Del libro Divorcio, ¿cómo ayudamos a los hijos?
Por: Aquilino Polaino-Lorente | Fuente:
religionenlibertad.com
1. COMUNICARSE CON LA PAREJA
ES UN FACTOR PREVENTIVO ESENCIAL. LO QUE NO SE COMUNICA NO SE COMPARTE.
Lo que no se comparte aleja. Lo que aleja crea distancias insalvables. Lo que
distancia desune. Y lo que desune acaba por extinguir y disolver cualquier
relación, hasta que cada uno de ellos se transforma en un extraño para el otro.
El silencio y la incomunicación
son los mayores enemigos de las relaciones conyugales.
No deja de ser curioso que el 82%
de las mujeres españolas casadas consideren la incomunicación conyugal como el
más frecuente y primero de sus problemas de pareja.
2. RESPETAR Y ADMIRAR AL OTRO: El respeto y la admiración son
también fundamentales como factores de resistencia de los conflictos de pareja.
Para que emerja un conflicto entre los cónyuges forzosamente antes han tenido
que dejar de admirarse.
Cuando se extingue la mutua
admiración, la pérdida del respeto —al inicio sólo gestual y verbal— está cerca
Esta inicial pérdida de respeto
verbal se prolonga en ocasiones —basta con que estén más irritables o, por un
momento, “pierdan los nervios”— en la
pérdida de respeto físico o, dicho sin ningún eufemismo, en la violencia
doméstica.
Es muy difícil que una pareja
entre en crisis si la admiración y el respeto mutuo no sólo se conservan sino
que, con el pasar de los años, se acrece.
3. NO REHUIR LAS DIFICULTADES Y NO
INSISTIR EN LAS DIFERENCIAS: Para tratar de resolver los
problemas, lo primero que hay que hacer es identificarlos y, a continuación,
afrontarlos.
Si las dificultades se silencian
y “aparcan”, lo que era pequeño se agranda y
lo que en un inicio apenas tenía importancia deviene en el detonante de la
crisis.
La convivencia consiste en buena
parte en aprender a resolver con éxito y conjuntamente los pequeños conflictos
de cada día.
Las diferencias entre el hombre y
la mujer son imborrables e inextinguibles. Por eso es de mal gusto insistir en
ellas, a tiempo y a destiempo.
Los hechos diferenciales que
singularizan a uno y a otro están ahí para una excelsa función: la de
complementarse, crecer y enriquecerse recíprocamente.
El respeto por esas diferencias
inmodificables constituye una excelente oportunidad para que ambos se conozcan
mejor a ellos mismos.
4. ES IMPRESCINDIBLE DEDICAR TIEMPO,
PACIENCIA Y TERNURA AL OTRO CÓNYUGE:
el amor exige tiempo, atención y dedicación vigilante.
Quien no atiende no entiende.
Quien marcha siempre con prisa no puede advertir la realidad del otro, por la
sencilla razón de que atraviesa su ámbito espacial sin dejarse asombrar ni
afectar por la presencia de su pareja.
Entre las personas que se quieren
hay que disponer de la necesaria paciencia, por lo menos de la misma paciencia
que precisa la crianza y buena educación de un niño pequeño.
Si se dan las condiciones
anteriores, la ternura acaba por emerger e invadir la intimidad del otro y,
entonces y sólo entonces, desaparecerán las quejas acerca de si le han dicho o
no que le quieren, o si le admiran o no, porque la ternura es la demostración
objetiva de ese querer, un grito silencioso más poderoso que cualquier decir, y
que casi nunca pasa inadvertido a las personas.
5. ESFORZARSE POR LLEVAR UNA VIDA SEXUAL
PLENA Y ACTIVA: Las relaciones sexuales son necesarias en la vida de la pareja. No
son, desde luego, lo primero, pero sí una de las primeras condiciones que
definen a la pareja o el matrimonio y que han de satisfacerse.
La sexualidad puede suponer —y
supone, de hecho— un cierto esfuerzo, sobre todo si —como habría de ser en el
matrimonio— cada uno de los cónyuges se olvida de sí y solo piensa en la
plenitud de la satisfacción del otro.
Hasta en esto la donación
recíproca está vigente y no debería ser omitida, renunciada y mucho menos
frustrada.
No deja de ser frecuente que en
la pareja se use a veces de la sexualidad bien para resolver otros conflictos,
en que no se llegó a acuerdo alguno, o bien mediante la negación a ella para
seguir revindicando, guerreando y extendiendo los problemas que asientan en
otros ámbitos de la conyugalidad cuyo contenido es muy diferente.
Lo correcto es que cada problema
se resuelva justamente en el ámbito en que se originó y al que obviamente
pertenece, sin dar lugar a tomarse la revancha en otros ámbitos, que en modo
alguno son afines a aquel y no pueden sustituirlo.
6. ESTABLECER Y RESPETAR EL NECESARIO
ÁMBITO DE LIBERTAD PERSONAL DEL OTRO: Que
hombre y mujer sean “una sola carne»” no ha
de tomarse como una unión tal que conlleva a la fusión entre ellos y a la
confusión de sus personas.
El matrimonio, desde luego, les
constituye en una sola carne, pero al mismo tiempo —he aquí el misterio—
conserva en su integridad aspectos diferenciales de las genuinas personalidades
de cada uno de ellos.
Como consecuencia, es preciso
establecer cuál es el necesario ámbito de libertad que es más apropiado a cada
uno de ellos y que el otro no puede, no debe forzar ni dejar de respetar.
En el escenario de la profesión,
por ejemplo, esta es una exigencia ética que jamás debería ser conculcada.
7. MANTENER UN REPARTO EQUILIBRADO Y
FLEXIBLE DE TAREAS Y ROLES: Las diversas cualidades de cada uno de los cónyuges, su propia
singularidad y la eficiencia que deriva de la división del trabajo exige este
reparto de funciones entre ellos.
Lo lógico es que el más dotado
para una determinada tarea o al que le cueste menos esfuerzo llevarla a cabo
sea el que tenga que desempeñarla.
No se trata de “arrimar el hombro” a los menesteres menos
agradables para cargar las espaldas del otro. Se trata tan solo de ser más
eficaces, pero sin hundirse en el utilitarismo funcionalista.
Por eso es también conveniente
que si uno de ellos advierte que al otro el desempeño de una función le supone
mucho esfuerzo, se adelante y la haga o le ayude mientras la realiza.
La pareja no está constituida
para restar, sino para sumar; está para multiplicar en lugar de dividir, para
tener más en cuenta lo que les une que lo que les separa.
En cierto sentido, marido y mujer
devienen en cofundadores, a partes iguales, de una sola y única empresa, en la
que no puede precisarse qué es de cada uno de ellos, porque lo que es de uno es
también del otro, porque todo es de los dos.
Aquí los dos son corresponsables,
coexistentes y copartícipes de todo cuanto les acontezca a ambos.
8. FOMENTAR UNA CIERTA COMPLICIDAD
AÑADIDA: El mismo tejido de la pareja está reñido con la incomprensión y el
sentimiento de soledad. La pareja es compañía, ausencia de soledad, comunión.
No es infrecuente la presencia de
parejas que posiblemente se quieren mucho entre ellos y son muy equilibradas,
pero se percibe que les falta algo. Son marido y mujer y excelentes padre y
madre, pero... ¡no son compañeros!, la vida de uno no ha sido compañía
inseparable de la vida del otro.
En estos casos lo que falta es
esa generosidad para abrir la intimidad —lo que más les suele costar— y
ofrecerla y regalarla gustosamente al otro.
Cuando ambos devienen en
compañeros —en buenos compañeros, se entiende—, el regalo de la intimidad se
desborda y surge esa alegría vital, que no se puede ocultar en quienes se
sienten cómplices y realmente lo son de sus propios afanes, ilusiones, deseos,
expectativas, fantasías, decires, sentimientos, proyectos, pensamientos y
recuerdos.
(Por Aquilino Polaino-Lorente; fragmento del libro Divorcio, ¿cómo ayudamos a los hijos? publicado en marzo
de 2015 por la editorial Stella Maris)
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