martes, 22 de mayo de 2018

SANTA RITA DE CASIA



PATRONA DE LOS IMPOSIBLES
Nace en 1381, en Roccaporena, cerca de Casia, en la Umbría italiana. Su verdadero nombre era Margarita, pero desde muy pequeña la llamaron Rita, y así se quedó para toda la vida. Crece en el temor de Dios y en la atención a sus ancianos padres Sus padres eran pacificadores de Cristo en las luchas políticas y familiares entre güelfos y gibelinos. Fue hija única. Desde su nacimiento ya empezó a demostrar que iba a ser la “Abogada de los imposibles”, pues la mamá sufría la enfermedad de la esterilidad y no podía tener hijos y con mucha oración obtuvo de Dios el prodigio de que le concediera esta buena hija. Cuando la niña nació ya sus padres eran bastante viejos. Desde sus primeros años dio muestras de una gran inclinación a la piedad. Su mayor gusto era dedicarse a la oración y el más grande deseo de su alma de juventud era ser religiosa.

Pero sus padres dispusieron más bien que debían hacerla contraer matrimonio. Y ella, que siempre fue obedientísima, aceptó la determinación paterna cuando iba a cumplir los diez y seis años, Rita se casó con Pablo Fernando Manzini, joven bien dispuesto, pero resentido, de carácter áspero y violento. Y sucedió que, como se acostumbraba en ese tiempo, la elección del esposo no fue hecha por la muchacha sino por los progenitores y estos se equivocaron totalmente al buscarle marido y quizás no se fijaron en las cualidades exteriores del individuo y no averiguaron bien qué tal era su personalidad y casaron a Rita con un verdadero monstruo de maldad. El marido resultó brutal, mujeriego y de un temperamento ciento por ciento agresivo. El tal hombre llegó a ser el terror de los vecinos y un continuo agresor dentro de su casa. La bondad de Rita superó las asperezas del marido e hizo posible una vida de paz y de concordia. Tuvieron dos hijos varones.

Con una vida sencilla, rica en oración y de virtudes, toda dedicada a la familia, ayudó al marido a convertirse y a llevar una vida honesta y de trabajo. Su vida de madre y de esposa fue turbada por el asesinato del marido, víctima del odio entre los grupos. Rita logró ser coherente con el Evangelio, perdonando totalmente, como Jesús, a quien le había causado tanto dolor. Los hijos, en cambio, influenciados del ambiente y de los parientes, estuvieron tentados y proclives a la venganza. La madre, para evitar la ruina humana y espiritual de sus hijos, pidió a Dios que prefería la muerte de sus hijos antes que verlos manchados de sangre; ambos enfermaron y murieron muy jóvenes. Su oración, humanamente incomprensible fue escuchada.

Rita, viuda y sola, pacificó los ánimos y reconcilió las familias con la fuerza de la oración y del amor; entonces pudo entrar en el monasterio agustiniano de santa María Magdalena de Casia. Aquí lleva una vida santa con una particular espiritualidad, que privilegiaba la Pasión de Cristo; y vivió cuarenta años, sirviendo a Dios y al prójimo con una generosidad y alegría atenta a las diversas situaciones dramáticas del ambiente y de la Iglesia de su tiempo. Sobresale por su espíritu de oración, su identificación con la voluntad de Dios aceptando la cruz, su amor a la Eucaristía y su entrega al prójimo. En los últimos quince años de su vida, Rita llevó sobre la frente el estigma de una de las espinas de la corona de Cristo, completando así en su carne los sufrimientos de Jesús.

Pero se cuenta… que Rita quiso entrar en el convento de las hermanas agustinas de Casia, pero su petición no fue aceptada. De vuelta al retiro del hogar, oró incesantemente a sus tres santos protectores: S. Juan Bautista, S. Agustín y S. Nicolás de Tolentino, y una noche se produjo el prodigio. Los tres santos se le aparecieron y la invitaron a seguirles, abriendo las puertas del convento, bien protegido por muros y cerrojos, la condujeron hasta el medio del coro, donde estaban recitando la oración de la mañana. Así Rita pudo vestir el hábito de las agustinas, realizando el antiguo deseo de entrega total a Dios. Se dedicó a la penitencia, a la oración y al amor de Cristo crucificado, que la asoció aun visiblemente a su pasión, con el estigma de una espina en su frente.

Este estigma milagroso, recibido durante un éxtasis, marcó el rostro con una dolorosísima llaga purulenta hasta su muerte, esto es, durante catorce años. La fama de su santidad pasó los límites de Casia. Las oraciones de Rita obtuvieron prodigiosas curaciones y conversiones. Para ella no pidió sino cargar sobre sí los dolores del prójimo. Murió en el monasterio de Casia en 1457 y fue canonizada en el año 1900.

Fue venerada como santa inmediatamente después de su muerte, como se encuentra testimoniado en el sarcófago y en el “Codex miraculorum”, documentos ambos que pertenecen al 1457-62. Sus huesos, desde el 18 de mayo de 1947, reposan en el Santuario dentro de una urna de plata y cristal trabajada en 1930. Recientes estudios médicos han afirmado que sobre la frente, al lado izquierda, se encuentran las huellas de una llaga ósea (osteomielitis). El pie derecho tiene, además, la señal de una enfermedad padecida en los últimos años, quizás una artritis; mientras su estatura era de 1,57 cm. El rostro, las manos y los pies están momificados, bajo el hábito de monja agustina se encuentra entero el esqueleto articulado.

Fue característica suya pasar por todos los estados de la vida, y en cada una de estas etapas se dedicó a cumplir sus deberes con la mayor exactitud posible y todo por amor de Dios, superando el sufrimiento con amor generoso y con un profundo espíritu de penitencia, siendo siempre mensajera de paz y reconciliación.

Rita, según algunos autores muerta en 1447, según otros en 1457, fue beatificada en 1628 por Urbano VIII, y León XIII la proclamó santa el 24 de mayo de 1900.

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