El cine es un estupefaciente, y si se adormece tu sensibilidad espiritual, ¿qué conciencia moral podrá protegerte?
Por: Jorge Loring, S.I. | Fuente: Catholic.net
El cine, en sí mismo, no es malo. Es un vehículo de cultura, un transmisor de
ideas, un arte que, si se utiliza rectamente, puede servir para dar gloria a
Dios. Pero desgraciadamente, hasta ahora, se ha empleado más para hacer el mal
que para hacer el bien.
El Episcopado italiano publicó una Declaración sobre la situación moral del
cine en la que decía: «Salvo laudables
excepciones, que merecen nuestra consideración y aliento, la mayor parte de la
producción cinematográfica italiana ha ido constantemente hacia un progresivo y
desenfrenado deterioro moral».
Por eso te aconsejo que no te aficiones demasiado al cine. El cine tiene una
tremenda fuerza persuasiva. Anula la personalidad, arrastra, emboba, hipnotiza.
Nos identifica con el protagonista y nos proyecta su psicología, su modo de
ser, su ejemplo. Es un arma psicológica fenomenal. Y cuanto más potente es un
arma tanto más peligroso es su mal uso.
EL CINE TIENE SERIOS PELIGROS
El primero, aunque menos grave que el segundo, es su exhibicionismo sexual. El
daño depende, naturalmente, de las circunstancias. No es lo mismo en los fríos
espectadores nórdicos que en los ardientes meridionales. No es lo mismo el
dominio de una persona culta que la reacción gamberra del populacho. No es lo
mismo la serenidad de la madurez que la excitabilidad de la juventud.
Pero no seamos ingenuos cerrando los ojos ante este peligro real. Peligro que
no sólo existe mientras dura la proyección de la cinta. La imaginación seguirá
después trabajando con las imágenes que se le quedaron grabadas, y es muy fácil
que se produzcan después tentaciones desagradables. Pensemos, por ejemplo, lo
frecuente que son las películas que proyectan escenas de amor en la cama (y no
precisamente entre esposos).
Pero el peor daño del cine es por la fuerza con que transmite las ideas. El
lenguaje de la imagen tiene un gran valor emotivo que conquista de modo casi
invencible y cambia poco a poco el fondo del psiquismo, aun contra la propia
voluntad, que no advierte lo que sucede dentro de sí.
Por ejemplo: una película me presenta un marido que no se entiende con su
mujer, por incompatibilidad de caracteres. En cambio se ha enamorado locamente
de su secretaria que es de enormes cualidades, y le corresponde en su amor.
Pero no pueden casarse porque son católicos. Instintivamente nos apena que la
Iglesia se oponga a ese matrimonio. En ese momento no se advierten los males
que se seguirían a la familia, en general, de permitir el divorcio.
Instintivamente aprobamos el adulterio de dos personas que nos han ganado el
corazón. De esta manera se nos va cambiando la mentalidad sin casi advertirlo.
El cine enfoca y resuelve muchos problemas humanos al margen de Dios, como si
no existiera una Ley Divina y un destino sobrenatural del hombre. Son películas
que están hechas con un criterio que no tiene, generalmente, nada de cristiano,
y a fuerza de verlas, va uno cambiando, sin darse cuenta, su modo de pensar
cristiano para pensar como los del cine. Son una lima para un espíritu
cristiano. Tú no lo notas, pero siempre se llevan algo. Una conducta inmoral
interpretada por una artista agradable nos inclina a la justificación. Con esto
empieza a evolucionar nuestro criterio cristiano, y al fin, arrastrado por el
ejemplo del cine, se termina poniendo por obra lo que tantas veces se vio en la
pantalla con fuerza seductora.
Como estas ideas están expuestas de un modo agradable y simpático, las
admitimos con facilidad. Tenemos que filtrar estas ideas y rechazar todo lo que
no esté de acuerdo con nuestras ideas cristianas.
Los pueblos no mueren porque se les combata o conquiste, sino porque se les
corrompe. Pues el cine está teniendo la virtud trágica de corromper hasta la
conciencia de nuestro pueblo. Muchos españoles de hoy ya no piensan en español,
ni en cristiano, sobre problemas tan capitales como son la familia y el amor. A
fuerza de ver en el cine, cosas que están mal, aunque al principio nos repelen
y las censuramos, poco a poco nos vamos acostumbrando, y es posible que, si se
nos presenta la ocasión, hagamos también nosotros lo que antes nos hubiera
horrorizado.
Conozco a un matrimonio que a los cuatro años de casados vivían inmensamente
felices con un auténtico cariño mutuo y gozando de la alegría de dos hijos como
dos soles. Un día la mujer, influenciada por la ligereza y frivolidad con que
se ven en el cine escenas de adulterio, aprovechando un viaje de su marido, no
le importó correr una aventurilla (¡qué tiene de
particular!: es la frase con la que queremos justificarlo todo), y se
acostó con otro hombre. Y como todo lo que se hace termina por saberse, un día
su marido se enteró. Fue tal la tragedia que se armó que nunca, en su vida,
aquellas dos personas pasaron días peores. El marido me decía: «Si es verdad que me quería, ¿cómo ha podido hacerme
eso?. Es que no me quería. Todo lo que me decía era mentira. No puedo
volver a hacer el amor con ella. Se me pone delante que me está engañando. ¡No puedo seguir con ella!» Y lloraba de
desesperación, de rabia y de pena. Y ella también lloraba de arrepentimiento,
al ver que por un capricho frívolo había hundido la felicidad de su hogar.
En materia de amor, el cine hace daño tanto a las personas casadas como a las
solteras. El cine hace daño a los casados porque con mucha frecuencia presenta
como la cosa más natural, y casi inevitable, las expansiones amorosas
extramatrimoniales de casados. Y esto ¡no puede ser! Toda expansión amorosa
extramatrimonial de un casado, es adúltera. Con la gracia de Dios se pueden
superar todos los conflictos amorosos que se presenten al corazón.
El daño que el cine hace a las personas solteras es, entre otras cosas, por
enseñar una enorme facilidad para llegar al acto sexual: derecho exclusivo de
casados. Además, porque muchísimas veces presenta como motivo suficiente para
el matrimonio el atractivo corporal, y eso es mentira. Este atractivo es un
factor, pero él sólo no basta. Muchísimos fracasos matrimoniales se deben
precisamente a que se basaron exclusivamente en el atractivo corporal, y se
descuidaron otros valores de mayor importancia.
Aparte del daño que el cine hace con sus escenas, en la emotividad de la mujer,
le hace otro daño también grave en su psicología: la mujer se siente arrastrada
a imitar los modales, las actitudes y conducta de las artistas que se presentan
como mujeres deslumbradoras, y hacen brotar en la espectadora el natural deseo
de resultar ellas mismas también atractivas. Al principio, las cosas que chocan
con la moral se rechazan, pero a fuerza de verlas en la pantalla se les va
quitando importancia y acaban por asimilarse.
El cine ha hecho muchísimo daño a las chicas enseñándolas modales insinuantes y
provocativos, a mirar con descaro, un modo de ser frívolo y fácil, y a ser
condescendientes en aventuras amorosas. ¡Cuántas
chicas adoptan en público y en privado, posturas y actitudes atrevidas,
influenciadas por lo que vieron en el cine, dándose cuenta o sin darse cuenta
del todo! ¡Cuántas chicas se han hecho unas frescas por lo que vieron en el
cine! ¡Cuántas chicas cayeron más hondo de lo que jamás sospecharon por seguir
unos primeros pasos que aprendieron en el cine! Algunas chicas,
influenciadas por el ambiente erotizado, son fáciles en llegar a todo, sin
pensar en las consecuencias, pues en las películas lo ven continuamente y nunca
pasa nada. Pero en la vida real, sí. La vida real no es el cine. Cuántas
solteras embarazadas, después se lamentan de lo que hicieron... ¡Pero ya es
tarde!
«Hay películas que, de hecho, son para muchos
una verdadera escuela de vicio. Al exhibir ante la juventud escenas de besos
prolongados y lascivos se les incita a hacer otro tanto, haciéndoles creer que
tales acciones son la señal necesaria del amor, y afianzándoles en la
convicción de que eso se puede hacer, pues tantos otros lo hacen. Así se mata
poco a poco en las almas el sentido del pudor y de la pureza». (Dantec: Noviazgo Cristiano)
Muchas películas tratan de una chica que se lía con un casado, una prostituta
que seduce a un jovenzuelo, una mujer que engaña a su marido, etc., etc.
Siempre a base de pecados sexuales. ¿Cuándo veremos
películas que exalten las virtudes de un buen padre de familia, de una madre
honrada y de una chica decente? Hacer esto es mucho más difícil. Aquello
es mucho más fácil. Por eso abundan las películas a base de los bajos fondos de
la vida.
Hay que combatir las películas que inculcan ideas contrarias a la moral
católica. El público es el que manda en el cine. Si una película deja la sala
vacía, no se repetirá. Pero si una película resulta «de
taquilla» se multiplicarán las películas de este tipo. Si queremos
moralizar el cine, hay que hacer el vacío a las películas indeseables. Con este
método «La Legión de la Decencia» en Estados
Unidos, logró imponerse a los directores de Hollywood.
En cuestión de espectáculos inaceptables para la conciencia cristiana, conviene
adoptar con energía la consigna de no asistir a ninguno por tres fines
simultáneos: evitar el peligro propio, dar buen ejemplo y exigir que no se den
espectáculos indecentes por el medio humano más eficaz, tratándose de
empresarios poco delicados de conciencia, que consiste en negar la cooperación
económica.
Pío XII, en su encíclica Miranda Prorsus, sobre el cine, la radio y la televisión,
dice: «Los juicios morales, al indicar
claramente qué películas se permiten a todos y cuáles son nocivas o positivamente
malas, darán a cada uno las posibilidades de escoger los espectáculos..., harán
que eviten los que podrían ser dañosos para su alma, daño que será más grave
aún por hacerse responsable de favorecer las producciones malas y por el
escándalo que da con su presencia». El
Concilio Vaticano II nos exhorta a «seguir las indicaciones de la
censura moral y a evitar los espectáculos peligrosos, entre otras cosas, para
no contribuir económicamente a espectáculos que puedan hacer daño espiritual».
El punto de vista estético no basta para justificar cualquier
espectáculo. La curiosidad no es motivo suficiente cuando se trata de
espectáculos degradantes. Oigamos de nuevo a Pío XII: «Culpable
sería, por tanto, toda suerte de indulgencia para con cintas que, aunque
ostenten méritos técnicos, ofenden, sin embargo, el orden moral; o que,
respetando aparentemente las buenas costumbres, contienen elementos contrarios
a la fe católica».(Encíclica Miranda Prorsus)
Es notable que muchos cristianos difíciles para dar su dinero a obras de
caridad y apostolado, lo den sin escrúpulos a espectáculos que descristianizan
las costumbres. Regatean su dinero para lo bueno, y lo dan alegremente para lo
malo.
Pero no te contentes con no ir tú a esas películas. Procura además convencer a
otras personas para que tampoco vayan. Si los católicos quisiéramos colaborar a
la acción moralizadora de la Iglesia, Cristo reinaría mucho más en el mundo.
Pero hay católicos que consideran a la Iglesia como una aguafiestas a quien hay
que dar de lado para poder pasar la vida más divertida; y así están haciendo el
juego a Satanás para que sea él quien domine en el mundo. Es inconcebible, y da
pena decirlo, pero la realidad es que, a veces, los primeros en obstaculizar la
obra moralizadora de la Iglesia, son los mismos cristianos.
El cine es un estupefaciente, y si se adormece tu sensibilidad espiritual, ¿qué conciencia moral podrá protegerte? Cuando el
timbre de alarma de la conciencia y del remordimiento está estropeado, el alma
corre peligro. Cuántas veces la voz de la conciencia ha hecho dar un frenazo
ante el abismo del pecado. Y también, ¡cuántas
veces la voz de Dios, resonando en el alma, ha levantado a una vida de
perfección!
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