, en su vida oculta de Nazaret. Él es un pobre
aldeano, un obrero manual, sin estudios en Academias ni Universidades, sin
dejar traslucir un solo rayo de su divinidad. La humildad de Jesús en su vida
pública. Escoge sus discípulos entre los más ignorantes y rudos; pescadores y
un publicano. Busca y prefiere a los pobres, a los pecadores, a los afligidos,
a los niños... Vive pobremente, predica con sencillez, enseña con ejemplos
populares al alcance de la inteligencia del pues «Cristo
no hizo alarde de su categoría de Dios. Tomó condición de esclavo pasando por
uno de tantos» (Flp 2, 7). ¡Qué ridículos
los pobrecitos hombres! Las condecoraciones, los halagos. Y, ¡pobre del
que venga a quitárnoslo! Hemos de meditar mucho en la actitud de Cristo humillado.
¿Un Cristo escupido y tú te exaltas? Eso un
contrasentido. La religión es humildad, amor, serio de los hombres hasta la
cruz. También María, nos ayudará con su ejemplo y con su plegaria de Madre a
conseguir la perfección de esta joya la humildad. (De
mi libro CAMINOS DE LUZ).
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