VEINTINUEVE TESTIGOS CORROBORARON LO SUCEDIDO EN 1677 EN ALCOBENDAS
En el siglo XI, en tiempos de Alfonso VI (1047-1109), una pastorcilla manca pastoreaba un rebaño de ovejas en Fuentidueña (en lo que hoy es El Soto de la Moraleja, en la
región de Madrid) cuando se le apareció la Virgen María.
La Virgen pidió a la chica que fuese al pueblo a dar noticia del hecho.
La niña estaba confusa y no sabía qué hacer, así que la Virgen le pidió que
fuese a su casa y cogiese un pan del arca en el que lo guardaba su madre.
La pequeña respondió que su madre no tenía ese arca llena de pan de la
que le hablaba. María le dijo entonces, para demostrarle que podía confiar en
ella, que cogiese una piedra y la lanzase con su mano inútil. La pastora, al cumplir lo mandado, descubrió que su mano
estaba sana, y ahora sí
convencida corrió a contar a todos lo sucedido.
Desde entonces la devoción a la Virgen de la
Paz, como fue denominada esta milagrosa advocación, arraigó fuerte en toda la zona de Alcobendas.
El 25 de enero de 1677 Juan Perdiguero Peñalosa, prioste de la Hermandad de
la Virgen de la Paz, había invitado a más de trescientas personas para festejar
esta advocación, para lo cual dispuso una gran tinaja de vino con capacidad de entre 10 y 12 arrobas (en torno
a 125 litros).
LA TINAJA DE LA HERMANDAD,
CASI VACÍA
Sucedió que en la noche del 24 de enero, Juan fue a la tinaja a comprobar
cuánto vino quedaba y se la encontró casi vacía.
La fiesta iba a seguir al día siguiente e iba a tener que suspenderla
por ese motivo, por lo que, tras una noche de gran tribulación, por la mañana
acudió al lugar dispuesto a darla por concluida, y satisfecho en cualquier caso
por haberla podido celebrar, considerándose responsable del fallo por su mala
previsión: "Virgen Santísima, yo os he hecho la fiesta
con mucho gusto y no me ha faltado cosa alguna", agradeció.
La tinaja se conserva en la ermita de la Virgen de
la Paz y es propiedad de su Hermandad.
Pero al llegar a la tina se la encontró rebosante de vino, que brotaba del fondo como de una
fuente.
Consciente de que había sucedido un milagro, avisó a su mujer
y luego al resto del pueblo, y no
trescientas, sino seiscientas personas bebieron de aquel vino desde las seis a
las once y media de la mañana.
Los testigos fueron numerosos, entre ellos el juez, que ordenó al final precintar el lugar y tras informar al
párroco, ante el notario y el escribano recogieron la declaración de hasta 29
testigos.
La documentación del caso se encuentra en un libro de 142 páginas perteneciente
al archivo parroquial de la iglesia de San Pedro Apóstol de Alcobendas y
lleva el sello del entonces cardenal arzobispo de Toledo, Pascual Aragón, quien
moriría en septiembre de ese mismo año, aún con tiempo de certificar el
carácter milagroso de lo acontecido.
Un milagro, pues, con doble resonancia evangélica: la multiplicación de los panes y los peces y las bodas de Caná.
Pero en este caso la Santísima Virgen no se limitó a ordenar a los anfitriones
que obedeciesen a Jesús para transformar el agua en vino, sino que ella misma obró el milagro.
(Publicado originariamente en mayo de 2016, primero
en CariFilii.es, luego en ReligionEnLibertad.)
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