lunes, 21 de mayo de 2018

LA APARICIÓN MARIANA MÁS IMPRESIONANTE DE TODAS


Ninguna aparición ha sido tan peculiar y única como su aparición en la Santa Montaña de Puerto Rico. ¿Por qué decimos esto? ¿Dónde está la diferencia con otras Apariciones, aprobadas por la Iglesia y sede de infinitas peregrinaciones?
Es que en la Santa Montaña, la  Santísima Virgen no sólo se apareció a los lugareños.
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Sino que “convivió” con ellos desde el año 1899 hasta el año 1909, es decir diez años.
Podríamos razonablemente preguntarnos ¿Es posible esto? Y bien, la  Santísima Virgen lo hizo posible como veremos.

APARICIÓN DE UNA JOVEN DESCONOCIDA
Apenas el huracán San Ciriaco abandonó el territorio de Puerto Rico, dejando a su paso devastación y más de tres mil seiscientos muertos, el día 8 de agosto de 1899, dos campesinos, que trataban de rescatar dos vacas varadas y a punto de ahogarse por la crecida del río, vieron una joven que parecía flotar sobre lo que ellos pensaron que era una “balsa” sobre el agua. Se quedaron mirándola hasta que desapareció detrás de un peñasco que la ocultaba a sus ojos. Dos días más tarde, la joven volvió a ser vista caminando y se detuvo en una casa para reprender a un hombre que maltrataba a una vaca.
“Todas las criaturas de Dios merecen respeto”, fue su enseñanza.
El joven volvió temblando a su casa, diciendo que después de decir esas palabras, la joven se había esfumado en el aire. Algunos días después, una cuadrilla de leñadores, mientras tomaban su almuerzo, notaron que no se encontraban solos en la altura del cerro al cual habían llegado al salir el sol. Al acercarse, vieron a una joven que les sostuvo la mirada sin decir palabra.

Reproducimos lo relatado después por ellos:
“¿Quién eres, niña?”
 “Soy tu buenaventura.”
 “¿Andas perdida?, preguntó otro de los leñadores.
La joven no pronunció palabra y cuando uno de los miembros de la cuadrilla intentó asirla se esfumó en el aire. Los hombres la buscaron por los alrededores gritando el que creían era su nombre: ‘Buenaventura’.
Debemos al Sacerdote benedictino Padre Jaime Reyes, la historia completa de esta “vivencia” de la  Santísima Virgen en San Lorenzo, Puerto Rico.
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Y el haber entrevistado a cientos de testigos, e hijos y nietos de testigos.
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Los cuales con sus testimonios le permitieron redondear una historia de la cual hasta el momento de escribir él su libro, “La Santa Montaña y el Misterio de Elenita de Jesús” sólo habían quedado señales en los corazones y en la memoria de aquellos que estuvieron presentes en esos años.
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Y que recibieron de la Madre sus consejos, enseñanzas y ayuda espiritual y material.
Pero, volvamos a la historia, según la relata el Padre Reyes:
“Pocos días después, cerca de la hora del almuerzo, A…. agarró una higüera (cantimplora), declaró un receso en las labores y se encaminó hacia una quebrada a buscar agua para todos. Luego descendió por la ladera sur del cerro y se internó en la parte más espesa del bosque. Un dulce canto que resonaba en todo el bosque detuvo su caminar. El leñador miró en todas direcciones, pero no vio a nadie.
El canto produjo en su ánimo una gran paz.
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Paso a paso se acercó al lugar donde provenía aquella voz tan sonora y cuando se encontraba cerca de la quebrada, la vio.
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Era la misma mujercita.
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Estaba sentada sobre una piedra, sus pies jugando con el agua.
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A…. volvió a detenerse ya que no solamente se escuchaba la voz de la jovencita, sino las de cientos de niños cantando en el bosque según dijo él, ‘en el idioma de los curas’ [latín.]
Paralizado de asombro, miró fijamente hacia la quebrada y fue en ese momento que ella levantó la vista y lo vio parado en medio de la arboleda, higüera en mano. Tras una breve conversación, la joven se levantó y comenzó a alejarse del lugar.
 “¡No camina! ¡Flota! ¡Es como si alguien a cada lado la estuviera cargando!” concluyó A…. al verla caminar sin que sus pies tocaran el suelo.                           
Una luminosidad que aumentaba por segundos comenzó a cubrir a la joven hasta que adquirió tal magnitud que cegó al hombre, quien instintivamente dejó caer la higüera y levantó el brazo derecho para cubrir sus ojos con el dorso de la mano. En las dos ocasiones en que retiró la extremidad de la cara y reabrió los ojos para ver a la joven, se vio obligado a cerrar los párpados y a escudarlos nuevamente con su mano. Cuando finalmente desapareció el resplandor y pudo abrir los ojos, fue para descubrir que se encontraba solo junto a la quebrada. El aturdimiento se apoderó del leñador y su cuerpo, que temblaba de pies a cabeza, perdió toda la fuerza causando que cayera sentado en el suelo.
“¡María Santísima!, ¿Qué es esto?
Al pronunciar el nombre de María, escuchó una voz masculina susurrándole al oído:
“¡Coge el agua y vuelve con tus compañeros!”

LA JOVENCITA DA INDICACIONES Y BROTA UN MANANTIAL
Pasados unos días de ese encuentro, los leñadores se encontraban encaramados en escaleras aserrando las ramas altas de varios árboles cuando distinguieron a la misma joven que habían visto en la peña flotando a gran altura sobre ellos.
“Hijitos míos, ¡buenos días! ¡La paz esté con ustedes!”
Al instante, los hombres bajaron la vista sin atreverse a mirarla.
“¡Mírenme!; no teman; soy yo.”      
“Madre, ¿dónde estabas?” “¿Qué has hecho?”
“¡Perdón, Madre, perdón!,” se turnaron en decir los leñadores, que aún no se atrevían a fijar sus ojos en la joven.
“Estaba en mi casa con mi Hijo amado.”
Poco a poco, los seis hombres levantaron la mirada y al descubrir que la joven seguía a gran altura, flotando entre los ramales de un árbol cercano, la preocupación se apoderó de ellos.
 “Mamita, ¡cuidado, que te caes!”, dijeron al unísono.
 “Quiero que me hagan aquí una choza”, les dijo ella sonriendo.
Los hombres se miraron entre sí asombrados, ya que la encomienda requería una correntía en los alrededores que supliera suficiente agua para todos los trabajos que conlleva la construcción de una vivienda.
Finalmente, uno de ellos se atrevió a preguntar:
 “¿Hacer aquí mismo una choza, Madrecita?
¡En todo esto no hay agua!” 
 “Quiero aquí mi choza. No se preocupen por lo demás.”
A la mañana siguiente los hombres transportaron herramientas de construcción hasta el cerro y desyerbaron el predio de terreno seleccionado por la misteriosa visitante para construir su humilde morada.
Poco antes del mediodía la joven reapareció ante el grupo.
 “Aquí se va a hacer mi casa, que es para todos mis hijos, los primeros ustedes.”   
 “Sí, Mamita, lo sabemos; aquí se va hacer tu choza, pero el agua queda muy retirada de todo esto,” contestó uno de los hombres.
“¡Anden ahí y traigan agua!
¡Se lavan y cogen agua para beber!,” ordenó la joven.
 “Mamita, ese es un sitio seco; ¡no tiene agua!; ¡son piedras secas!,” indicó Adolfo.
“¡Anden, anden a coger el agua!,” replicó la joven.      
“¡Apúrense, apúrense, que Mamita manda!,” ordenó Adolfo.
El grupo emprendió la marcha hacia un área en la zona norte de la cima, donde entre piedras de menor tamaño sobresalía un peñasco de granodiorita.
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Para su asombro, al llegar a la formación rocosa, descubrieron que del lugar donde antes solamente había piedras amontonadas brotaba a borbotones agua fresca y cristalina.”
Hemos querido reproducir textualmente los diálogos según fueron recogidos por los testimonios de quienes los vivieron, pero en adelante, tendremos que hacer sólo un somero resumen de lo que no cabría en cientos de libros.

ELENITA DE JESÚS
Ese fue el nombre con el que la misteriosa visitante quiso que la llamaran desde el principio.
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Podría deberse al significado del nombre Elena, que quiere decir “luz brillante como el sol”, “claridad deslumbrante”.
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Todos estos nombres que bien pueden aplicarse a nuestra Madre del Cielo.
El relato continúa con la construcción de la casita que la joven había pedido y que los leñadores hicieron en cuatro días, techándola con hojas de palma en dos aguas, con un balcón al frente.
“Una vez concluida la construcción de la vivienda, los hombres arribaron a la montaña con sus instrumentos habituales de trabajo para continuar las labores del aserrado suspendidas por la construcción de la choza. La joven los estaba esperando. De ella manaba un gran resplandor que por unos instantes dejó mudos de asombro a los leñadores.
La alegría de éstos al verla fue tanta, que todos a la vez exclamaron: “¡Mamita, Mamita, buenos días!”
 “La paz esté con ustedes, hijitos míos.”
 “Mamita, ya terminamos tu choza y nos vamos al trabajo,” anunció el jefe de la cuadrilla.
 “Vamos, a dar gracias antes de empezar las tareas. ¿O ya lo hicieron?”
 “No, no lo hemos hecho, pero lo haremos cuando empecemos,” contestó el jefe.
La joven permaneció en silencio e inmóvil ante ellos, por lo que los trabajadores, uno a uno, removieron sus pavas (sombrero campesino de paja y ala ancha que termina en flequillos) y se arrodillaron en el suelo.
 “Repitan tras de mí, mis hijitos:
¡Oh Dios!, te doy gracias por haberme cuidado durante la noche.
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¡Oh Dios!, te doy las gracias porque cuidas mi mente para no pensar cosa mala alguna durante el día.
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¡Oh Dios!, te doy las gracias porque mis ojos no miran ni desean nada prohibido.
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¡Oh Dios!, te doy las gracias por mi boca; no salga de ella palabra fea.
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¡Oh Dios!, te doy las gracias porque mi corazón no encierra nada malo para mi prójimo, que es mi hermano.”
Al concluir la oración, los hombres, aún con las cabezas inclinadas, hicieron la señal de la cruz.
“¡Anden al trabajo, mis hijitos!”
Ese día lo dedicaron al corte de madera, bejucos de yaguas y palmas. Al llegar la tarde regresaron a la choza a reunirse con quien ya todos llamaban ‘Mamita’ para dar las gracias por las tareas terminadas. Luego partieron rumbo a sus hogares. En ruta a San Salvador se detuvieron en las casas a lo largo del camino para dar aviso de que: “Mamita está en su choza para impartir la doctrina cristiana a todos.”

COMIENZA LA LABOR DE ELENITA
De esa forma comenzaron a subir peregrinos al Cerro Las Peñas, algunos junto a sus familiares a ver a Mamita y a escuchar sus prédicas. Así dio comienzo lo que A…. describió como: “Hacer reuniones en un sitio santo, porque desde el primer día en que Ella apareció como una niña, fue toda esa montaña bendita.” Tal vez deberíamos interrumpir el relato para describir cómo era la vida en el campesinado portorriqueño. El alcohol, la violencia, los vicios carnales, la falta de respeto a la mujer, el descuido de los niños, todo oscurecía la vida de los pobres sanlorenceños. La llegada de Elenita de Jesús fue como un resplandor de sol en un túnel oscuro.

El Padre Reyes lo relata así:
La noticia de la llegada de “Mamita” a tierra sanlorenceña corrió como la pólvora por toda la zona cafetalera del sureste de la isla.
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Y poco después de erigida su vivienda, decenas de campesinos de lugares aledaños y otros que atravesaban grandes distancias para llegar a la cima del monte a escucharla predicar desde el balcón de su humilde casita de madera con techo de yaguas, llenaban La Santa Montaña.
Justo antes de dirigirse a los presentes, cuyo número muchas veces rebasaba el centenar, por orden de Nuestra Madre se colocaba en el balcón de la casita un cuadro de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
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Y a manera de bandera, un paño azul con estrellas doradas flameantes, en extremo similar al color y a los adornos de la túnica de Nuestra Señora de Guadalupe”.

PERO, ¿QUIÉN ERA LA MISTERIOSA “ELENITA DE JESÚS”?
Según fue transcurriendo el tiempo, Nuestra Madre les fue revelando su identidad a sus hijos puertorriqueños.
En las ocasiones en que se le preguntaba quién era, afirmaba que:
Fui testigo de la muerte de Jesús”.
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“Soy la Madre de todos los hombres”.
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“Soy la Señora de todos los pueblos”.
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“Soy la que sufrió mucho cuando Jesús murió en la Cruz” y
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“Soy la Reina del cielo y de la Tierra.”
La primera vez que Nuestra Madre se manifestó como Nuestra Señora del Carmen fue cuando suspendió una de sus prédicas en La Santa Montaña para decirle a un oyente que había comentado: “Elenita parece una holandesita cuando predica,” que la mirara fijamente a la cara para determinar su verdadera identidad.
Al hacerlo, el hombre cayó de rodillas y la identificó delante de todos como la Virgen del Carmen, insistiendo que había visto su corona y el resplandor que salía de ella.
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A partir del momento en que se denominó “Madre Redentora”, comenzó a usar un gorrito con una “M” y una “R”.

LAS ENSEÑANZAS Y LA PREDICACIÓN
Las prédicas, que Elenita realizaba los miércoles y los viernes a las seis de la tarde, eran anunciadas haciendo sonar una caparazón de caracol o un cuerno de buey, cuyo sonido ya reconocían los trabajadores que regresaban de sus labores. La oratoria de Elenita de Jesús, realizada desde el balcón de su casita, estaba destinada a enseñar, en un lenguaje simple y con expresiones autóctonas que los campesinos entendían perfectamente. Ella anunciaba el Evangelio de forma tan clara y explicaba tan iluminadamente cómo debía ser aplicada cada enseñanza de Su Hijo en la vida diaria, que poco a poco, la vida de los sanlorenceños fue cambiando.
“…enfatizaba la importancia de dedicar los hijos a Dios, de orar – inclusive en cualquier lugar y posición, primero a Dios, luego a la Virgen María y a los santos.
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Del rezo constante del Rosario, de no pecar, de ayudarse los unos a los otros, de dar al necesitado, de tratarse como hermanos y de que la familia se reuniese para comer, manteniéndose así unida.
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Muchas veces repasaba ante la muchedumbre los principios del catecismo para preparar a los que aún no habían recibido los sacramentos.”
Según cuenta el padre Reyes, fueron innumerables las romerías que Elenita encabezaba para llevar a “sus hijitos” a las iglesias del lugar, a recibir los sacramentos, del Bautismo a los niños y del Matrimonio a los que vivían amancebados. Generalmente, los sacerdotes recibían de buen grado las peticiones de Elenita para otorgar los sacramentos.

Siempre en el relato del Padre Reyes:
“La granja. Nuestra Madre estableció un consorcio caritativo autosustentable en la cima del Cerro Las Peñas, al que ya todos los habitantes de San Lorenzo y pueblos aledaños se referían como ‘La Santa Montaña.’ Allí no solamente predicaba, sino que realizaba milagros, se encargaba de la alfabetización de los niños, ofrecía ayuda a los necesitados y enseñaba a sus discípulos a desafiar el sistema económico colonial al que estaban sujetos mediante la unión de esfuerzos y la venta de artesanías, en su mayoría cestas. “
Elenita tenía un círculo de allegados a los que llamaba “sus discípulos”, que eran los que organizaban la disposición de la enorme cantidad de tareas que ella enseñó. Tareas de costura, de cocina y de limpieza, el cuidado y alimentación de los animales, la siembra de alimentos, la confección de cestas y hamacas, el lavado de ropa, el talado de árboles, construcción y mantenimiento de las estructuras, así como de la vigilancia en la granja sanlorenceña eran realizadas por los discípulos que residían en La Santa Montaña. Elenita recorría los alrededores, llevando siempre su presencia luminosa y cariñosa a todos los que la veían, en lo que su gente llamaba “las Misiones”. No descansaba, salvo en los días en que desaparecía de la vista de todos. La Madre les había avisado que los días de Fiestas litúrgicas Ella debía regresar al cielo, pero los campesinos llamaban a esas ausencias “días de encierro”. Era en esos días en que su cabaña parecía dejar ver un gran resplandor interno, una luz que salía de ella. Los guardianes, no dejaban acercar a nadie por esos días.
Las únicas personas que podían entrar en la choza de Elenita, eran las Niñas de Nuestra Madre,” quienes también pertenecían al círculo íntimo de Mamita.
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Estas niñas, entre los seis y los 20 años de edad y que procedían de pueblos aledaños, se quedaban en la montaña por espacio de dos, tres o cuatro semanas a la vez.
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Mientras permanecieron a su lado, Nuestra Madre les enseñaba catecismo, oraciones, costura y otras labores del hogar, modales, buenos hábitos, a ser buenas hijas y esposas, el trato hacia las demás personas, a no dejarse abusar, a leer y escribir y los conceptos básicos de la aritmética.” 
Como Elenita recibía visitas de gente importante, sacerdotes y hacendados, sus discípulos construyeron a unos tres metros de su cabaña una capilla y junto a esta una pequeña casita, donde colocaron sillones para la comodidad de los visitantes. También construyeron otra habitación para las labores de costura.

LAS MISIONES, LOS MILAGROS
Los testimonios se multiplicaban: “Nuestra Madre predicaba por cuatro horas o más en los lugares que visitaba y su presencia siempre infundía respeto y temor a Dios. Cada vez era mayor la cantidad de personas que acudía a recibir instrucción sobre la palabra de Dios, a ser preparada para recibir los sacramentos o a ser curada de males. Bastaba que alguna persona dijera que estaba enfermo o que sentía dolor en alguna parte del cuerpo para que Mamita le impusiera las manos sobre la parte afectada y fuese sanado de inmediato.”
Durante los diez años que vivió “en suelo borincano”, Elenita “dio muestras de su poder sobre el movimiento, el tiempo, los elementos, la naturaleza, la enfermedad, el sol, el sonido, la materia, la gravedad y la malignidad en presencia de sus discípulos, sacerdotes y las muchedumbres que asistían a sus prédicas”.
Los prodigios de “Nuestra Madre” asombraban a todos.
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Multiplicaba alimentos, se trasmutaba en una paloma, aparecía y desaparecía, detuvo el movimiento del sol, separó las aguas de los ríos crecidos para poder pasar de una ribera a la otra, levitó en un sinnúmero de ocasiones y ejerció control sobre la fauna”.
Las ranas y los pájaros callaban cuando ella predicaba, si alguien venía a atacarla galopando, porque hubo gente poderosa que se sintió molesta por sus prédicas, los caballos se arrodillaban frente a ella, etc. En una ocasión le dispararon y ella levantó su Escapulario y las balas cayeron en su falda. En otra ocasión, bastó que Ella entrara en un Templo, para que se encendieran todas las luces y comenzara a tañer la campana. Otra de las aficiones de Elenita era la música. Le encantaba cantar himnos y enseñó a muchos a cantarlos. Regalaba instrumentos y los enseñaba a usar. Su voz era escuchada desde lejos. Los relatos de los que, ancianos en el momento de relatarlo al Padre Reyes, eran niños cuando la vieron, recordaban que Elenita siempre llevaba colgado un Crucifijo, que daba a besar “Para bien y salvación”. La vieron usando tres hábitos: uno negro en la Cuaresma, uno marrón como el del Carmen, con una cuerda en la cintura y un gran rosario colgando. También vestía a veces un hábito blanco y llegó a usar uno rojo. Es imposible aquí relatar todos los prodigios que realizó Elenita de Jesús durante los años que convivió con el pueblo de Santa Montaña, todo el amor que regaló a esa gente de corazón sencillo y de fe profunda, nos limitaremos entonces, a relatar lo que ella denominó “el cambio”, que fue cuando desapareció definitivamente.

“EL CAMBIO”
Nuestra Madre sabía que su presencia era bien conocida en todos los alrededores, por lo que tenía bien claro que para desaparecer, debía morir, puesto que de otra manera, sus discípulos y su pueblo amado serían acusados criminalmente por su ausencia. Ella fue preparando a todos para ese momento, dando instrucciones de lo que debían hacer en cada caso. Siempre del libro del padre Reyes extraemos el siguiente relato:
“Dos o tres años antes de partir, Nuestra Madre comenzó a suplicarle a sus discípulos que rogaran a Papito Dios (el nombre con el que se refería a Jesús,) para que le permitiera derramar su sangre en La Santa Montaña “para el perdón de todos los pecadores, ya que esto será una bendición especial para Puerto Rico.”
Durante el año y medio previo a su partida, Nuestra Madre comenzó a preparar a sus discípulos más allegados para que pudieran enfrentar con serenidad el momento de la despedida final. Al avisarles que no la verían por un tiempo largo, todos creyeron que sería otro de “sus encierros”Pero sería el alejamiento final. Este encierro duró 40 días y sólo la vio una de sus niñas, Francisca, que la acompañaba siempre y a la que le dio instrucciones precisas.

Alrededor del 22 de septiembre del año 1909, Nuestra Madre le indicó a Francisca lo que debía hacer con la sangre que derramaría, así como donde colocar su cuerpo y los candelabros para el velorio, que debía durar tres días. Mientras tanto, la ‘desaparición’ de Nuestra Madre llegó a oídos de las autoridades y dos agentes se apersonaron a verificar que ella no hubiera sufrido ningún percance. Al no verla, amenazaron a todos con la cárcel si no aparecía Elenita, cosa que ocurrió. Ella saludó a los agentes y les indicó que se encontraba perfectamente. Cuando se retiraron, la Madre volvió a decirles:  “Ya les había dicho que si lo hago de esa forma, todos mis hijitos amados pararían en la cárcel.”
 Inmediatamente después, les dijo:
“Quiero estar sola durante los próximos tres días para prepararme.
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A los tres días vayan [a la choza] y se fijan debajo de mi cuarto.
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Van a ver caer sangre por las rendijas que hay entre las tablas del suelo.
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Esa sangre será la mía, que la voy a derramar para morir.
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Entonces vayan a abrir mi cuarto.
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Ya no estaré aquí, pero no digan que he muerto, sino que di mi cambio.
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Me echan en la caja como me encuentren, con todo y rosario.
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Yo estaré preparada.
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Luego me llevan a enterrar al cementerio de San Lorenzo.”
Al amanecer del miércoles, 29 de septiembre, día en que se celebra la festividad de San Miguel Arcángel, el sanlorenceño José González, escuchó la voz de Nuestra Madre, por lo que de inmediato cayó de rodillas, rostro al suelo.
“Ya he dado el cambio, hijito, pero estaré con ustedes hasta el último día y los recibiré gloriosamente en el cielo.”
Al levantar la vista, González se percató de que Nuestra Madre se había ido. De inmediato dio aviso de lo sucedido a los demás discípulos, por lo que todos, presurosos, se dirigieron a la choza de Mamita. Al ver que salía sangre por entre las rendijas del piso de la casita formando un charco debajo de la estructura, todos recordaron las palabras que ésta pronunció en varias ocasiones: “¡Dichoso Puerto Rico si derramo aquí mi sangre!” Al descubrir la sangre debajo de la choza, los discípulos interpretaron que eso era un permiso para entrar a la vivienda. Allí encontraron el cuerpo de Nuestra Madre tendido en el suelo de su habitación y notaron que el mismo ya estaba amortajado con un bálsamo que describieron “como lila.”  Según las instrucciones de la  Santísima Virgen, el grupo de niñas recogió su sangre en unos paños blancos que fueron colocados dentro de varios frascos de cristal, después enterrados cerca de su choza. El juez, una vez notificado, determinó de forma preliminar que el cambio de Nuestra Madre no había sido causado por mano maliciosa y sentenció que: “el cuerpo de la Madre Elenita ahora pertenece a los ángeles.”

 EL “ENTIERRO”: ¿UN FÉRETRO VACÍO?
El cuerpo de la Madre, envuelto en una sábana por las niñas y colocado en un ataúd, comenzó su periplo hacia el cementerio de San Lorenzo. A medida que caminaban, se iba reuniendo gente, que testigos calcularon en “unas 20.000 almas”.
Al entrar a la iglesia, los discípulos que iban cargando el ataúd le aseguraron al sacerdote que según avanzaban hacia San Lorenzo y conforme al paso de las horas, el peso del féretro comenzó a disminuir y que al llegar al pueblo daba la sensación de que estaba vacío.
Una vez enterrada la caja que decía “contener” a Nuestra Madre, y cansados y hambrientos después de una peregrinación que había durado doce horas, los sanlorenceños se enfrentaron a la terrible realidad de que “Mamita” ya no estaba con ellos. A una sugerencia de alguien, se encaminaron a la Santa Peña, caminando presurosos por la ladera norte de la montaña y cuando llegaron a la roca de granodiorita, sus pasos se detuvieron en seco. De pie, junto al inmenso peñasco, toda rodeada de luz, estaba esperándolos sonriente su buenaventura.

LAS APARICIONES
Con los años, hubo testimonios de que la Santísima Virgen seguía apareciéndose.
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En el año 1982, o sea, 73 años después del “cambio” de Elenita de Jesús, dos niñas de 7 y 8 años la vieron y escucharon, al mismo tiempo que una de ellas llegó a levitar a dos metros y medio de altura.
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A una de ellas, la  Santísima Virgen le regaló un rosario, entrelazándolo entre los dedos de la niña.
El mensaje que dio fue: “Dios está muy cerca de la Tierra y nos encontramos en la última etapa de lo que ha de acontecer.” Las peregrinaciones continuaron y allí es donde entró en la historia el Padre Jaime Reyes, nombrado investigador de los fenómenos por el obispo y que finalmente terminó siendo el Rector del Santuario levantado allí. Al santuario acudieron varias videntes marianas de fama internacional junto a sus respectivos consejeros espirituales, una de ellas fue Marija Pavlovik (una de las de Medjugorje.)
Esta última dijo en público durante su visita en 1992:
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“No sé por qué los puertorriqueños viajan a Medjugorje, ya que tienen a la Gospa (la Virgen) aquí en La Santa Montaña”.

LA EXHUMACIÓN
Juan M. Pedró, el sepulturero sanlorenceño por décadas indicó a una periodista en 2005 que en el año 1991 se le había sido encomendado abrir el panteón donde había sido “enterrada” Elenita en el antiguo cementerio de San Lorenzo y remover el ataúd donde en 1909 se colocó el cuerpo de Nuestra Madre. A mediodía del Miércoles Santo de ese año y al recibir la orden de abrir la tumba y sacar la caja, descubrió que el ataúd estaba vacío.
“Eso es algo muy extraño, dijo, porque siempre hay restos, huesos, en pedazos o en polvo”.
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Confesó haberse quedado cerca, y oyó decir a los testigos de la exhumación que esperaban al menos encontrar una mantilla o un rosario, pero allí no había nada; la caja estaba llena de aire.

EL INFORME FINAL
Lamentablemente, presiones políticas resultaron en decidir que la persona llamada “Elenita”, que había vivido en San Lorenzo entre los años 1899 y 1909 tenía por apellido el de “Huge”. Y la iglesia Católica hasta la fecha no se ha expedido sobre el caso a pesar de los testimonios recogidos por el padre Reyes.
Pero eso no convence a muchos vecinos de San Lorenzo y Santa Montaña, que saben que sí estuvo la Santa Madre de Dios viviendo diez años entre sus abuelos.
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Y que los curó física y espiritualmente, les enseñó a vivir el Evangelio, les enseñó el Amor de Dios y les regaló su presencia luminosa, llena de maternal bondad.
Y nosotros, creyentes de hoy, miramos con santa envidia el regalo dado por nuestra amada Madre, María Santísima a Puerto Rico, y nos viene a la memoria el Salmo147, 20: “no hizo lo mismo con otras naciones”.

Ave María Purísima, Sin pecado concebida.

Fuentes:

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