“…recordar estos
acontecimientos en este contexto es útil, porque aún hoy es posible reconocer
algunas de esas desviaciones, cuando la gente está demasiado empeñada en
rebelarse contra sacerdotes y obispos.” “Se ha visto al lobo venir y se ha permanecido mirando como irrumpía a
través de la grey.”
(Card.
W. Brandmüller)
A principios de noviembre, el Card. Walter Brandmüller -presidente
emérito de la Comisión Pontificia de Ciencias Históricas- ha brindado una serie
de reflexiones sobre la grave crisis moral de la Iglesia, señalando la fuerte
incidencia que en ella ha tenido la falta
de vigilancia sobre heterodoxias y herejías en los seminarios teológicos.
Advierte asimismo los riesgos de un laicado que puede acusar cierta
autosuficiencia soslayando la importancia del sacerdocio ministerial, y
señala interesantes semejanzas con otras situaciones de la historia de la
Iglesia.
Presentamos a continuación la
traducción del texto completo,
con la esperanza de ser debidamente aprovechado y difundido, dando gracias a
Dios por la claridad, valentía y lucidez de este noble príncipe de la
Iglesia. Por cierto, su lectura nos ha hecho recordar el libro de nuestro
p. J.M. Iraburu “Infidelidades
en la Iglesia“, de la Fundación Gratis Date. Las negritas son
nuestras.
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Afrontar la Crisis: las lecciones de la historia
Card. Walter Brandmüller (traducción para
InfoCatólica)
Saber que la homosexualidad y
el abuso sexual se han extendido de manera casi epidérmica entre el clero y aun
en la jerarquía de la Iglesia en Estados Unidos, Australia y Europa, sacude la
Iglesia actual desde sus fundamentos, por no decir que la ha hecho caer incluso
en una especie de shock.
Se trata de un fenómeno que,
aunque presente también en el pasado, hasta mitad del siglo XX era desconocido
en las terribles dimensiones actuales. Se plantea entonces la pregunta sobre
cómo se ha podido llegar a este punto.
En busca de una respuesta, la
mirada cae inmediatamente no sólo sobre la sociedad actual caracterizada por un
liberalismo extremo, sino también sobre la teología moral de las últimas décadas y sobre sus representantes.
Entre ellos, algunos líderes
de opinión han abandonado el fundamento clásico de la ley natural y la teología
de la revelación y han proclamado nuevas teorías. Una moral autónoma, que no quiere reconocer las normas comúnmente vinculantes;
un consecuencialismo, que juzga la calidad ética de una acción según sus
consecuencias, o la ética situacional, que hace depender lo bueno o lo
malo de un acto de las relativas circunstancias concretas de las actividades
humanas: todos estos nuevos planteamientos en teología moral han sido defendidos por los
profesores de teología en incluso en los seminarios y por supuesto también
aplicados a la moral sexual. Allí, entonces, también se ha podido
delinear la homosexualidad como moralmente aceptable y su clara condena por
parte de las Sagradas Escrituras como algo superado en el tiempo.
En el fondo estaba operando la
vieja convicción típicamente modernista
–siguiendo el patrón de la “evolución"– de
la dinámica del desarrollo de la humanidad hacia un mayor nivel cultural que
comprendiese también la religión y la moralidad. Por lo tanto, alcanzado
el nivel más elevado de conciencia, lo que ayer todavía estaba prohibido, hoy
podría permitirse. Los nombres que deben ser mencionados aquí son famosos; algunos
de ellos incluso han enseñado en las universidades Pontificias sin ser
relevados de su cargo. Las consecuencias de esto han emergido tempranamente
cuando algunos seminarios, particularmente en los Estados Unidos, se
convirtieron en incubadoras de la homosexualidad. El ex sacerdote jesuita
Malachi Martin en su novela cifrada “La casa
azotada por el viento” de 1996, presentó en su escenario un retrato que
hoy resulta tremendamente real.
Cuando esta degeneración se ha
hecho evidente, los católicos, tan espantados como indignados, han reaccionado
en gran escala, como se muestra de manera impresionante en diversos portales de
internet.
Como consecuencia, el flujo de
dinero -por lo general abundante- de las donaciones provenientes de las
organizaciones seculares católicas a las arcas vaticanas comenzó a disminuir: quien tomó las riendas del asunto no fue el episcopado,
sino los laicos. El hecho de
negar las ricas ofrendas habituales se ve, no erróneamente, como una protesta
contra las carencias de Roma en la crisis actual. Y de esta manera
siguieron-probablemente sin saber-un ejemplo histórico de la Alta Edad Media.
En efecto, la situación es
comparable a la de la Iglesia italiana en el siglo XI-XII. El hecho de que
durante el primer milenio el papado, las oficinas episcopales -hasta incluso
las más sencillas funciones eclesiales- debido a los ingresos que se
aseguraban, hayan sido cada vez más apetecibles, tuvo como consecuencia las
luchas y combates, mercantilizando el acomodamiento en ellas. Este mal se llamaba
simonía: Simón el Mago había ofrecido dinero al
apóstol Pedro para que le confiriese los dones del Espíritu Santo.
A esto se agregaba la
pretensión de los gobernantes temporales de interferir en la atribución de
altos cargos en la Iglesia -la investidura secular- y por supuesto también el
concubinato de muchos sacerdotes.
Lo mismo valía para el papado,
que en los siglos IX y X se había convertido incluso en la cumbre de la
discordia entre las familias nobles de Crescenzi y Tuscolo. Éstos, por lo
tanto, ponían – no importa cómo – a uno de sus respectivos hijos o parientes
como Papa. Entre ellos también había hombres muy jóvenes y moralmente
disolutos, que se sentían más dueños de la herencia de Pedro que pastores
supremos de la Iglesia.
A raíz de estos acontecimientos
también creció la homosexualidad entre el clero. Y esto sucedió a tal punto que
San Pedro Damián en 1049 entregó al
recién electo Papa León IX su “Liber
Antigomorrhianus“, escrito en forma epistolar, en el que exponía
este peligro para la Iglesia y para la salvación del alma de muchos. El
título del tratado se refiere a la ciudad de Gomorra que, según Gén. 18, debido
a sus pecados había sido condenada por Dios a la destrucción juntamente con
Sodoma.
S. Pedro Damián esperaba de
ese Papa, conocido como reformador celoso, una intervención eficaz contra el
pecado tan difundido. Escribió: “la inmundicia sodomítica se propaga como un cáncer en el orden
eclesiástico, de hecho, como una bestia sedienta de sangre que ruge en el redil
de Cristo con libre audacia, para que la salvación de las almas de muchos esté
más segura bajo el yugo de la servidumbre de los laicos, que con el acceso
voluntario al servicio de Dios bajo la ley férrea de la tiranía de
Satanás", que
reinaba entre el clero.
Es muy notable que casi al
mismo tiempo se haya constituido un movimiento secular, no sólo contra la
inmoralidad del clero y el concubinato de los sacerdotes, sino también contra
el apoderamiento de las oficinas eclesiásticas por parte de los laicos, o la
oportunidad de adquirirlos. Fue justamente así que entre el clero se insinuaron elementos que no tenían ni la capacidad ni
la voluntad de llevar una vida conforme al estado clerical. Para los
señores laicos, tener vasallos leales en las sillas episcopales era a menudo
más importante que el bien de la iglesia.
Contra todo esto surgió el
vasto movimiento popular conocido como “Pataria” (o
movimiento patarino), dirigido por miembros de la nobleza de Milán y también
por algunos miembros del clero, pero apoyado por el pueblo. Colaborando estrechamente con el pueblo
reformista cercano a S. Pedro Damián y luego con Gregorio VII, con el obispo
Anselmo de Lucca -importante canonista luego convertido en el Papa Alejandro
II-, y con otros, los “patarinos” solicitaron,
recurriendo también al uso de la violencia, la realización de la reforma que
posteriormente tomó -por Gregorio VII- el nombre de “Gregoriana“: por un celibato del clero vivido fielmente, contra la
ocupación de diócesis por poderes seculares y contra la simonía.
Lo interesante es que el movimiento reformador estalló casi
simultáneamente en los máximos entornos jerárquicos de Roma y entre la vasta
población secular de Lombardía, en respuesta a una situación considerada
insostenible.
Pero sin embargo esta unión de
intereses no duró mucho. De hecho, cuando más adelante se formaron las diversas
ramificaciones del movimiento pauperístico, aunque sin retomar el impulso
eclesiástico y jerárquico de los primeros franciscanos, con la predicación
espontánea y no autorizada desafió la resistencia de una jerarquía que no
comprendía los signos de los tiempos. No pocos de los “pobres
de Cristo", con su rechazo a la jerarquía fundada en el sacramento,
se deslizaron a la herejía y la desobediencia. Así nacieron los movimientos
empobrecidos ramificados, que sólo gracias a la longanimidad y acción pastoral
de Inocencio III podrían ser reintegrados en gran parte a la iglesia.
Recordar estos acontecimientos en este contexto es útil, porque aún hoy
es posible reconocer algunas de esas desviaciones, cuando la gente secular está
demasiado empeñada en rebelarse contra sacerdotes y obispos.
Hoy, como entonces, ante los
conflictos surgen reacciones entre un episcopado enredado en las instituciones
y la burocracia -incluyendo la curia romana- y los movimientos laicos que se
sienten abandonados, si no traicionados, por los pastores y maestros de la
iglesia, por los sucesores Apóstoles. Para
superar la pérdida de confianza que se crea entre los fieles, servirá de mucho
un esfuerzo por parte de la jerarquía y del clero. Es verdad que la
Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado documentos de teología
moral, por ejemplo “Persona humana” (1975).
Además, a dos profesores les ha sido revocada respectivamente en 1972 y 1986,
la licencia de enseñanza debido a errores teológicos, y algunos libros sobre
moralidad sexual fueron condenados. Pero los herejes realmente importantes,
como el jesuita Josef Fuchs (1),
que desde 1954 a 1982 fue profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana, y Bernhard Häring (2), que ha enseñado
en el Instituto de redentoristas de Roma, y el muy influyente teólogo moral de
Bonn, Franz Böckle (3) o el de
Tubinga Alfons Auer (4), han
podido seguir dispersando imperturbados, bajo los ojos de Roma y de los
obispos, la semilla del error.
La actitud de la Congregación
para la Doctrina de la Fe y de los obispos en estos casos es, en retrospectiva,
sencillamente incomprensible. Se ha
visto al lobo venir y se ha permanecido mirando como irrumpía a través de la
grey. La encíclica “Veritatis Splendor” de
1993 de Juan Pablo II – la contribución a ella de Joseph Ratzinger aún no ha
sido debidamente reconocida – ha indicado claramente los fundamentos de la
enseñanza moral de la Iglesia, pero se ha enfrentado con el amplio rechazo de
los teólogos. Tal vez porque se publicó sólo cuando la decadencia
teológico-moral estaba ya demasiado avanzada.
Por lo tanto, hay que decir
que por un lado, el fracaso de la jerarquía es incomprensible y lamentable y,
por otra parte, necesario y loable el compromiso de los laicos en la situación
actual, aunque entre sus actitudes y comportamientos, es posible identificar
elementos significativos de riesgo. Si el comportamiento ilustrado por encima
de la llamada “Iglesia institucional", que
se preocupa más por las finanzas y la administración, causa el creciente
abandono de la Iglesia por poblaciones que alguna vez fueron católicas, un laicado demasiado seguro de sí mismo corre
el peligro de no reconocer la naturaleza fundada en el orden sagrado de la
iglesia y de deslizarse, en protesta contra el fracaso de la jerarquía, en un
cristianismo comunitario de tipo evangélico.
Por tanto, al laicado
conscientemente católico que se está formando sobre todo en el catolicismo
norteamericano, a quien se reconoce y alienta en su protesta contra la
degeneración sexual entre sacerdotes, obispos e incluso cardenales, sin embargo
se le advierte que no puede perderse de
vista el significado constitutivo del ministerio sacerdotal, fundado en el
sacramento del orden, y mucho menos el hecho de que la mayoría de los
sacerdotes viven fielmente de acuerdo a su propia vocación.
Mientras tanto, la tensión
entre los dos polos podría ser útil para superar la crisis actual.
Sin embargo habrá que tener
cuidado de evitar una nueva edición del conflicto entre los obispos y los “fideicomisos” laicos en los Estados Unidos
relativos a la soberanía de las finanzas eclesiásticas, surgidas a mediados del
siglo XIX, y que se mantuvieron virulentas.
Más bien, sería bueno recordar
al Beato John Henry
Newman, quien ha
rendido maravillosamente homenaje al importante papel de los fieles ”en materia de doctrina". Lo que escribió en
1859 debe aplicarse hoy también a los asuntos económicos y morales, justo ahora
que – como en las luchas cristológicas del siglo IV – el episcopado permanece
inactivo por largos períodos. El hecho de que podamos ver esto también en la
crisis actual de los abusos puede depender del hecho de que la iniciativa personal
y la conciencia de la propia
responsabilidad como pastor del obispo local se hace más difícil por las
estructuras y aparatos de las Conferencias Episcopales, con el pretexto de la
colegialidad o la sinodalidad.
Sin embargo, cuanto más los
obispos lleguen a sentirse apoyados por la firme voluntad de los fieles de
renovar y reavivar la iglesia, más fácil será para ellos poner sus manos a la
obra de una reforma auténtica de la Iglesia.
Es en la colaboración entre
obispos, sacerdotes y fieles, con el poder del Espíritu Santo, que la crisis
actual puede y debe convertirse en el punto de partida para la renovación
espiritual – y por lo tanto también de la nueva evangelización – de una
sociedad post-cristiana.
———————————————-
(1) Josef Fuchs S.J. (1912 – 2005) teólogo jesuita alemán, que
enseñó en la Universidad Gregoriana de Roma durante más de 30 años. Fue miembro
de la Comisión Pontificia de Población, Familia y Natalidad. Asumió la
antropología teológica de Karl Rahner.
Presidió el informe de mayoría de la comisión que rechazó la Humanae Vitae de
Pablo VI. Se centró principalmente en la crítica de la objetividad moral.
(2) Bernhard Häring, redentorista,
fue una de las columnas del Concilio Vaticano II, y se califica a sí mismo de “moderado", estimado por los papas Juan XXIII
y Pablo VI, quienes habían elogiado sus obras, fue sostenido siempre por sus
superiores, aunque, al mismo tiempo, ha sufrido durante años los según él “ataques y humillaciones” de la Inquisición
teológica de Roma y de la Congregación para la Enseñanza Católica, a los que
califica como “terroristas” de la fe. Fue
uno de los más fervientes disidentes de la encíclica Humanae Vitae. Al
publicarse la Veritatis Splendor, siendo rector de la Universidad San Alfonso,
de Roma, dirigió al Papa una carta pidiéndole que se retractase de dicha
encíclica.
(3) Franz Böckle catedrático de Teología Moral
de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn, fue ordenado
sacerdote en 1945, y vicario episcopal en Zurich, donde conoció a Urs von Balthasar, con quien él se
interesó por la teología protestante
moderna de Karl Barth. La misión de la moral
fundamental es para Bockle “reconstruir los fundamentos de una teoría
ético-teológica en el marco de la situación histórico-cultural". Insistió
en la autonomía moral, incompatible con el concepto de “moral
heterónoma de los mandamientos", considerando que después de los
descubrimientos del pensamiento moderno, el acceso y la relación del hombre con
Dios han de tomar siempre como punto de partida la autonomía de la
subjetividad.
(4) Alfons Auer (1915-2005) fue profesor de Teología Moral en las universidades
de Wurzburgo y Tubinga. Aboga por una ética autónoma y una “ética del ambiente”. Considera que la
indiferencia, orgullo y temeridad son consecuencias de la ciencia moderna, que
resultó en la destrucción del hábitat del hombre. Altamente crítico del
progreso científico y tecnológico, que considera el mundo natural sólo en
términos de utilidad y extiende su crítica hacia un cuestionamiento de la tradición
cristiana por considerar la superioridad del hombre sobre la naturaleza.
Mª Virginia
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