Con el título “La
ideología de género se basa en una creencia religiosa”, el diario
argentino La Prensa ha publicado un artículo de José Durand
Mendioroz, abogado y profesor, en el que subraya el origen “religioso” y no científico de la
ideología de género: la gnosis de comienzos de la era cristiana.
Por su interés, lo reproducimos a continuación.
La educación sexual escolar se
mencionó reiteradamente durante el debate de la ley de aborto –desde ambos
sectores contendientes– como una acción posible dirigida a prevenir abortos.
Sin embargo no todos entendemos lo mismo por educación sexual “integral”, ni coincidimos con la orientación
ideológica que se pretende imponer bajo el pretexto de que es “laica” y “científica”
y que por lo tanto debe ser obligatoria, aún con la oposición de sus
padres “por el interés superior del niño”.
Pero el fundamento de la ideología de género no es
ni laico ni científico. En efecto, la absolutización de la autonomía del
“yo” y el consiguiente desprecio de los
condicionamientos de la corporeidad humana, se originan en creencias religiosas que provienen de los albores de la
historia. En honor a la brevedad voy a referirme a aquellas que
recibieron el nombre genérico de “gnosticismo” alrededor de
los primeros años de nuestra era.
En realidad se trataba de
diversas tradiciones “gnósticas” que
proliferaron en los albores del Imperio Romano en toda la cuenca del
Mediterráneo, así como en el antiguo Irán, la Mesopotamia y, por cierto, en la
India. De acuerdo a Mircea Eliade, se trataba de creencias religiosas que
predominaron en la cultura e inclusive incidieron con suerte dispar en las
grandes religiones monoteístas.
En síntesis, las
tradiciones gnósticas coinciden en calificar la creación del universo material
como algo esencialmente malo, incluyéndose en tal categoría la corporeidad del
ser humano. Esta creencia sostiene que el alma, en forma previa a su
existencia corpórea, existe como parte de un todo divino. La encarnación supone
un desprendimiento y caída de una “partícula” o
chispa de divinidad y el olvido de aquella dignidad primordial, para ser
encerrada en la “cárcel” del cuerpo. De ello
resulta una antropología dualista:
cuerpo y espíritu no forman una unidad sustancial
sino que se escinden, sometiéndose el
primero en forma incondicionada a los designios del espíritu.
“Detrás
de las leyes sobre los nuevos derechos hay una nueva religión”. Tal es el título de un
comentario de Stéfano Fontana sobre una comunicación de Michel Pillon empero,
de inmediato aclara: “Bien visto, esta religión no es nueva, pues ya habían
pensado en ella los Cátaros en la Edad Media. La que ha sido llamada
herejía albigense tenía por dogma fundamental la separación del espíritu, por
esencia bueno y puro, del cuerpo, con el que podías hacer lo que quisieras, incluido
suprimirlo con el suicidio (acto que recibía grandes alabanzas) o extenuarlo en
los placeres más variados, con excepción de la procreación, juzgada malvada en
sí misma”.
El artículo hace un
interesante repaso del proceso de los cambios legislativos en Francia e Italia,
similares a los que se gestionan en esta parte del mundo. Respecto de la ley de
matrimonio entre personas del mismo sexo, manifiesta: “las investigaciones demuestran que son más favorables al matrimonio homosexual
quienes se declaran ‘no creyentes’, aunque en realidad se remiten a una creencia colectiva: ‘Esta
consiste en afirmar que en el matrimonio los cuerpos no tienen ninguna
importancia’. Se trata de una ‘verdad’ que no es en absoluto evidente y
que tampoco puede ser demostrada. ¿De dónde procede esta creencia colectiva?”. De la nueva religión, el “neocatarismo”, sostiene el autor.
Del mismo modo “la PMA (reproducción asistida) y la GPA (útero de
alquiler) empiezan a ser aprobadas. Se adivina que detrás de estas dos
manipulaciones del cuerpo humano por un capricho del espíritu intenta imponerse un nuevo artículo de fe:
que el cuerpo humano pueda ser vendido y comprado según su valor comercial”.
En definitiva “la idea de
que el cuerpo es un instrumento tiene por resultado, por ejemplo,
la indiferencia a su sexualidad, (…) o el rechazo del propio cuerpo, con el
derecho a cambiar de sexo o a elegir cuando morir; o incluso el rechazo de la
vida autónoma del cuerpo, base de la interrupción voluntaria del embarazo”.
Mircea Eliade afirma que el
gnóstico puede derivar tanto en un ascetismo extremo como en una liberación de
lo concupiscible, que recorre también un arco desde las técnicas sexuales y los ritos orgiásticos de las
escuelas tántricas de la India a las orgías de las sectas gnósticas libertinas.
Cabe aclarar que las creencias de cátaros y albigenses son las proyecciones
medioevales más conocidas, junto a la alquimia, al hermetismo, y al teosofismo,
de la gran matriz del pensamiento gnóstico, el que en sus líneas esenciales ha
llegado a nuestros días con renovado vigor.
En realidad, podría decirse
que en la Posmodernidad está en
proceso de constituirse en el pensamiento hegemónico, precisamente por la
influencia de la ideología de género, de las “nuevas
espiritualidades” y de diversas sociedades como las masónicas, que
reivindican una tradición gnóstica. Aunque mucha gente no sepa que sus
bases ideológicas son gnósticas, parafraseando a Monsieur Jourdain, el
personaje de Moliére, muchos podrían exclamar: “¡Por
vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que soy gnóstico sin saberlo!…”.
La realidad pluri cultural de
nuestra sociedad, en la que tanto se ha insistido, conlleva la exigencia de
evitar la imposición de cualquier uniformidad en lo que respecta a los
contenidos y metodologías concretos de la educación sexual escolar, más cuando
se basa en la arbitraria y
científicamente insostenible afirmación de que la sexualidad es una
construcción meramente cultural donde la corporeidad no tiene un papel
fundamental.
Secretaría RIES
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