La tibieza paraliza. Sobre todo, cuando llega con diversiones inocentes
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Un rato más en la cama. Una imagen que aparta del trabajo emprendido. Una
lectura que absorbe. Salir al cine o ir de compras. Llenar el tiempo con las
redes sociales. Tibieza que envuelve suavemente.
La tibieza paraliza. Sobre todo,
cuando llega con diversiones “inocentes”, cuando
nos atrapa con intereses que no tienen “nada de malo”.
El problema está en hacer tantas
actividades que no “manchan”, pero que
impiden hacer tantas otras actividades que promueven la justicia, que llevan a
crecer en la vida cristiana y en el amor a los cercanos y a los lejanos.
El mundo vive ahogado por
parálisis de tibiezas que avanzan con apariencias inocentes y con venenos que
narcotizan. Porque el problema, como alguien afirmaba, no está en la fuerza de
los malos, sino en la tibieza de “los buenos”.
Frente al peligro de la tibieza,
hace falta reaccionar. Si mi tiempo ha quedado atrapado por mil frivolidades
que me apartan del amor y me impiden salir hacia los demás, urge romper el
cerco.
¿Cómo? Desde una mirada a Cristo y un “no”
al primer impulso que me encierra en mis gustos y caprichos. Con una oración y un “sí” para llamar al familiar enfermo, para
pedir perdón a quien ofendimos, para limpiar la habitación, para devolver aquel
libro prestado.
Son cosas pequeñas, pero que sirven
para sacudir una tibieza que anestesia. Entonces descubriré que el tiempo está
ahora en mis manos, que puedo usarlo para el bien verdadero, que mi corazón
late por ideales altos y buenos.
Quizá no tendré minutos para
responder a cien mensajes electrónicos intranscendentes o para ver las últimas
fotos de los amigos, pero sí los tendré para amar a Dios, mi Padre, y para
ayudar y servir a familiares, amigos y pobres necesitados de cariño y de gestos
solidarios.
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