Es asombroso que Dios haya entrado en la vida humana mediante una familia como
las nuestras. Llama la atención la normalidad de Dios. ¿De
qué normalidad se trata? La familia escogida fue tan pobre, tan común,
como la inmensa mayoría de las familias del planeta. Pero, en realidad, la
normalidad de la familia de María, José y Jesús consistió en ser tan anormal
como muchas de nuestras propias familias e incluso más. Lo más sorprendente es
que Dios, en vez de intentarlo todo de nuevo y de la nada, haya contado con la
desintegración de la sagrada familia, con los restos de Israel, para levantar
la Iglesia, la comunidad que inaugura la familiaridad de toda la humanidad.
Es
difícil decir qué sea una familia “ideal”, aunque
una buena idea de familia ayuda a buscarla, a encontrarla y, por cierto, a
disfrutar de tantos bienes que ella facilita. Pero la familia ha cambiado mucho
a lo largo de la historia. Los cambios que se avizoran para el futuro próximo
son preocupantes. A veces pudo ser la tribu. Otras, un familión que incluía a
primos, tíos y abuelos. Ahora último parece legítimo excluir a los ancianos. En
lo inmediato, vistas las cosas de cerca advertimos que en las familias hay
problemas: discordia entre los esposos, violencia
con los hijos, un adolescente drogadicto, una soltera embarazada, el marido
cesante, la madre estresada, más de un abuso sexual, etc. Los roles cambian. Una
mujer suele hacer de pater familias de un grupo humano considerable. Tantos que viven
en soledad, en cambio, consideran familiares a sus animales… ¿Cuánto dura una familia? ¿Cómo hay que considerar a los
separados vueltos a casar o los que nunca se han casado y viven juntos? Aunque
se diga que tales irregularidades no constituyen “familia”,
a ellos la sagrada familia abre otra oportunidad.
La sagrada
familia tuvo un comienzo crítico y un final dramático. Hagamos memoria. Dios
mismo hizo las cosas difíciles al pedir a María ser madre virgen de Jesús. El
castigo para una novia que quedara esperando de otro hombre era morir
apedreada. María se arriesgó. Antes de tomarla como esposa, José pudo
denunciarla, estaba en su derecho, quién sabe si quiso hacerlo. El parto fue a
lo pobre. Los primeros años transcurrieron en el exilio. Dice la tradición que
José murió poco después. La familia quedó trunca. Posiblemente la Virgen y el
niño partieron a vivir de allegados con otros parientes, arrinconados, pidiendo
permiso y perdón por cada respiro. Por último, el mismo Jesús, la luz de los
ojos de María y la esperanza de liberación de su pueblo, murió condenado a
muerte con la peor de las penas. A los pies de la cruz, la Virgen contempló el
fracaso final de su familia. María supo en carne propia lo que significa
perderlo todo, marido e hijo.
La
sagrada familia compartió la suerte de nuestras familias, incluso la suerte de
las familias más golpeadas. Pero en algo fue muy distinta. En ella Dios
predominó de principio a fin. Por la fe de María predominó en María. Por la
justicia de José prevaleció en José. Por la dedicación completa de Jesús a las
cosas de su Padre, nunca antes ni tampoco después el amor de Dios estuvo tan a
la mano. Pero fue a través del fracaso de la sagrada familia, así de increíble,
que supimos de la familiaridad de Dios con toda la humanidad. El día que Jesús
dijo a María, señalando desde la cruz a su discípulo más joven, “mujer, ahí tienes a tu hijo” y a Juan, “ahí tienes a tu madre”, la Iglesia despuntó como
la nueva familia humana. Comprendieron entonces los demás discípulos, muchos de
los cuales habían dejado padres, esposas e hijos por el Reino, que también
ellos tenían a la Virgen por madre y por Abbá al Padre de Jesús, y que su
misión no era otra que anunciar al mundo su hermandad más profunda. La Iglesia
representa la superioridad de la familia humana sobre la familia sanguínea. La
Iglesia es la humanidad que pone en práctica la vocación de toda comunidad,
grande como el entero género humano o pequeña como un piño de mendigos, a
comenzar de nuevo pero no de cero, sino con los que somos, mediante la acogida
y el perdón.
Para los
que han tenido una familia más anormal de lo normal, para las familias
quebradas y para los quebrados por su familia, la Iglesia es en Navidad el
Evangelio puesto al día, la mejor de las noticias. Con lo que quedó de la
sagrada familia, María y el hijo muerto en sus brazos, Dios comenzó de nuevo.
En Pentecostés, por la efusión del Espíritu de Jesús resucitado sobre los
apóstoles reunidos otra vez con María, Dios inauguró la Iglesia para que
extendiera su paternidad a todas las razas de la tierra. Partos, medos, elamitas,
mesopotamios, judíos y capadocios, habitantes del Ponto, de Asia, de Frigia, de
Panfilia y de Egipto, venidos de Libia, forasteros romanos, cretences y árabes,
fueron invitados a integrarse a la comunidad naciente, la nueva sagrada
familia, abierta a todos principiando por los pobres, los predilectos del
Reino. Este fue y este es el Evangelio: buena nueva también para los extraños.
La Iglesia anuncia el Evangelio cuando en ella encuentran un hogar los que
nunca han tenido un hogar o lo perdieron, las viudas, los huérfanos, los
solteros, las temporeras, las “nanas”, los
allegados, los divorciados, los exilados, los inmigrantes y los refugiados,
lleguen solos o tomados de la mano, con o sin los papeles al día, creyendo
ojalá o queriendo creer al menos que Dios es padre e incluso madre.
Jorge Costadoat S.J.
Gentileza de http://www.geocities.com/teologialatina/
www.mercaba.org
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