Pareciera que hablar de Dios causa un cierto conflicto e incomoda a muchos.
Por: Hno. Carlos Agustín Cázares Martínez, msp |
Fuente: Catholic.net
Entrada la época moderna hasta nuestros días se han proferido frases como: «Dios no existe», «Dios ha muerto», «La religión es el
opio del pueblo» entre tantas y diversas expresiones que algunos, han
fundamentado en su subjetivismo y que seguramente en momentos de tu vida te han
cuestionado pues en la escuela o grupos sociales has escuchado estas
expresiones que en cierta medida merman tu interés por conocer a Dios.
Además, pareciera que hablar de Dios causa un cierto conflicto e incomoda a
muchos, pues sólo basta con salir a calle con algún crucifijo o signo de la fe
en Jesús para que algunos se alcen en contra diciendo: “Eres
un retrograda” o “ya viene el mocho y
santurrón”, asimismo si por algún motivo quieres defender tu fe, no te
bajan de subversivo pues estás en contra de la laicidad del pueblo. En este
último punto debes saber que el Estado laico no es una realidad que la iglesia
ignore, al contrario la promueve pues sabe que ambos, Iglesia y Estado, como
sociedades perfectas, deben velar por el Bien Común de la sociedad, el problema
radica cuando se quiere opacar la acción de Dios a través de la Iglesia y se
impone, jactándose de mucha autoridad, un sistema que en lugar de defender la
integridad del ser humano la denigran haciéndola objeto de leyes absurdas. No
importa que muchos se incomoden cuando hablamos de Dios si radica en nosotros
la búsqueda de un bien verdadero.
ES IMPRESCINDIBLE HABLAR DE
DIOS
« ¡No tengáis miedo! ¡Abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a
Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas
económicos y políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y
del desarrollo. ¡No tengáis miedo! ¡Cristo conoce lo que hay dentro del hombre!
¡Solo Él lo sabe! (…) Hoy con frecuencia el hombre está incierto sobre el
sentido de su vida en la tierra. Permitid, pues –os lo pido, os lo imploro con
humildad y confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. Sólo Él tiene
palabras de vida, sí, de vida eterna.» Estas palabras del Papa Juan Pablo II no
dejan de ser actuales, son el compromiso que debemos adquirir como jóvenes pues
nos impulsan a decir que en nuestro tiempo es imprescindible hablar de Dios. El
hombre necesita reconocer su necesidad espiritual, pues solo allí, en su
experiencia individual con Dios, puede saciar su sed de eternidad. “Antes de
hablar de Dios, hay que hablar con Dios.”
Para tal fin es necesario que los jóvenes sepamos interpretar nuestro tiempo,
que reaccionemos con un amplio criterio ante los problemas vigentes en nuestro
mundo y no nos dejemos envolver por la inferencia que es como un cáncer que
mata las voluntades y frena las aspiraciones más profundas de nuestro ser. Es
necesario además descubrir que está en nuestras manos el compromiso de ir
erradicando, con nuestro testimonio, tantos males que subyugan la libertad y
oprimen la razón.
Es preciso que existan jóvenes que con su vida muestren a otros que es posible
vivir sin vicios, sin violencia, sin depresión y que demuestren que la juventud
es la edad de heroísmo, la edad de la generosidad, la edad del compromiso, la
edad que capacita para darlo todo y sin reservas, donde las grandes decisiones
se toman y donde las proyecciones son amplias cuando se tiene Dios por aliado.
San Pablo nos da una clara exhortación cuando dice: «Que
nadie te critique por ser joven; más bien debes ser un ejemplo para los
creyentes en tu modo de hablar y de portarte, y en amor, fe y pureza de vida.»
(1 Tm 4,12). Nuestra misión entonces radica en dar testimonio del Amor de Dios
para con el hombre, construyendo, desde nosotros, una sociedad nueva y un mundo
mejor.
¡Qué
no te avergüence hablar de Dios, antes bien, lleva a Dios en tu vida!
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