Una vez, una joven mujer dijo al Arzobispo Fulton J. Sheen que ella nunca rezaba el Rosario, porque cualquiera que repitiera una y otra vez las mismas palabras no podía ser sincero.
El
Arzobispo le preguntó si ella estaba comprometida en matrimonio.
Ella le
respondió que sí.
¿Te
ama tu prometido?
- Por supuesto
-¿Cómo
lo sabes?
-Él me lo ha dicho
-¿Te
lo ha dicho tan solo una vez?
- Por supuesto que no.
-¿Te
lo ha dicho dos veces?
-Él me ha dicho cientos de veces que me ama.
-Oh,
en tal caso yo no me casaría con él. No ha de ser sincero si repite la misma
cosa una y otra vez.
Cuando
dos personas se aman, lo dicen, no una sino cientos de veces, lo repiten y lo
repiten. La verdad es que la repetición es el lenguaje del amor. La repetición
no crea monotonía, de hecho crea estabilidad, reafirma, incluso sirve como
amortiguador contra el impacto de un cambio futuro.
Cuando
una madre dice a su hijo "Yo te amo", el
niño quiere oírlo una y otra vez.
La
monotonía es eliminada no por un cambio constante sino por la atención, la
sinceridad y el propósito. Si jugar al golf consistiera únicamente en golpear
una pelota, sería más que monótono. Pero démosle un propósito: el propio campo de golf y una copa como trofeo y ah,
entonces se convierte en un juego fantástico. Las funciones. más
esenciales de la vida son repetitivas: comer es
repetitivo, dormir es repetitivo, trabajar es repetitivo, amar es repetitivo.
El
Rosario es el lenguaje del amor.
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