La batalla de las
palabras es una guerra muy dura. La propaganda consigue que los significantes
remitan a otros significados, diferentes de los aceptados de modo común hasta
el momento. La univocidad es muy aburrida – no hace justicia a lo real, que es
variado - , la equivocidad es peligrosa – podríamos pedir algo bueno y recibir,
como respuesta, algo perverso –la analogía se presenta como una ley – del
lenguaje y de la realidad – que, en principio, nos ofrece una mayor confianza:
Las cosas, y las palabras, se parecen a veces entre sí, pero ese parecido no
equivale a la simple identidad. Las cosas, y las palabras, como por otra parte
las personas, se parecen y también se diferencian entre sí.
La guerra de las palabras es
cruel e insidiosa. Uno ya no sabe muy bien qué significa la palabra “suicidio”, o la expresión “muerte digna”, o la de “cuidados
paliativos”. Por no mencionar una palabra muy confusa como es la palabra
“eutanasia”. Hasta ahora uno podía verificar
de algún modo la entropía, la medida del desorden de un sistema, revisando su
habitación. Hoy la entropía parece ser la ley general, no de la termodinámica,
sino de la lengua y de la visión del mundo. Todo es desorden, y un desorden
creciente.
Todo es desorden. Uno pensaba
– ingenuamente – que los médicos estaban para curar y para cuidar a los
enfermos. Pues se ve que ya no. Ya están también para matar, a los enfermos o a
aquellos que se sientan poco firmes en su existencia. Uno pensaba que los
impuestos, en un Estado social de derecho, tenían la finalidad de sostener
acciones y políticas a favor del “bien común”. Ya
no. Los impuestos, sin que quepa el recurso a una opcional “X” ni mucho menos el acogerse a una objeción
fiscal que no existe, pueden ayudar a sufragar la eliminación de seres humanos:
antes de nacer o ya nacidos.
Le atribuyen a Stalin dos
sentencias que hoy podrían suscribir muchos otros: “La
muerte soluciona todos los problemas: Si no hay hombre, no hay problema”
y “Una muerte es una tragedia; millones de muertes
son una estadística”. Este pensamiento, quizá de Stalin, se está
convirtiendo en una máxima culturalmente aceptada, socialmente bien vista. Si
alguien supone un problema, eliminas al “alguien” y acabas con el problema: Un
niño que “llega” en un mal momento, un
anciano o un enfermo que supone una carga, etc. Los eliminas y ya está. Por
otra parte, “una” muerte – “un” aborto, “una”
eutanasia es una tragedia - ; cuando ya se cuentan por millones, son
simplemente una estadística.
Me ha sorprendido leer que un
anciano de 104 años quiere emprender un viaje a otro país para que le “asistan” en su suicidio. Otra vez la guerra de
las palabras. “Suicidarse” es quitarse
voluntariamente la vida. Pero pedir un suicidio “asistido”
suena de un modo parecido a pagarle a un verdugo para que te ejecute.
Por otra parte, si alguien ha resistido hasta los 104 años, resulta extraño que
tenga tan poca paciencia como para no resistir un poco más – ya muy poco - .
Por esta razón cabe albergar la sospecha que los suicidios “asistidos” son, o pueden ser, suicidios “inducidos”, en los que alguien te mueve, te
anima, a buscar al verdugo para que te ejecute.
En medio de este desorden
total, hay un partido político que quiere convertir en ley un proyecto de
eutanasia a cargo de la Seguridad Social. Si uno quiere ser eliminado, porque
está enfermo de gravedad o se ve sin ganas de seguir con vida, tendrá el “derecho” a que el Estado, con los impuestos que
todos pagamos sin que nos pregunten para qué los pagamos, ponga a su
disposición un verdugo – un médico/verdugo – que
le facilite el dejar este mundo.
No hace falta imaginar la
compulsión que una eutanasia así defendida puede ejercer sobre los enfermos y
sobre sus familiares. Podemos compararlo con la compulsión pro-abortista: Se
decía, en un principio, que el aborto se reservaba para casos muy graves. Solo
para algunos “problemas”. Terminó siendo un “remedio” para muchos “problemas”.
Pasó de ser una tragedia a ser una estadística. Podemos considerar lo
que pasa en Holanda o en Bélgica. Y lo que pasará aquí, en poco tiempo. Nos
dará miedo ir al médico, y ya no digamos ingresar en un hospital. Nos parecerá
egoísta durar un año más, en vez de hacernos matar antes de ocasionar gastos o
molestias.
Eso sí, el Estado, dueño de
todo, artífice de todo, ahorrará en pensiones. Quizá vaya siendo hora de
restringir ese omnímodo poder del Estado. Quizá vaya siendo hora de querer
evitar el totalitarismo y la tiranía. O al menos de resistir frente a ello con
mayor empeño y coherencia.
Guillermo Juan
Morado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario