«En el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo»
Celebramos hoy la solemnidad
de la Santísima Trinidad, el misterio central de la fe y de la vida cristiana.
Todo fiel que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el
que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae y el Espíritu lo mueve.
(InfoCatólica) ¿Cómo entender este misterio
de que hay una sola naturaleza Divina
en tres personas diferentes? Tomamos el resumen hecho por José Miguel
Arráiz de las explicaciones que los teólogos han dado para facilitarnos la
comprensión de este dogma de fe.
La doctrina de la Trinidad enseña que existe un solo Dios, pero en Tres Personas divinas que tienen una
misma naturaleza.
Las palabras «naturaleza» y «persona», no
se toman aquí en el sentido corriente de los términos, sino de acuerdo con el
lenguaje filosófico, que es más preciso.
La naturaleza o esencia de los seres es aquello que hace que las
cosas sean lo que son; el principio que las capacita para actuar como tal (por
ejemplo, la naturaleza del hombre es ser animal racional compuesto de alma y
cuerpo). La persona, en cambio,
es el sujeto que actúa (por ejemplo un hombre concreto con un nombre: Pedro
Perez, que actúa de acuerdo a su naturaleza: piensa, quiere, trabaja, etc.).
Así es claro que en cada hombre hay una sola naturaleza y una sola persona. En
Dios, en cambio, no ocurre así: una sola Naturaleza sustenta a una Trinidad de
Personas.
Por esto, a la inteligencia
humana le es imposible comprender el misterio de la Santísima Trinidad. El
esfuerzo racional de los teólogos (entre los que tenemos a Santo Tomás de Aquino) ha tratado de
ilustrarlo de la manera siguiente: Como las tres divinas personas no se
distinguen ni por su Naturaleza, ni por sus perfecciones, ni por sus obras
exteriores, se distinguen únicamente por su origen.
No se distinguen por su naturaleza porque tienen una naturaleza en común, la Naturaleza divina. Así no son
tres dioses, sino un solo Dios.
No se distinguen por sus perfecciones, porque éstas se identifican con la Naturaleza divina. Así ninguna de
las tres Personas es más sabia o poderosa, sino que todas tienen infinita
sabiduría y poder; ni la una es anterior a las otras, sino que todas son
igualmente eternas.
No se distinguen por sus obras exteriores, ya que teniendo las tres la misma Omnipotencia, lo que obre una
respecto a la criatura, lo obran las otras dos.
Se distinguen únicamente por su origen, porque el Padre no proviene de ninguna persona; el Hijo es engendrado
por el Padre; y el Espíritu Santo procede a la vez del Padre y del Hijo. Esto
es lo que impide que una Persona se confunda con las otras.
ORACIÓN DE LA BEATA
ISABEL DE LA TRINIDAD
¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayudadme a
olvidarme enteramente para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi
alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme
salir de Vos, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me haga penetrar más en
la profundidad de vuestro misterio. Pacificad mi alma, haced de ella vuestro
cielo, vuestra morada amada y el lugar de vuestro reposo. Que no os deje allí
jamás solo, sino que esté allí toda entera, completamente despierta en mi fe,
en adoración total, completamente entregada a vuestra acción creadora.
¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor,
quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria,
amaros… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y os pido os dignéis
«revestirme de Vos mismo», identificad mi alma con todos los movimientos de la
vuestra, sumergidme, invadidme, sustituidme, para que mi vida no sea más que
una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y
como Salvador.
¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!
quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero hacerme dócil a vuestras enseñanzas,
para aprenderlo todo de Vos. Y luego, a través de todas las noches, de todos
los vacíos, de todas las impotencias, quiero miraros siempre y permanecer bajo
vuestra gran luz. ¡Oh, Astro amado!, fascinadme para que no pueda ya salir de
vuestra irradiación.
¡Oh, Fuego consumidor, Espíritu de Amor!,
«descended a mí» para que se haga en mi alma como una encarnación del Verbo.
Que yo sea para Él una humanidad complementaria en la que renueve todo su
Misterio. Y Vos, ¡oh Padre Eterno!, inclinaos hacia vuestra pequeña criatura,
«cubridla con vuestra sombra», no veáis en ella más que al «Amado en quien Vos
habéis puesto todas vuestras complacencias».
¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi
Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Yo me entrego a
Vos como una presa. Encerraos en mí para que yo me encierre en Vos, mientras
espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.
(Oración a la
Santísima Trinidad de la Beata Isabel de la Trinidad (1880-1906), redactada el 21 de noviembre de 1904, tras pasar una
noche ante el Santísimo)
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