ENTRE UN MILLÓN Y MEDIO DE PERSONAS EN LA JMJ, DIOS TAMBIÉN SE DEJÓ SENTIR CON UN MILAGRO SOBRE UNA DE ELLAS.
Me he pasado años dando vueltas
felizmente alrededor del buen humor de Cristo. Hasta
he escrito un libro. Los milagros despliegan una
gracia especial. Entre otras cosas, llama mucho la atención
la de veces que Jesús le pide a los curados
que no cuenten nada, y éstos, en cambio, enseguida se ponen a darle al pico.
Sobre tanta desobediente
locuacidad ensayé interpretaciones diversas. Gracias al milagro
de Jimena, la joven que
ha recuperado la vista en la JMJ, he visto una explicación más sencilla. Y por
eso –navajita plateá de Ockham–, seguramente correcta.
Jesús pediría que no lo dijesen a
nadie para no crearles problemas. Uno va por ahí diciendo que le han regalado
un milagro y se le echan encima toneladas de una paradójica mezcla: incredulidad y envidia. Que provoca comentarios cínicos y
desdeñosos o los ilustrativos sobre la mayor importancia de los milagros
espirituales. Ya pueden los médicos haber dicho que la ceguera era
irreversible, que la gente te ve viendo y empieza a buscarle los tres pies a
las dioptrías. También a ofenderse porque se cure a una cieguita y no a todos
los socios de la ONCE solidariamente. Aunque
contra eso ya recordó Jesús que había muchas viudas en los tiempos de Elías, pero que el profeta asistió a la que le dio la
gana; como hacía Él, y hace.
Mi nueva tesis explicaría por qué
los curados, en vez de obedecer a su sanador, corrían a contarlo. Se habían
dado cuenta de que Jesús les mandaba callar para
seguir mimándolos y ellos ya
tenían mimos de sobra y ahora arrostraban el peligro con gusto.
Lo he visto claro porque Jimena,
que también ha proclamado a voz en grito su agradecimiento, tendrá que pasar por todo eso. Aunque no se la
ve tímida.
Nosotros se lo agradecemos por
todo lo que este milagro implica, también de gracia de Cristo. Con un golpe de
mano de misericordia, Él se ha puesto en el centro de
las noticias de la JMJ, y a su madre, la Virgen, por mediación de la cual se pedía la curación.
Es un recordatorio, además, de que frente a los problemas del mundo hay que
contar, antes que nada, con la fuerza de su brazo. Luego, ha tenido la pequeña
humorada de hacérselo, entre todos, a una chica que iba con un grupo del Opus Dei, institución algo zarandeada últimamente. Se ve
que los últimos serán los primeros. Por último, comprobamos que la mano de Dios
es más espectacular que todos los
espectáculos de luz, humos y sonidos. Ja, ja, digo,
amén.
Publicado en Diario de Cádiz.
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