Muchos santos nos
han mostrado que la fuerza de su entrega para con los demás está en echar
raíces en el camino de la cruz.
Por: Alejandro Saavedra sdb | Fuente: Revista Vive!
Es fundamental partir de la afirmación de San
Pablo “porque he sido crucificado con Cristo, mi
vivir es Cristo” (Gál 2,20); ya que desde esta perspectiva podemos
comprender y vivir la enfermedad como un medio de santificación.
- No caigamos en la facilonería y
superficialidad de la fe. Es muy fácil constatar en muchas casas de
retiros, de formación a la vida consagrada e incluso en parroquias esta
declaración paulina, pero recortada: “Mi vivir
es Cristo”, y nos olvidamos que la
causa de este vivir en
Cristo es la participación profunda en el sacrificio de la cruz. Sin esta
razón de ser, pierde totalmente peso y densidad de vida nuestro ser
discípulo-misionero de Jesucristo.
- La sabiduría de la cruz.
La cruz para los judíos era considerada una locura y para los griegos era
necedad, mientras que para el cristiano es sabiduría. La que no nos enseña
intelectualmente, sino vivencialmente que el sacrificio es un medio de
santificación, entendida como comunión de vida. Significa zambullirnos en
la radicalidad de la vida de Cristo en y desde la cruz. Al participar
desde nuestra enfermedad, realizamos en nosotros un proceso de
purificación de motivaciones existenciales, un discernimiento de la
debilidad humana como fortaleza divina y una capacidad para saber mirar
más allá de la propia limitación y fragilidad humana. En aquel horizonte,
es encuentro con la vida de aquél que “siendo
el justo por excelencia ha sufrido más que nosotros”.
- Seamos hijos verdaderos de Dios.
Conviene considerar que Jesucristo nunca se auto-proclamó Hijo de Dios.
Solamente lo hizo ante Caifás de modo afirmativo, provocando en el
Sumo Sacerdote el desgarramiento de las vestiduras. Este detalle resulta
fundamental para comprender el “por qué” la
enfermedad en el dolor y el sufrimiento que se identifica con Cristo. Ante
Caifás nuestro Señor no tenía otra alternativa que enfrentar el sacrificio
de la cruz. Y es ese reconocimiento de los
otros y encima de un pagano que
se da en la misma cruz, pues el centurión romano al verlo morir lo
reconoce en su más alta dignidad: “verdaderamente
este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39).
Por Alejandro Saavedra sdb
Párroco y Rector Santuario
María Auxiliadora-Guayaquil.
Párroco y Rector Santuario
María Auxiliadora-Guayaquil.
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