–Todo eso ya lo he
leído en su blog.
–[Qué hombre…]
En 9 años llevo más de 500 articulos, y hay varios en los que he tratado del
Apocalipsis en algún subtítulo. Pero esta vez, tal como está el patio, quiero
exponer más ampliamente la Revelación de Jesucristo, uno de los libros
más grandiosos del N. T., y quizá el más ignorado.
En la
prensa diaria se dan sobre todo noticias malas de cosas ya pasadas,
relativas a este mundo que está
pasando. Resulta abrumador, deprimente, engañoso. Se entiende, pues, que León
Bloy dijera: «Cuando quiero saber las últimas
noticias, leo el Apocalipsis»: un libro luminoso, confortador, lleno
de esperanza; hoy especialmente necesario en la Iglesia, entre tantos males y
tantas falsificaciones de la verdadera realidad. Atendamos, pues, a la
invitación del ángel: «sube aquí, y te mostraré
lo que va a suceder después de esto» (Ap 4,1).
* * *
–DE CRISTO O DEL MUNDO
El Apocalipsis de
San Juan Evangelista, el último libro del Nuevo Testamento, es al mismo tiempo
una profecía y una explicación
de la historia de la Iglesia. No
hay libro que revele más claramente cómo los cristianos se perfeccionan, se santifican en Cristo, sufriendo al
mundo con fidelidad y paciencia.
Ya lo dijo nuestro Señor
Jesucristo: «Si fueseis del mundo, el mundo amaría
lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os he elegido sacándoos del
mundo, por esto el mundo os odia… Si me persiguieron a mí, también a vosotros
os perseguirán» (Jn 15,19-20; +Mt 5,11-12). Y San Pablo: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál
6,14).
Hoy no pocos cristianos estiman que debemos hacernos amigos del mundo, conciliándonos con él,
cuanto sea posible, en «pensamientos y caminos» (cf.
Is 55,8). Como si fuera posible. Pero la tesis es falsa, es mentira, y por
tanto, es diabólica. Nuestra fe, directamente fundamentada en la Palabra de
Dios, enseña y manda justamente lo contrario: «Adúlteros…
Quien pretende ser amigo del mundo se
hace enemigo de Dios» (Sant 4,4).
Estas doctrinas chocan de frente contra la ideología hoy predominante en gran parte de la Iglesia:
ustedes lo ven hace ya décadas. Pero siguen siendo verdaderas, y eso es lo
único que nos vale. «El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). «Sabemos
que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el Maligno» (1Jn
5,19), que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn
8,44).
(Cf. José María
Iraburu, De Cristo o del mundo, Fund.
GRATIS DATE, Pamplona 2013, 3ªed., 233 pgs.) (( mmmm ))
–APOCALIPSIS DE JESUCRISTO
Compuesto a
fines del siglo I, el libro de la Revelación de
Jesucristo fue escrito como libro de Consolación y de exaltación del martirio. En efecto, para confortar a las Iglesias
primeras, que estaban padeciendo ya los primeros zarpazos de la Bestia
imperial romana, y animar al martirio, mostrándolo como la gran victoria de
Cristo en sus fieles. Ahora bien, siendo así que el
mundo perseguirá siempre a la Iglesia, el Apocalipsis fue
escrito para asistir y orientar en las pruebas de la historia a todas las
Iglesias del presente y del futuro, también a las de hoy (+Ap 2,11; 22,16.18).
«El Apocalipsis es claramente un Evangelio», «un quinto
Evangelio» (Charlier II,131. 224), una buena noticia que a los
cristianos perseguidos les da Juan, «vuestro
hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la paciencia, en Jesús»
(Ap 1,9). Por eso las bienaventuranzas
jalonan este maravilloso texto revelado.
Son bienaventurados los que leen y guardan las
palabras de este libro (1,3; 22,7), los que permanecen vigilantes y puros
(16,15), los que mueren por el Señor (14,13), los que son invitados a las
bodas del Cordero (19,9), y así entran para siempre en la Ciudad celeste con
limpias vestiduras limpias (22,14).
Aunque no pocos puntos de este libro misterioso tienen difícil
interpretación, sus revelaciones fundamentales son muy claras, y sumamente
importantes a la hora de situarse en el mundo según la fe, buscando la
santidad, la perfección evangélica, con la fuerza y alegría de la esperanza. El
mensaje fundamental del «Apocalipsis de Jesucristo»
(1,1) es éste: Desde la victoria de la
Cruz, hay una oposición permanente y durísima entre Cristo y el Dragón
infernal, entre la Iglesia y la Bestia mundana, a la que ha sido dado poder en
el siglo para perseguir a la descendencia de la Mujer coronada de doce
estrellas. No debe, sin embargo, apoderarse de los cristianos el pánico. La
victoria es ciertamente de Cristo y de aquéllos que, en la fe y la paciencia,
guardan su testimonio, si es preciso con sangre.
–LA BESTIA DEL MUNDO MODERNO
Si los
intérpretes del Apocalipsis han reconocido generalmente los rasgos de la Bestia
mundana en el Imperio romano y en otros poderes mundanos semejantes de la
época o posteriores, ¿cómo los cristianos de hoy no
reconoceremos la Bestia maligna en los actuales Imperios ateizantes, que se empeñan en construir la Ciudad del mundo
sin Dios y contra Cristo?
El Imperio
romano era para los cristianos un perro
de mal genio, con el que se podía convivir a veces, aunque en cualquier momento
podía morder, comparado con el tigre
del Bloque comunista o más aún con el
león poderoso de los Estados occidentales apóstatas, cifrados en la
riqueza y en una libertad humana sin Dios y sin Cristo, abandonada a sí misma
por el liberalismo (+Ap 13,2.11). Para hacerse una idea de la ferocidad de cada
una de las Bestias citadas, basta apreciar la fuerza histórica real que cada
una de ellas ha mostrado para combatir y llevar a los cristianos a la
apostasía. «Por sus frutos los conoceréis»
Es curioso. Los primeros
apologistas cristianos –Justino, Atenágoras, Tertuliano–, en el mero hecho de
componer sus apologías, todavía
manifiestan una cierta esperanza de que sus destinatarios, el emperador a
veces, atiendan a razones y depongan su hostilidad. Y es que los
poderosos del mundo eran entonces paganos, pero no apóstatas. Los actuales, por
el contrario, vienen de vuelta del cristianismo, y saben bien que gracias a que
no creen o a que callan en la política su fe en Cristo están donde están y pueden hacer lo que hacen.
Hoy la Bestia mundana, comparada con sus primeras encarnaciones
históricas, es incomparablemente más poderosa y seductora, más inteligente en la
persecución de la Iglesia, tiene muchos más cómplices, también dentro de la
Iglesia, y está mucho más determinada en hacer desaparecer de la tierra a los
cristianos y toda huella de la cristiandad.
–UNA BESTIA HERIDA DE MUERTE
«¡Ay de la tierra y del mar! Porque el Diablo ha bajado a vosotras con gran
furor, sabiendo que le queda poco tiempo» (Ap 12,12). En efecto,
la Bestia secular, a pesar de su aparente prepotencia, está siempre condenada
a una muerte más o menos próxima. No es Casa edificada sobre la roca, como la
Iglesia en Cristo, sino sobre la arena, y está destinada por tanto a un
derrumbamiento inevitable (Mt 7,26-27).
El Cristo glorioso del Apocalipsis se
manifiesta en cambio sereno y dominador, siempre
imponente y victorioso. Resucitado,
vencedor del pecado, del mundo y del diablo, asciende al Padre, y con Él y el
Espíritu Santo «vive y reina por los siglos». En
la visión de Juan, «sus pies parecían como de
metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas; tenía
en su mano derecha siete estrellas [todas las Iglesias], y de su boca salía
una espada aguda de dos filos» (1,15-16). En los momentos que su
providencia elige, Cristo por sus ángeles o por sí mismo derrama las copas de
la ira, hiere a los paganos con la espada de su boca, captura a la Bestia,
quiebra sus pies de arcilla, y la encadena por un tiempo, o la suelta por otro
tiempo, o bien la arroja definitivamente con el falso profeta al lago de fuego
inextinguible.
Desde los
sucesos de la Cruz y la resurrección, la
Bestia diabólica, a pesar de todas sus prepotencias y prestigios
mundanos, está condenada a muerte, y lo
sabe: avanza inexorablemente hacia ese abismo de absoluta condena.
Sabe bien que a Cristo le «ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Y que Él, como Rey del mundo,
actúa continuamente como Salvador en la historia de la humanidad, obrando
directamente o a través de sus ángeles y santos, o bien por la permisión
providente de una cadena de causas malvadas, que son dejadas a su propia
inercia siniestra.
–LA MALDAD DA MUERTE AL MALVADO
En este mundo, el bien tiene ser,
bondad y belleza, y por eso es durable. El
mal, en cambio, a pesar de su aparato fascinante, apenas tiene ser,
bondad ni auténtica belleza, y está destinado necesariamente a la muerte: nihil violentum durabile. El mal por su propio
pensamiento y paso camina a la ruina. «La maldad da
muerte al malvado» (Sal 33,22).
El Imperio comunista, por ejemplo, tan colosal y coherente en sí mismo, tan «irreversiblemente» instalado en el poder, tan capaz de
durar para siempre y de apoderarse del mundo entero, tenía –como toda Bestia
diabólica– los pies de hierro y barro, y no fue abatido a cañonazos o por la
invasión de fuerzas extranjeras o por la irrupción de ejércitos celestiales,
no. Duró solamente «hasta que una piedra se desprendió, sin intervención
humana, y chocó contra los pies de hierro y barro de la estatua, haciéndola
pedazos» (Dan 2,33-34.41-42; +Ap 2,27). Esto sucedió en el año de gracia
de 1989, reinando, como siempre, nuestro Señor Jesucristo. Y sin que ningún kremlinólogo lo hubiera previsto. A fines del
87, por ejemplo, invitados por Gorbachov, visitaron la Unión Soviética tanto
fray Betto como Leonardo y Clovis Boff, grandiosos profetas del progresismo,
que no queriendo ser los últimos cristianos, vinieron a ser los últimos
marxistas. Pues bien, para los hermanos Boff aquélla era «una sociedad libre,
limpia, donde uno no se siente perseguido» (sic). Si tardan un poco en
salir de su pasmo admirativo y no abandonan la región, se les cae encima todo
el Sistema comunista en su auto-derribo. Tuvieron suerte.
Lo mismo ha sucedido con todos los Imperios bestiales del mundo. Y lo
mismo sucederá al monstruoso Leviatán de las actuales democracias liberales, potentes propugnadoras del Nuevo Orden Mundial. Cuando la
manipulación política y la permisividad liberal, cuando la confusión y el
desorden de una sociedad partida en partidos, en facciones sistemáticamente
hostiles entre sí; cuando el abuso, la corrupción, la destrucción del orden
natural, la lujuria y la falta de hijos, lleven a ciertos límites la
degradación de las naciones antes cristianas, y cuando a pesar de éstas y
otras plagas que hoy apenas
podemos imaginar, los hombres persistan en sus pecados y, más aún, «blasfemen contra Dios a causa de sus dolores y llagas,
pero sin arrepentirse de sus obras» (Ap 16,11; +16,9.21), entonces la Gran Babilonia se verá consumida en el
incendio de sus propios vicios.
Y todos los que la admiraban
llorarán su ruina, eso sí, prudentemente, «desde
lejos», llenos de estupor al ver cómo «de
golpe» (18,21), «en una hora, ha sido
arruinada tanta riqueza» (18,17). Allí una Bestia marxista, consumida
por la miseria, se derrumbó en una hora; y aquí la Otra liberal y apóstata,
podrida por las riquezas, la mentira y los peores vicios, que ahora son su
orgullo, caerá también en una hora. Es igual. En uno y otro caso, la maldad da muerte al malvado.
–LA VICTORIA DEFINITIVA ESTÁ PRÓXIMA
A Cristo resucitado y vencedor –que es
que es «el que nos ama» (Ap 1,5), «el alfa y
el omega, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso» (1,8)– le ha
sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, y todo está sujeto a su imperio
irresistible. No se escandalicen, pues,
los fieles, despreciados y humillados por
el mundo; no pierdan el ánimo ante las persecuciones de la mala Bestia
miserable, infiltrada incluso en la «Iglesia». Por el contrario, resistiéndose a la seducción de los
Poderes y prestigios mundanos, asistidos por la Santísima Trinidad y la Mujer
de las doce estrellas, venzamos al mundo por la
fe y la paciencia, guardando fielmente la Palabra divina y el
testimonio de Jesús. Y por misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
después de la muerte y de la última purificación necesaria, seremos conducidos
a la Casa del Padre.
«Estos son los que vienen de la gran
tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del
Cordero… Ya no tendrán hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor
alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los
guiará a las fuentes de agua de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus
ojos» (7,14-17;
+21,3-4). «Éstos son los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús»
(12,17).
La victoria final de Cristo está próxima. Bienaventurados, dichosos los fieles, llamados a las bodas del Cordero
(19,9), pues en la Ciudad santa de Dios ya no reina la mentira y el pecado, ya
no hay muerte ni llanto (21,3-4), ya que el Dios luminoso de la vida ha venido
a ser todo en todas las cosas (1Cor 15,28).
Pronto, muy pronto, Cristo vencerá total y definitivamente al
mundo. Es uno de los mensaje principales del Apocalipsis: «Revelación de Jesucristo… para manifestar a sus
siervos lo que ha de suceder pronto»
(Ap 1,1; +22,7; 2,16). «Vengo pronto; mantén
con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (3,12).
«Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa
conmigo, para pagar a cada uno según su trabajo» (22,12). «Sí, vengo pronto» (22,20).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron… Y oí una voz fuerte
que decía desde el trono:… “Mira, hago nuevas todas las cosas”» (Ap 21,1.5). Es la misma voz
fuerte del Señor Dios, que dijo al principio: «Hágase
la luz, y hubo luz» (Gen1,3)… Sólo
el Creador del mundo puede ser su Salvador.
José María Iraburu, sacerdote
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