En el camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas, pero en esta carrera el hombre no camina solo, Dios es su acompañante.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente:
Catholic.net
Un joven acudió una vez a un anciano y le pidió que
orara por él:
– “Me doy cuenta que estoy cayendo continuamente en
la impaciencia, ¿podría orar por mí para que pueda ser más paciente?”.
El anciano accedió. Se arrodillaron, y el hombre de Dios comenzó a orar:
– “Señor, mándale tribulaciones a este joven esta
mañana, envíale tribulaciones en la tarde…”
El joven le interrumpió y le dijo:
- “¡No, no! ¡Tribulaciones no! ¡Paciencia!”.
-“Pero la tribulación produce paciencia –contestó
el anciano–. Si quieres
tener paciencia, tienes que tener tribulación”.
Cualquier caminante necesita echar mano de la paciencia, pues el camino es
largo, arduo y costoso, expresaba san Juan de la cruz y en todo camino se
presentan dificultades y tribulaciones de todo tipo.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
Jesús aparece el nuevo mediador de Dios (Mc 3,14) y la definitiva revelación de Dios (Jn 17, 22). Jesús señala las condiciones de este camino para entrar
en el Reino (Mt 5,20). El caminar cristiano
es una carrera (1Co 9,24-27). Para caminar
hay que poner lo ojos en Jesús (Hb 12,1-2) y peregrinar (Hb 11,13-16), sin poseer una ciudad permanente (Hb 13, 14) siendo huéspedes de este mundo (1P 1,1). Él es
camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde
tendría que ir la humanidad, camino recto; quien quiera transitar por caminos
de vida, tendrá que caminar con él y por él.
El símbolo del “camino” nos evoca el
seguimiento, el proceso espiritual, nos habla de nuestra condición de
peregrinos. Somos extranjeros y peregrinos (1P
2,11), somos ciudadanos del cielo, buscamos otra
ciudad (Hb 11,9-10). Aquí estamos de paso, esta tierra no es nuestra
morada permanente.
El Señor resucitado nos invita a abandonar Jerusalén y a volver a Galilea
-donde todo comenzó-, pues allí le veremos (Mc 16,7), nos invita a salir y
ponernos en camino. No es fácil responder a esta llamada, ya que amamos la
seguridad y estabilidad que nos ofrecen las instituciones y todo tipo de
seguridades que nos hemos ganado. Tendemos a instalarnos en nuestras ideas, en
nuestros sentimientos, en nuestros trabajos, en nuestras seguridades. Jesús
también estuvo sometido a constantes tentaciones, que le invitaban a escoger
otro camino más fácil, pero las venció todas y perseveró hasta el final.
Nosotros también sufrimos el acoso de las tentaciones para dejar el camino.
Jesús acompañó en todo momento a sus discípulos. “No
os dejo huérfanos, volveré a visitaros” (Jn 14,18). Y acompañó a los
enfermos y a muchos sanó por su fe. "Hija, tu
fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia" (Mc 5,
33-34) Jesús acompañó a todos aquellos que se encontraron con él. En este
acompañamiento de la persona Jesús va al fondo, lleva a la persona a nacer de
nuevo. “Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no
puede ver el reinado de Dios...Te aseguro que, si uno no nace de agua y de
Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3-5). Y nacieron
de nuevo María Magdalena, Zaqueo, Pedro Ignacio de Loyola, Agustín, Carlos de
Foucauld....
La vida cristiana se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino” (9,2; 18,25,24,22). En este camino
hacia Dios abundan las pruebas y caídas (1P 1, 7) las grandes privaciones (1Co
9, 24-26) y el hacerse violencia (Mt 11, 12). Pero en esta carrera el ser
humano no camina solo, Dios es su acompañante. El ser humano es un ser en
camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con
encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la
muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para
superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los
ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en
continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y
empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.
El seguir a Jesús requiere el poner los ojos en él, en tener sus mismos
sentimientos y actitudes, en dar la vida. Y en este camino se sube bajando, se
entra saliendo, se es espiritual, encarnándose y se gana la vida perdiéndola.
Es un camino totalmente imprevisible, en él abundan las pruebas y caídas (1P
1,7) grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y hay que hacerse violencia (Mt 11,12).
Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su compañero; por
eso tenemos que tener confianza y saber que él nos acompaña y que aunque
caminemos por cañadas oscuras nada debemos temer, porque él va con nosotros y
su vara y su cayado nos sosiegan (Sal 22).
Jesús nos invita a seguirle, a caminar con él. La Biblia habla de camino,
sendero, vía (Dt 30,15-16) y de la necesidad de escoger un camino u otro, el de
salvación o el de perdición para la persona, de vida o de muerte (Dt 30,1-5). “Hay un camino que uno cree recto y que va a parar a la
muerte” (Pr 14,12). Jesús nos ha dado a conocer al Padre. A Dios nadie
lo ha visto nunca. El Hijo Único de Dios, que es Dios y está en el seno del
Padre, nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). Quien lo ve a él, ve al Padre (Jn
14, 9). Él es el camino que nos lleva al Padre, la única posibilidad que tiene
el hombre de encontrar la plenitud de la vida: “Yo
soy el camino y la verdad y la vida. Nadie
puede llegar hasta el Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).
Para que Jesús pueda acompañarnos necesitamos desearlo y permitirle que camine
con nosotros. Y en este caminar con él necesitamos confiar en él, perseverar y
tener paciencia; pues además de una confianza y fidelidad a toda prueba se
necesita perseverancia, pues en cualquier campo de la vida no se adelanta nada
sin constancia ya que cualquier proyecto necesita tiempo y esfuerzo para
echarlo adelante.
Hay personas que parecen mariposas, saltando de médico en médico o de
compromiso en compromiso; así en la vida espiritual comienzan un proyecto, con
mucho calor, y a los pocos días se enfrían y se desinflan, son amigas de actos
heroicos, pero a corto plazo, la vida diaria, el martirio de cada día no tiene
atractivo, no aguantan ese ritmo.
Paciencia necesitamos cuando deseamos caminar; paciencia para entender y
escuchar a Dios, al otro y a uno mismo; paciencia porque el camino es largo,
complicado y lleva mucho tiempo. Sin embargo la marcha lenta obtiene grandes
resultados, “poco a poco se va lejos”. La
paciencia, como la paz y la felicidad, brotan de uno mismo; por mucho que
intenten los otros de que perdamos los estribos, nadie nos arrebatará nuestra
paz si nuestra paciencia está bien arraigada. Los obstáculos, las dificultades,
los contratiempos desesperan a muchos; sin embargo, Dios nos ha dado los medios
con que soportar las cosas que nos sobreviene sin dejarnos deprimir ni
aplastar.
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