Salvo algunas breves alusiones personales de Francisco, la declaración no firmada de este jueves es la primera reacción oficial de la Santa Sede ante la heterodoxia del 'camino sinodal' alemán.
En la reciente conversación con
los editores de las revistas europeas de la Compañía de Jesús, transcrita y
publicada por La Civiltà Cattolica, el
Papa Francisco dijo
lo suyo también sobre el “camino sinodal” en curso en Alemania. A su juicio, “el problema surge cuando el camino sinodal parte de las
élites intelectuales y teológicas, y está muy influido por presiones
externas”, cuando en cambio se debe hacer “con los fieles, con el pueblo”.
Lo malo es que cuando esto
sucede, es decir, cuando se recogen las exigencias de la base o se sondea la
opinión de los fieles, los resultados son prácticamente los mismos que los dictados por las élites dominantes o por las presiones externas, con la inevitable
letanía de pedidos que van desde los sacerdotes casados hasta las
sacerdotisas, desde la nueva moral sexual y homosexual hasta la democratización
del gobierno de la iglesia.
Francisco expresó sus temores
sobre el sínodo de Alemania en una carta de junio de 2019 que “escribió solo”. Pero después lo dejó avanzar sin
ponerle freno y sin dar señal alguna de escuchar los crecientes gritos de alarma del
cardenal Walter Kasper, quien al comienzo de su pontificado fue su
teólogo reformador de referencia, pero que del sínodo alemán -lo definió como
un “intento de golpe de Estado”- incluso
duda de que sea “verdaderamente
católico”.
No solo eso. Es cada vez más
palpable el riesgo de que la agenda del “camino
sinodal” de Alemania termine dentro de ese otro sínodo de la Iglesia
universal que el Papa
convocó en 2021, haciéndolo partir, precisamente, desde las periferias y desde
las bases, y que tendrá su sesión culminante en Roma, en octubre de 2023.
Inicialmente, la convocatoria de
este sínodo general ni siquiera fue noticia. El tema que le había asignado
Francisco, la “sinodalidad”, parecía
tan abstracto y aburrido como para
desalentar cualquier interés en los medios.
Pero después, tan pronto como las
diócesis comenzaron a palpar el estado de ánimo de los sacerdotes y fieles, se
vio inmediatamente con qué material estaba hecha la letanía de las solicitudes.
Con el resultado de que ahora las conferencias episcopales, al hacer el balance
de la primera fase descentralizada del sínodo, encuentran en sus manos un duplicado del “camino sinodal” de Alemania, también invocado por sus fieles.
El caso de Francia es ejemplar. A mediados de
junio, la Conferencia Episcopal Francesa se reunió en una sesión especial,
precisamente para desarrollar una Collecte
des synthèses sinodales producida
en las diversas diócesis, y transmitirla a Roma. Al votar el documento, la
conferencia episcopal no aprobó su contenido, se limitó a buscar su adhesión a
las peticiones de los miles de sacerdotes y fieles entrevistados. Pero las
peticiones enviadas a Roma incluyen precisamente la superación del celibato del
clero, la ordenación de mujeres al diaconado y al presbiterado o al menos, “como un primer paso”, encomendarles las homilías
de las Misas, una reforma radical de la liturgia y de sus lenguajes “ahora inadmisibles”, la admisión generalizada a
los sacramentos de los divorciados vueltos a casar y de las parejas
homosexuales.
En Irlanda sucede lo mismo. Además de los
informes de las consultas en cada diócesis, los obispos también se sirvieron de
una amplia encuesta de opinión entre los fieles. Y resultó de ello que la casi
totalidad de los católicos irlandeses quieren sacerdotes casados y mujeres
sacerdotes, el 85% quiere que se suprima cualquier condena de los actos
homosexuales, el 70% quiere que también los laicos tengan poder de decisión en
la Iglesia, y aún otros quieren que se eliminen de la Misa las lecturas del
Antiguo Testamento "que chorrean sangre”.
En la reunión de la Conferencia
Episcopal Irlandesa a mediados de junio también estuvo presente la
hermana Nathalie Becquart, subsecretaria en Roma
del sínodo sobre la sinodalidad, quien dijo que en dos mil años de historia es
la primera vez que la Iglesia da vida a una consulta tan universal, que
Francisco quiso empezar desde las bases. Nadie sabe dónde
terminará este sínodo, concluyó,
pero precisamente por eso debemos estar abiertos a las “sorpresas
del Espíritu Santo”.
Sor Becquart, que en el sínodo
tendrá derecho a voto como los obispos, forma parte del trío marcadamente progresista que
Francisco ha puesto al frente del sínodo sobre la sinodalidad, junto al
secretario general, el cardenal maltés Mario Grech, y el
relator general, el cardenal luxemburgués y jesuita Jean-Claude
Hollerich.
Y como si eso no fuera
suficiente, con estos dos cardenales Francisco ha puesto en marcha un grupo de
trabajo sobre cómo conciliar el sínodo alemán con
el de la Iglesia universal. La
noticia la dio a conocer el pasado 3 de febrero el presidente de la Conferencia
Episcopal Alemana, el obispo de Limburgo, monseñor Georg Bätzing, cuyos deseos revolucionarios son aún más
apremiantes que los ya temerarios del propio Hollerich, hasta el punto de decir
recientemente que está “decepcionado” por el paso demasiado lento del Papa.
En vano, no pocos obispos y
cardenales golpearon las puertas del Dicasterio para la Doctrina de la Fe,
pidiendo que se desautorizaran las tesis más atrevidas del cardenal Hollerich,
especialmente las que anulan la doctrina sobre la
sexualidad y la homosexualidad. El
Dicasterio guarda silencio y todos están convencidos de que es el Papa quien
impone la mordaza.
Entre los nuevos cardenales
anunciados por Francisco el domingo de la Ascensión hay al menos un par de
paladines de esta revolución doctrinal: el obispo de San Diego, monseñor Robert McElroy, y el arzobispo de Manaos, monseñor Leonardo Ulrich Steiner.
El efecto del práctico dejar
pasar concedido por el Papa al “camino sinodal” alemán
es que cada vez son más en la Iglesia los que se sienten autorizados a
comportarse en consecuencia.
En Alemania han causado impresión
los trescientos frailes franciscanos que a mediados de junio eligieron como
superior provincial a Markus Fuhrmann, quien unas
semanas antes había sido noticia por haber declarado públicamente que era homosexual, además de
ferviente partidario de las más atrevidas innovaciones en danza en el “camino
sinodal” alemán.
Y unos días después, de nuevo en
Alemania, volvía por enésima vez a reclamar las mismas novedades -incluida la
bendición de las uniones homosexuales en el templo, prohibidas sólo de palabra por el Vaticano- el número
uno de la jerarquía alemana, el cardenal Reinhard
Marx, arzobispo de Múnich y miembro prominente del
selecto Consejo de Cardenales creado por el Papa para ayudarlo en el gobierno
de la Iglesia universal.
En Suiza, en la diócesis de
Chur, el obispo Joseph Maria Bonnemain ha obligado a los sacerdotes y empleados
diocesanos a firmar un código arcoíris que, entre otras cosas, les compromete a “renunciar a las evaluaciones generalmente negativas
sobre supuestos comportamientos no bíblicos en materia de orientación sexual”.
En Italia, en la arquidiócesis de Bolonia,
el 11 de junio una pareja masculina se unió civilmente en el ayuntamiento e
inmediatamente después celebró su unión en la iglesia, en una Misa oficiada por
el responsable de la pastoral familiar de la arquidiócesis, el padre Gabriele Davalli. Una declaración posterior
y retorcida de la arquidiócesis intentó justificar lo sucedido, argumentando
que se trataba simplemente -contra la evidencia de los hechos- de una Misa de
acción de gracias para el grupo católico LGBT En
camino, al que pertenecen los dos. Pero a nadie se le
escapa que el arzobispo de Bolonia es el cardenal Matteo Zuppi,
quien desde hace un mes es el presidente propuesto por el Papa de la
Conferencia Episcopal Italiana y también es el primero en el ranking de papables en un futuro cónclave. Se puede prever que
este episodio dañará su carrera por la sucesión de Francisco, haciéndole perder
esos pocos votos que podría reunir incluso entre los cardenales conservadores.
En síntesis, el contagio del “camino sinodal” de Alemania, al que el Papa no
le ha puesto límites [Nota de ReL: este
artículo es anterior a la nota de la Santa Sede del
pasado jueves 21], ha traspasado
ahora las fronteras y amenaza con condicionar el propio sínodo general sobre la
sinodalidad. No ha tenido ningún efecto ni siquiera la sentida carta
abierta enviada a los obispos alemanes el 11 de
abril por los cardenales Francis Arinze, Raymond
Burke, Wilfried Napier, George Pell, Camillo Ruini, Joseph Zen y un centenar de arzobispos y obispos de
todo el mundo.
Que la Iglesia católica se
transforme en una especie de sínodo permanente, con las
exigencias de las bases, es decir, de la cultura dominante, para ser la que
mande, es otro de los peligros denunciados por el cardenal Kasper.
En todo caso, a juicio de otro
cardenal, el italiano Camillo Ruini, una
parte sustancial de la Iglesia ya ha traspasado los límites de la doctrina
católica al menos en un punto: la aprobación de los actos homosexuales. “No niego que haya riesgo de cisma”, dijo el 4 de
mayo en una entrevista publicada en Il Foglio, “pero
confío en que, con la ayuda de Dios, se lo podrá superar”.
Publicado en el
blog del autor, Settimo
Cielo.
Por: Sandro Magister
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