El Papa Francisco comenzó, este miércoles 5 de
diciembre en la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano,
una nueva serie de catequesis sobre la oración de Jesús, en concreto, sobre el
Padre Nuestro.
En su catequesis, el Santo Padre afirmó que el Señor escucha la oración
humilde, y por ello, el primer paso para rezar es la humildad. El Pontífice
también insistió en que la oración era el pilar de la predicación de Cristo: “Jesús rezaba”, recordó. “Jesús
rezaba intensamente en los actos públicos, compartiendo la liturgia de su
pueblo, pero también buscaba lugares apartados, separados del torbellino del
mundo, lugares que permitieran descender al secreto de su alma: es el profeta
que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los montes. Las últimas
palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son palabras de los salmos, es
decir de la oración, de la oración de los judíos: rezaba con las oraciones que
su madre le había enseñado”.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos un ciclo de catequesis sobre el
"Padre Nuestro".
Los evangelios nos presentan retratos muy vívidos de Jesús como hombre de oración. Jesús rezaba. A pesar de la
urgencia de su misión y el apremio de tantas personas que lo reclaman, Jesús
siente la necesidad de apartarse en soledad y rezar. El Evangelio de Marcos nos
cuenta este detalle desde la primera página del ministerio público de Jesús
(cf. 1: 35). El día inaugural de Jesús en Cafarnaúm terminó triunfalmente.
Cuando baja el sol, una multitud de enfermos llega a la puerta donde
mora Jesús: el Mesías predica y sana. Se cumplen las antiguas profecías y las
expectativas de tantas personas que sufren: Jesús es el Dios cercano, el Dios
que libera. Pero esa multitud es todavía pequeña en comparación con muchas
otras multitudes que se reunirán alrededor del profeta de Nazaret; a veces se
trata de reuniones oceánicas, y Jesús está en el centro de todo, el esperado
por el pueblo, el resultado de la esperanza de Israel.
Y, sin embargo, Él se desvincula; no termina siendo rehén de las
expectativas de quienes lo han elegido como líder. Hay un peligro para los
líderes: apegarse demasiado a la gente, no mantener las distancias. Jesús se da
cuenta y no termina siendo rehén de la gente. Desde la primera noche de
Cafarnaúm, demuestra ser un Mesías original.
En la última parte de la noche, cuando se anuncia el amanecer, los
discípulos todavía lo buscan, pero no consiguen encontrarlo. ¿Dónde está? Hasta que, por fin, Pedro lo
encuentra en un lugar aislado, completamente absorto en la oración y le dice: "¡Todos te están buscando!" (Mc 1, 37).
La exclamación parece ser la cláusula que sella el éxito de un plebiscito, la
prueba del buen resultado de una misión.
Pero Jesús dice a los suyos que debe ir a otro lugar; que no son las
personas las que lo buscan, sino que en primer lugar es Él el que busca los
demás. Por lo tanto, no debe echar raíces, sino seguir siendo un peregrino por
los caminos de Galilea (versículos 38-39). Y también peregrino hacia el Padre,
es decir: rezando. En camino de oración. Jesús reza.
Y TODO SUCEDE EN UNA NOCHE DE ORACIÓN.
En alguna página de las Escrituras parece ser la oración de Jesús,
su intimidad con el Padre, la que gobierna todo. Lo será especialmente, por
ejemplo, en la noche de Getsemaní. El último trecho del camino de Jesús (en
absoluto, el más difícil de los que había recorrido hasta entonces) parece
encontrar su significado en la escucha continua de Jesús hacia su Padre. Una
oración ciertamente no fácil, de hecho, una verdadera "agonía",
en el sentido del agonismo de los atletas, y, sin embargo, una oración
capaz de sostener el camino de la cruz.
AQUÍ ESTÁ EL PUNTO ESENCIAL: ALLÍ JESÚS
REZABA.
Jesús rezaba intensamente en los actos públicos, compartiendo la
liturgia de su pueblo, pero también buscaba lugares apartados, separados del
torbellino del mundo, lugares que permitieran descender al secreto de su alma:
es el profeta que conoce las piedras del desierto y sube a lo alto de los
montes. Las últimas palabras de Jesús, antes de expirar en la cruz, son
palabras de los salmos, es decir de la oración, de la oración de los judíos:
rezaba con las oraciones que su madre le había enseñado.
Jesús rezaba como reza cada hombre en el mundo. Y, sin embargo, en su
manera de rezar, también había un misterio encerrado, algo que seguramente no
había escapado a los ojos de sus discípulos si encontramos en los evangelios
esa simple e inmediata súplica: "Señor,
enséñanos a rezar" (Lc. 11,1). Ellos veían que
Jesús rezaba y tenían ganas de aprender a rezar: “Señor, enséñanos a rezar”.
Y Jesús no se niega, no está celoso de su intimidad con el Padre, sino
que ha venido precisamente para introducirnos en esta relación con el Padre Y
así se convierte en maestro de oración para sus discípulos, como ciertamente
quiere serlo para todos nosotros. Nosotros también deberíamos decir: “Señor enséñame a rezar. Enséñame”.
¡Aunque hayamos rezando durante tantos años, siempre
debemos aprender! La oración del hombre, este
anhelo que nace de forma tan natural de su alma, es quizás uno de los misterios
más densos del universo. Y ni siquiera sabemos si las oraciones que dirigimos a
Dios sean en realidad aquellas que Él quiere escuchar.
La Biblia también nos da testimonio de oraciones inoportunas, que al
final son rechazadas por Dios: basta con recordar
la parábola del fariseo y el publicano. Solo este último, el publicano,
regresa a casa del templo justificado, porque el fariseo era orgulloso y le
gustaba que la gente le viera rezar y fingía rezar: su corazón estaba helado. Y
dice Jesús: éste no está justificado "porque
el que se ensalza será humillado, el que se humilla será ensalzado" (Lc 18,
14).
El primer paso para rezar es ser humildes, ir donde el Padre y decir: “Mírame, soy pecador, soy débil, soy malo”, cada
uno sabe lo que tiene que decir. Pero se empieza siempre con la humildad, y el
Señor escucha. La oración humilde es escuchada por el Señor.
Por eso, al comenzar este ciclo de catequesis sobre la oración de Jesús,
lo más hermoso y justo que todos tenemos que hacer es repetir la invocación de
los discípulos: "¡Maestro, enséñanos a
rezar!".
Será hermoso, en este tiempo de Adviento, repetirlo: “Señor, enséñame a rezar”. Todos podemos ir algo
más allá y rezar mejor; pero pedírselo al Señor. “Señor,
enséñame a rezar”. Hagámoslo en este tiempo de Adviento y él ciertamente
no dejará que nuestra invocación caiga en el vacío.
Redacción ACI
Prensa
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