SE MULTIPLICAN LAS DENUNCIAS: EL ANÁLISIS DEL PROFESOR MARK BAUERLEIN
Cada vez hay más pruebas de que las grandes
compañías tecnológicas conocían el efecto letal de sus productos sobre los
menores a quienes los destinan.
Deberíamos tratar a las empresas
tecnológicas como a cualquier empresa que comercialice y venda a menores productos peligrosos. Es lo que sostiene Mark Bauerlein (n.
1959, doctor en Filología y Literatura Inglesas y profesor emérito de Evory
University, una universidad metodista fundada en 1836), converso al catolicismo
en 2012, en un reciente artículo en The
Federalist:
Las
grandes tecnológicas deben responsabilizarse de las adicciones a las pantallas
que destruyen a nuestros hijos
"Decenas de
estados demandan a Meta porque las redes
sociales 'alteran profundamente' la realidad mental y social de
los jóvenes estadounidenses", reza un
reciente titular de Fox Business. En la demanda se afirma que Meta comercializa
contenidos nocivos para los niños y maniobra para eludir el
consentimiento paterno. También pide una indemnización por los daños
causados por Meta [Facebook, Instagram].
Esto no solo es bueno, sino muy
bueno, y no solo para los adolescentes que han sido absorbidos por las redes
sociales y se han convertido en obsesivos. [Todos los países] en general están en
peligro. Retrocedamos un momento y consideremos los costes de oportunidad de
una generación de jóvenes pegados a pequeñas pantallas. Una sociedad moderna y
sana no puede permitirlo.
EL
DESPLOME DE LA LECTURA
Necesita una próspera cultura de la lectura; es una premisa
que viene de lejos, desde que los periódicos y panfletos fueron decisivos para
unir a los dispersos colonos en la década de 1760 para rechazar la Ley del
Timbre. Un sistema de gobierno representativo presupone una población
informada, e incluso en el digitalizado siglo XXI, la información más fiable
procede de la palabra impresa.
Estas son las malas noticias: las palabras impresas son cada vez menos importantes para
un número creciente de estadounidenses. La lectura es un hábito que disminuye. Los datos de las encuestas son
claros.
Según una encuesta del
Fondo Nacional de las Artes (National Endowment for the Arts, NEA),
apenas la mitad de los adultos estadounidenses (52,7%) leyó un libro en un año por
placer o para su provecho (no para trabajar o estudiar). En el grupo de 18 a 24
años, el porcentaje desciende al 47%.
La información sobre los
estadounidenses más jóvenes muestra la misma tendencia. Hace unos meses, el
Departamento de Educación descubrió que solo 1 de
cada 7 jóvenes de 13 años disfrutaba de la lectura lo
suficiente como para hacerlo más de una o dos veces a la semana (de nuevo, no
para ir a la escuela: se trataba de medir las decisiones de ocio). Como era de
esperar, los resultados en lectura mostraron un descenso similar.
Tanto en la encuesta NEA como en
la NAEP (National Assessment of Educational Progress), el cuestionario no especificaba el
tipo de libros o lecturas. No se exigía alta cultura, ni clásicos. Si los
encuestados contaban los cómics, la respuesta valía. Las preguntas eran
generales y tenían amplias implicaciones: ¿Los
libros -de cualquier tipo- forman parte de tu vida? ¿Significa mucho para ti la
lectura?
He mostrado estas cifras a
personas que han respondido encogiéndose de hombros, afirmando que la
importancia de los libros siempre ha sido así de baja. SE EQUIVOCAN.
Cuando el Departamento de
Educación hizo esa misma pregunta a niños de 13 años en 1984, un 35% de los niños dijeron que leían
"casi a diario". En cuanto a la tasa anual de
lectura de libros entre los jóvenes de 18 a 24 años, en 1992 la NEA encontró
que el 59,3% leyó al menos un libro en los 12 meses anteriores, 12 puntos
porcentuales más que la tasa de 2017.
HAY
QUE PASAR AL ATAQUE
Puede que haya una respuesta a
todo esto. No un remedio o una solución, sino un contraataque, un golpe contra uno de los muchos arquitectos de
este mal nacional. Me refiero a los diseñadores de juegos y
a las plataformas de redes sociales, junto con los fabricantes de dispositivos,
que han producido las atracciones que han alejado a los niños de la lectura y
los han acercado a una pantalla.
Han amasado fortunas gigantescas haciendo
precisamente eso: llenando a los jóvenes de fotos, mensajes y situaciones
que bloquean su crecimiento intelectual mientras sacan dinero de las carteras de sus
padres. No hace falta enumerar los datos sobre el tiempo de pantalla; la imagen
es demasiado obvia y deprimente. Padres y profesores lo lamentan, y a Silicon
Valley le encanta. Más adictos a la pantalla significa más beneficios.
Deberíamos tratar a estas
empresas como trataríamos a cualquier empresa que
comercialice y venda a menores productos peligrosos. Un niño de 12 años con la atención puesta
únicamente en un iPhone durante una hora, al que le da un ataque cuando tiene
que dejarlo, que se enfurruña y pierde la concentración cuando termina una
sesión de juego de dos horas, debería considerarse tan en peligro como niño
de 12 años con un paquete de cigarrillos en la mochila. Y los proveedores de
esas herramientas deberían ser considerados tan culpables como las tabacaleras.
De ahí las demandas contra Meta.
Que haya muchas más. Demandemos al honrado Tim Cook [Apple]. Que pague el escalofriante Mark Zuckerberg [Facebook,
Instagram]. Persigamos a los diseñadores de juegos que deliberadamente crean productos que convierten a los
usuarios en maníacos. Que
estos especuladores rindan cuentas por los niños que cuelan teléfonos en las
aulas, se escaquean de los deberes porque no pueden parar de jugar y postear, y
torturan a sus padres, que acaban suplicándoles que paren.
Y no seas demasiado duro con los
padres que ceden ante TikTok. Están luchando contra una industria
multimillonaria que creó las adicciones con una sofisticación que haría dar
vueltas a la cabeza de padres y madres. Hay que tener en cuenta que los
diseñadores que inventaron las diversiones no dejan
que sus propios hijos las utilicen, lo que indica que sabían lo que iba a pasar.
Los padres están en inferioridad de
condiciones. La disciplina y el castigo ordinarios no funcionan con las jóvenes
almas que no ven la hora de volver a conectarse. El móvil en sus
manos es una droga.
Aparte de las acciones estatales, ya han comenzado las demandas privadas, y hay otros
proyectos para actuar legalmente contra plataformas como TikTok. Los fundamentos jurídicos de estos casos se
determinarán pronto, pero sobre la catadura moral de las tramas y
tácticas de las grandes tecnológicas, por no mencionar sus consecuencias para la salud pública, no hay duda alguna.
Estas iniciativas legales
deberían difundirse por doquier y amplificarse en una campaña de concienciación pública. Sí, deberían presentarse más demandas. Los líderes tecnológicos seguramente son
conscientes de la vulnerabilidad de su
posición; ya no pueden presumir del aura millennial de sus diseños, como hacían en 2008. El
término "adicción a los smartphones" tiene ahora un significado clínico.
Nos dijeron que la conectividad
digital produciría jóvenes más inteligentes, pero en la actualidad, los
resultados en lectura y el tiempo ante la pantalla son inversamente proporcionales.
Cuanto más tiempo dedican los
niños a los dispositivos digitales, peores resultados obtienen en lectura.
La lectura no
volverá mientras las pantallas llenen las horas de los jóvenes. Un autobús lleno de adolescentes con los ojos fijos en vídeos,
mensajes y juegos, en el que ninguno de ellos tiene un libro en la mano, es un
signo de una sociedad en decadencia. Están en peligro, así
que pongámonos agresivos.
Lo hicimos con los cinturones de
seguridad y el tabaquismo entre los adolescentes (en mi instituto, en 1977,
había una sección para fumadores justo fuera del gimnasio). Hagamos que el
iPhone sea tan peligroso como la búsqueda de emociones en los viejos tiempos,
los bólidos, las carreras y el autostop, y hagamos que las empresas
tecnológicas paguen por lo que han hecho.
Traducido por Verbum
Caro.
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