Marcos 10, 2-16. Domingo 27o. del Tiempo Ordinario B. Es en las pruebas donde el amor se acrisola, y el paso de los años agigantan la fidelidad.
Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según
san Marcos 10, 2-16
Se acercaron unos fariseos
que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la
mujer?». Él les respondió: ¿Qué os
prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de
divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de
vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de
la creación, Él los hizo varón y hembra.
Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola
carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios
unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a
preguntar sobre esto. El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con
otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa
con otro, comete adulterio.» Le presentaban unos niños para que los tocara;
pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como
éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios
como niño, no entrará en él.» Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo
las manos sobre ellos.
ORACIÓN INTRODUCTORIA
Señor, Tú dijiste que el Reino de los cielos es de los pequeños, de los
que son mansos y humildes y aceptan tu voluntad sin cuestionamientos absurdos.
Quiero comenzar mi oración haciendo un acto de humildad. Soy un pecador.
Necesito de tu misericordia. No soy ni siquiera digno de ponerme en tu
presencia, pero con la confianza que me da tu amor vengo a dialogar contigo.
Acógeme como recibiste a aquellos niños de los que habla el Evangelio y dame tu
gracia.
Petición
Señor, aumenta mi fe para que nunca
tenga una actitud farisaica o altanera en mi oración.
MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
En la familia todo está entrelazado: cuando su
alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un
hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una
sola carne” y a formar una familia, piensa obsesivamente en las propias
exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente
el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para
llorar solos… Debemos entender bien esto. Marido y mujer son una sola carne.
Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que
Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños podemos
comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar
la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la
mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos
del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.
Es verdad, por otra parte, que hay casos en los
que la separación es inevitable. A veces se puede convertir incluso en
moralmente necesaria, cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más
débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la
prepotencia y la violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de
la indiferencia. (Catequesis de S.S. Francisco, 24 de junio de 2015).
Reflexión
Hace ya mucho tiempo hicieron esta misma
pregunta a nuestro Señor. ¿Es lícito a un hombre
divorciarse de su mujer? -le preguntaron los judíos al Señor-. En el
judaísmo del tiempo de Jesús había dos posturas contrapuestas sobre el tema del
divorcio: una, liberal, que daba al hombre derecho de repudiar a la esposa por
cualquier motivo que él, en su propio arbitrio, considerara suficiente; la
otra, en cambio, tenía un poco más de consideración respecto a la mujer, y
exigía que existiera, al menos, un motivo grave y razonable para ello. Aquellos
hombres pretendían que Jesucristo se pronunciase sobre una de esas dos
posturas, pero les va a salir, como tantísimas otras veces, el tiro por la
culata.
Les responde, sencillamente, que por ningún motivo debe el hombre divorciarse
de su mujer. Y, como argumento decisivo, apela a la Palabra de Dios, a la
Sagrada Escritura: Moisés lo permitió por vuestra terquedad les dice. Pero al
principio de la creación no era así. Dios los creó hombre y mujer. Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos
una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Así pues, lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre. ¡Respuesta
clarísima y contundente! No hay lugar a dudas ni a fáciles escapatorias.
El Evangelio del día de hoy nos permite hacer una brevísima reflexión sobre la
dignidad del matrimonio cristiano y la grandeza de la fidelidad conyugal.
Existen ya tantas y tantas páginas sobre este tema, que es imposible decir algo
nuevo. Pero no es lo que pretendo. Y tampoco me voy a detener en aspectos
doctrinales que considero que ya te son muy bien conocidos. Simplemente deseo
compartir contigo, amigo lector, algunas experiencias, pues las páginas más
bellas y fascinantes son las que se han escrito no con tinta, sino con el amor,
la sangre y la vida misma.
Creo que todos guardamos en nuestra memoria testimonios muy hermosos y
admirables de esposos cristianos, que han sido ejemplo de auténtico amor y
fidelidad conyugal a lo largo de su vida, a pesar de las mil dificultades de
todos los días. Más aún, es precisamente en las pruebas donde este amor se
acrisola, y el paso de los años agigantan y embellecen la fidelidad.
Hace ya tiempo conocí a una señora sevillana, todavía joven y bella, que
llevaba como veinte años de viuda y que había sacado adelante a sus cinco hijos
no sin pocos sacrificios, pero con un grandísimo amor y dedicación admirable.
Y, conversando con ella, me decía en una ocasión que se sentía profundamente
orgullosa de su familia y de su matrimonio; que para ella, su esposo no había
muerto, pues siempre había permanecido vivo en su pensamiento y en su corazón.
Y me dejó muy impresionado cuando me confesó: Mire este anillo de bodas. Se ha
embellecido mucho a lo largo de todos estos años y ahora su precio es
incalculable: vale muchísimos más quilates que cuando me casé. ¡Qué testimonio tan maravilloso de amor y de fidelidad de
esta mujer! Efectivamente, el paso del tiempo, como a los buenos vinos,
ha purificado, aquilatado y añejado su amor.
Recuerdo también con gran emoción aquella noche, hace ya más de tres lustros,
cuando me encontraba en casa, conversando a solas con mis papás. Hablábamos de
los temas más variados de la vida. Y se me ocurrió preguntarles cómo se habían
conocido y enamorado. Quería compartir con ellos sus recuerdos más bellos y
personales, y que los habían hecho tan felices. Les pedí que me contaran algo
de su noviazgo y de sus experiencias como esposos y padres cristianos. Fueron
aquéllas, horas muy sabrosas de tertulia familiar. Y me acuerdo que, en un
momento, me dijo mi papá: Mira, hijo, en todos
estos años, tu mamá y yo nunca nos hemos peleado. Yo me admiré un poco
y, al ver mi padre mi extrañeza, añadió: Bueno,
obviamente, pequeños desacuerdos o diversidad de opiniones sobre algunas cosas,
sí han existido. Pero nunca hemos llegado a una violenta discusión o un enojo
fuerte entre nosotros. Y, ¿sabes por qué? Porque para pelear se necesitan dos;
y no hay pelea donde uno de los dos no quiere. Y así hemos hecho siempre hasta
el día de hoy. Esto es lo que nos ha mantenido unidos y ha acrecentado nuestro
amor. Realmente, ¡qué hermosos testimonios de fidelidad y de amor conyugal!
Y podríamos contar infinidad de casos más.
¿Es lícito divorciarse? Nuestro Señor nos da la
respuesta clarísima en el Evangelio de hoy. Y, además, el testimonio -a veces
heroico- de tantísimos hombres y mujeres nos ofrece un argumento decisivo en
esta materia.
Propósito
Proponer, con convicción y constancia, momentos específicos de
oración familiar, pidiendo por los matrimonios que más quiero.
DIÁLOGO CON CRISTO
¡Señor, que los esposos cristianos sigan
dando este maravilloso ejemplo de amor y de fidelidad, tan urgente hoy más que
nunca, a todos los hombres de nuestra sociedad contemporánea! Sólo así
seremos de verdad auténtico fermento en la masa.
¿JESUCRISTO ADMITIÓ EL DIVORCIO?
Jesucristo legisló
sobre el divorcio derogando explícitamente la dispensa que regía en el Antiguo
Testamento.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. | Fuente:
TeologoResponde.org
¿Enseña Jesucristo que el divorcio es lícito al menos en
ciertos casos excepcionales? ¿Cómo deben interpretarse las palabras de Cristo
en San Mateo: “salvo en caso de adulterio”?
El matrimonio es indisoluble por naturaleza y
por positiva institución de Dios. Por naturaleza, porque sin indisolubilidad no
son alcanzables los fines propios del matrimonio [1]. Además por positiva institución de Dios que se remonta
al momento mismo de la creación, como puede verse expresado en las palabras del
Génesis (2,24): Por esto deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su
mujer, y vienen a ser una sola carne. En este sentido las interpreta Cristo: Al principio no fue así... lo que Dios ha unido no lo
separe el hombre (Mt 19,6).
Como consecuencia, el divorcio (se entiende en caso de matrimonio válido)
contradice tanto los preceptos positivos de Dios cuanto la ley natural. Los
teólogos se explicitan diciendo que contradice el derecho natural secundario,
es decir, el conjunto de preceptos cuya observancia facilita la consecución del
fin primario; éste podrá ser alcanzado, pero con dificultad y no siempre. Los
preceptos secundarios se siguen, a modo de conclusiones, de los primarios
2].
Sin embargo, históricamente sabemos que la ley mosaica permitió la práctica del
libelo de repudio, es decir, permitía al hombre separarse de su mujer y
volverse a casar, al menos en algunos casos [3].
¿Cuándo estaba permitido? La cláusula mosaica dice simplemente (Dt 24,1): si
nota en ella algo de torpe [erwat dabar]. Dos escuelas contendían
fundamentalmente entre sí sobre este punto. La escuela del rabí Hillel era laxista y sostenía que el marido podía
repudiar a su mujer por cualquier torpeza (incluso si dejó quemar la comida).
La de Shammai era más rigorista y decía que
la afirmación de Moisés se refiere a una torpeza moral grave, es decir, sólo en
caso de adulterio de la esposa.
Jesucristo al discutir con los fariseos que le plantean el caso deja bien en
claro que el motivo de esta permisión divina fue la dureza del corazón. Da por
supuesto que Dios podía dispensar de su derecho positivo y de la ley natural en
este caso. Lo hace sólo como dispensa, para evitar males mayores: el hecho de que Dios no aprueba la costumbre sino que se
limita a reglamentar el libelo de repudio como mal menor lo vemos expresado en
lo que dice por Malaquías (2,14-16): Yo
aborrezco el repudio, dice Yahvé,
Dios de Israel. Ahora bien, ¿por qué puede Dios
dispensar de la ley natural en este caso? La explicación que da Santo
Tomás es que la indisolubilidad pertenece al derecho natural secundario, como
hemos dicho, por lo cual Dios -y sólo Dios- podía dispensar del mismo por
motivos graves [4]. El motivo grave era
aquí evitar el crimen de conyugicidio o uxoricidio, que los corazones duros de
los judíos no hubieran dudado en perpetrar. Algunos Santos Padres (san Juan
Crisóstomo, san Jerónimo, san Agustín) y el mismo Santo Tomás deducen que ésta
es la dureza del corazón a la que se refiere Cristo, basándose en las palabras
del mismo Deuteronómio (22,13): si un hombre después de haber tomado mujer, le
cobrare odio... [5].
Ahora bien, ¿qué actitud toma Cristo frente a esto?
Jesucristo legisló sobre el divorcio derogando explícitamente la
dispensa que regía en el Antiguo Testamento [6].
Esto aparece en cuatro lugares evangélicos: Mt 19,3-9, Mt 5,31, Mc 10,2-12 y Lc
16,18. Sin embargo, en el mismo momento en que Nuestro Señor restaura la
indisolubilidad original, aparece en sus labios (aunque sólo en los dos textos
de Mateo) una expresión que parecería conceder cierta excepción (es decir,
cierta posibilidad de divorcio): salvo caso de adulterio, excepto en caso de
fornicación. Por tanto, ¿se trata de una
indisolubilidad absoluta o en la mayoría de los casos? Para responder
debemos analizar los textos.
1. LOS PROBLEMAS QUE
PRESENTAN LOS DOS TEXTOS DE SAN MATEO
El texto del capítulo 19 de San Mateo se ha de interpretar teniendo en cuenta
el contexto histórico en que se desarrolla la discusión. Cristo está polemizando
con los fariseos y son ellos quienes sacan la cuestión del divorcio; la
pregunta apunta a ver en cuál de las opiniones más importantes del tiempo (la
de Hillel o la de Shammai) se enrola Jesús.
Jesucristo responde apelando a la intención originaria de Dios en el Génesis: ¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo
varón y mujer? Y dijo: ‘Por esto dejará el
hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer, y serán dos en una sola
carne’ (Mt 19,4-5); y termina su razonamiento diciendo: Así, pues, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (v.6).
Los fariseos entienden claramente que Jesucristo no concede ninguna posibilidad
(ni siquiera el caso restrictivo de Shammai), por eso objetan con la actitud
permisiva de Moisés. Jesucristo, por tanto, debe explicar cómo se interpreta la
actitud de Moisés y defender su posición intransigente, lo que hará apelando
nuevamente a la intención originaria del Creador (Al principio no fue así: Mt
19,8) y explicando el por qué de la actitud mosaica (se debió a la dureza del
corazón de los judíos; ya hemos indicado en qué sentido se entiende esto).
Ahora bien, Jesucristo, después de recordar la permisión mosaica, va a legislar reinstaurando el matrimonio en su fuerza original. Él tiene
conciencia de estar abrogando una ley transitoria del Antiguo Testamento; por
eso introduce la nueva legislación (al menos en el texto de Mt 5) [7] con las palabras Mas yo os digo, locución con la cual en
el sermón del monte opone precisamente a la enseñanza de los antiguos su propia
superioridad [8]. ¿Y
cuál es la enseñanza que él opone a lo que fue dicho a los antiguos?
Quien repudia a su mujer (salvo caso de adulterio) y se casa con otra, adultera
(Mt 19,9; cf. Mt 5,32).
Aquí está el problema. Mt 19,9: Salvo en caso de adulterio (mé epì porneía); Mt
5,32: excepto en caso de fornicación (parectós logou porneías) [9]. El núcleo del problema consiste, en realidad, en la
interpretación correcta de las dos expresiones griegas.
Antes de presentar las distintas opiniones al respecto, hay una cosa que es
clara y no puede discutirse y es la lógica que debe guardar el pensamiento de
Cristo; no puede darse una interpretación que “fracture”
psicológicamente el razonamiento de Jesús. Ahora bien, Cristo, a esta
altura de su discusión, ya ha indicado: primero,
que “al principio” (es decir en la Creación) la
situación del matrimonio no fue la que se dio en tiempos de Moisés; segundo, que Moisés concedió el repudio no como un
progreso espiritual sino como un retroceso debido a la dureza del corazón de su
pueblo; tercero, que Él (Jesús) pretende volver
a la situación del Génesis (todo esto en Mt 19); cuarto, que su legislación se
opone a lo que se enseñó a los antiguos (esto en Mt 5). Pero si la
controvertida expresión pudiese entenderse literalmente “salvo en caso de adulterio”, Cristo no habría salido del marco
mosaico; estaría todavía en él, encuadrado en la posición de Shammai. Por
tanto, después de anunciar una derogación de la dispensa, no tendríamos más que
la consagración de una de las interpretaciones de la dispensa. En el
razonamiento de Cristo habríamos encontrado una fractura lógica o un echarse
atrás frente a la objeción de sus adversarios. Esta dificultad fue notada desde
mucho tiempo atrás, razón por la cual algunos neoprotestantes y modernistas
quisieron explicar las excepciones de Cristo como una interpolación
redaccional: alguien añadió esta expresión al texto
original (así dice, por ejemplo, Loisy). Esta explicación no hace otra
cosa que eludir el problema.
La tradición ha buscado, en cambio, explicar el pensamiento de Cristo por dos
vías: ya sea interpretando de otro modo las partículas mé, y parectós, o bien
estudiando más a fondo el concepto de porneía. Las principales son las
siguientes:
1) Para algunos la expresión debe entenderse
como se la traduce generalmente (“salvo en caso de
adulterio o fornicación”) pero lo que permite aquí Cristo es sólo el “divorcio incompleto”, es decir, la separación de
los cuerpos (dejar de convivir) por motivos graves, y no equivale a un permiso
para volverse a casar (así lo entendía, por ejemplo, San Jerónimo). Esta
interpretación es indudablemente ortodoxa pero no soluciona el problema,
simplemente lo esquiva.
2) Para otros los términos “excepto” y “salvo” querrían
indicar en boca de Cristo que Él no desea tocar, por el momento, ese caso
particular (el del adulterio o fornicación); por tanto, no se expide. El texto
debería, pues, entenderse: “... salvo el caso de
adulterio, del que no quiero hablar ahora...” (así proponía, por
ejemplo, San Agustín). Ahora bien, es precisamente este caso, el del adulterio,
el que los adversarios de Cristo querían tratar (porque era la interpretación
de Shammai); no tiene por tanto ningún sentido evitarlo.
3) Otros han explicado el problema analizando
más detenidamente el verdadero sentido o los posibles significados de las
preposiciones mé y parectós. A simple vista mé parece indicar excepción, pero
gramaticalmente admite tanto el sentido de excepción cuanto el de negación
prohibitiva (al igual que la preposición praeter con la cual es traducido este versículo al latín). Debería, por tanto, entenderse así: “ni siquiera en caso de adulterio”. Lo mismo
valdría para parectós que junto al significado de “excepto”
o “fuera de” también admite (aunque
raramente) el de “además”, “aun en caso de” [10]. Es una
interpretación admisible pero discutible. Es la explicación que da la Biblia de
Nacar-Colunga en las notas a estos pasajes, a pesar de traducirlas en el otro
sentido.
4) Finalmente otros autores apuntan a
interpretar más correctamente la expresión porneía. Ésta no sería simple
fornicación ni adulterio, sino propiamente el estado de concubinato. El término
rabínico empleado por Cristo habría sido zenut, que designa la unión ilegítima
de concubinato; el griego carece, en cambio, de un nombre específico para
designar a la “esposa”, razón por la cual,
se habría recurrido al término porneía [11].
En tal caso, es evidente que no sólo es lícita
la separación, sino obligatoria, puesto que no hay matrimonio sino unión
ilegal. Esta explicación se refuerza tomando en cuenta que San Pablo, en su
carta a los Corintios, califica la unión estable incestuosa del que se había
casado con su madrasta como porneía [12].
A esto mismo haría referencia el Concilio de Jerusalén al exigir que los fieles
se abstengan de porneía [13], o sea de las
uniones ilegales aunque estables. Esta última es, tal vez, la más plausible de
las interpretaciones y la sostuvieron autores como Cornely, Prat, Borsirven,
Danieli [14], McKenzie; también algunas
versiones de la Biblia [15].
2. LOS TEXTOS DE SAN LUCAS Y
SAN MARCOS.
Entendidas las dificultades como acabamos de exponer, se comprende que sean
totalmente equivalentes con las de San Lucas y San Marcos, los cuales mencionan
la sentencia de Cristo sin las clausulas problemáticas:
1) San Lucas (16,18): Todo el que repudia a su
mujer es adúltero; y el que se casa con la repudiada por su marido, es
adúltero. Aquí, queda en claro que el vínculo permanece en quien fue repudiada
y en el repudiador; no hay por tanto, disolubilidad. Y no aparece la aparente
excepción.
2) San Marcos (10,11): El que repudia a su mujer
y se casa con otra, adultera contra aquélla, y si la mujer repudia al marido y
se casa con otro, comete adulterio. Por más repudio mosaico que se practique,
el nuevo matrimonio de la repudiada o del repudiador constituye adulterio.
Es evidente que si hubiera una diferencia moral tan radical entre el caso del
repudio por motivos de adulterio (siendo lícito como quería Shammai) y los
demás casos de repudio (que serían ilícitos), tanto Cristo como sus
evangelistas deberían haberlo indicado en todos los lugares en que se haga
referencia al divorcio. Por el contrario, en estos lugares Cristo no deja lugar
ni para la única excepción que proponía el rabí Shammai.
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[1] Apareció en Revista Diálogo nº 15.
[1] Los fines del matrimonio son la procreación y la unión mutua de los
cónyuges (amor y amistad esponsalicia). Sin el presupuesto de la indisolubilidad
el fin de la procreación se hace más difícil, por cuanto, procreación no
implica sólo la generación sino la educación y perfección de la prole generada,
lo que exige el sacrificio lento y continuo de los padres. En cuanto al fin del
amor esponsacilio, éste se funda (y consiste) en la mutua entrega total de las
personas, lo que quiere decir “todo el corazón y para siempre”; si no fuera
indisoluble, la entrega no sería total, y el amor verdadero y auténtico no
sería causa y fin del matrimonio.
[2] Cf. Santo Tomás, Suma Teológica (S.Th.), Supl., 65, 2.
[3] Si un hombre toma una mujer y llega a ser su marido, y ésta luego no le
agrada, porque ha notado en ella algo de torpe, le escribirá el libelo de
repudio, y poniéndoselo en la mano, la mandará a su casa. Una vez que de la
casa de él salió, podrá ella ser mujer de otro hombre. Si también el segundo
marido la aborrece y le escribe el libelo de repudio y, poniéndoselo en la
mano, la manda a su casa, o si el segundo marido que la tomó por mujer muere,
no podrá el primer marido volver a tomarla por mujer después de haberse ella
marchado, porque esto es una abominación para Yavé (Dt 24, 1-4).
[4] Lo mismo valdría para la poligamia de los patriarcas (cf. Santo Tomás,
S.Th., Supl. 65).; en cambio, el concubinato contradice la ley natural en sus
preceptos primarios, puesto que contradice el fin primario intentado por la
naturaleza (la perpetuación de la especie) ya que la unión sin estabilidad
muchas veces excluye la prole y cuando no la excluye, no puede garantizar su
educación por faltarle la estabilidad matrimonial. Por eso el concubinato nunca
fue lícito de suyo ni por dispensa; por tanto, si alguien practicó el
concubinato propiamente dicho pecó (afirma Santo Tomás contra Moisés
Maimonides); y si no pecó y es alabado en la Sagrada Escritura es porque el
suyo no fue concubinato sino matrimonio verdadero (cf. S.Th., Supl., 65,3-5).
[5] Cf. S.Th., Supl., 67,6. Aclaro, sin embargo, que otros teólogos ven en la
permisión mosaica sólo una ley civil, que ponía al judío al abrigo de toda pena
externa, pero no lo eximía de culpa en el fuero de su conciencia. Discuten
luego los teólogos en cuanto a si este repudio, mientras estuvo permitido por
la ley mosaica, implicaba una verdadera rotura del vínculo conyugal. La opinión
más común, compartida incluso por Santo Tomás (Cf. S.Th., Supl. 67, 1) es que
rompía verdaderamente el vínculo conyugal. Así parece deducirse del texto del
Deuteronomio que le permite contraer nuevas nupcias a la mujer repudiada.
[6] Es evidente que Jesucristo no sólo abrogó la ley del divorcio sino que
elevó el matrimonio (entre cristianos) a sacramento de la Nueva Ley (algunos
dicen que en el momento de esta discusión; otros más acertadamente dicen que lo
hizo después de su Resurrección) dándole otro título de indisolubilidad: el ser
signo del amor indisoluble entre Cristo y su Iglesia (cf. Juan Pablo II,
catequesis del 24 de noviembre de 1982). Sin embargo, no entro en ese tema;
sólo trato de responder a la intención y actitud de Nuestro Señor durante su
discusión con sus adversarios.
[7] En efecto, allí dice: Pero yo os digo que quien repudia su mujer -excepto
el caso de fornicación- la expone al adulterio y, el que se casa con la
repudiada comete adulterio. También aquí se ve claramente que Cristo opone la
legislación antigua (de Moisés) a la nueva (la suya); en esta nueva legislación
(y esto ya es una diferencia esencial con la mosaica), la mujer, aún repudiada,
si se une a otro adultera (por tanto, se supone que el vínculo no queda roto por
el repudio, mientras que Moisés permitía la nueva unión).
[8] Cf. Mt 5,21.27,33.38, etc. Siempre la locución es Habéis oído que se dijo a
los antiguos... Pero yo os digo...
[9] He usado para las expresiones castellanas la versión da Nacar-Colunga, que
no puede ser tildada ciertamente de tendenciosa.
[10] La idea que quedaría sería: el que abandona a mujer, además del adulterio
[por el cual la repudia], la expone a otro adulterio, etc.
[11] Cf. J. Bonsirven, Le divorce dans le Nouveau Testament, Tournai 1948;
comparte su opinión J. McKenzie (cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Ed.
Cristiandad, Madrid 1972, T.III, p. 188).
[12] Cf. 1 Cor 5,1ss.
[13] Cf. Act 15,20-29; 21,25.
[14] Cf. Il Messaggio della Salvezza, LDC, T.6, p. 151s.
[15] Así por ejemplo, la versión oficial de la CEI (Conferencia Episcopal
Italiana).
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