Contra quoscumque
Clericos, tam saeculares quam regulares, nefandi criminis reos.
Ese horrible crimen, a causa del cual las ciudades corruptas y obscenas fueron destruidas
por el fuego a través de la condenación divina, nos causa la pena más amarga y
nos conmociona, lo que nos impulsa a reprimir ese crimen con el mayor celo
posible.
Muy oportunamente el Quinto
Concilio de Letrán [1512-1517] emitió este decreto: “Que cualquier miembro del clero atrapado en
ese vicio contra la naturaleza, dado que la ira de Dios cae sobre los
hijos de la perfidia, sea removido de
la orden clerical o forzado hacer penitencia en un monasterio“(capítulo
4, X, V, 31).
Para que el contagio de una
ofensa tan grave no avance con mayor audacia aprovechando la impunidad, que es
la mayor incitación al pecado, y para castigar más severamente a los clérigos
que son culpables de este nefasto crimen y que no están asustados por la muerte
de sus almas, determinamos que deben ser entregados a la severidad de la
autoridad secular, que hace cumplir la ley civil.
Por lo tanto, deseando perseguir con mayor rigor de lo que
hemos ejercido desde el comienzo de nuestro pontificado, establecemos
que cualquier sacerdote o miembro del clero, ya sea secular o regular, que
comete un crimen tan execrable, por la fuerza de la presente ley sea privado de
cada privilegio clerical, de cada puesto, dignidad y beneficio eclesiástico, y
habiendo sido degradado por un juez eclesiástico, que sea entregado
inmediatamente a la autoridad secular para ser ejecutado, según lo ordena la
ley como castigo apropiado para los laicos que están hundidos en este abismo.
(Constitutionn Horrendum illud
scelus, 30 de agosto de 1568, en Bullarium Romanum, Roma: Typographia
Reverendae Camerae Apostolicae, Mainardi, 1738, cap. 3, p. 33)
Lo interesante del texto,
aparte de la contundencia con que habla de ese pecado nefando, es que el Papa
proponía entregar a los clérigos al brazo civil. Que es exactamente lo que no
se ha hecho durante mucho tiempo en los casos de pederastia. Obviamente hoy el “brazo civil” no impone de cárcel -y menos de
muerte-, a los que practican la homosexualidad. Sí a los que abusan de menores.
Ese caso es en el que cabe el paralelismo.
La ira de Dios se revela desde
el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad
prisionera de la injusticia. Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta
manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su
eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de
la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables,
pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron
gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que
su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas.
Alardeando de sabios,
resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del
hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles.
Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos; es decir, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén.
Por esto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas, pues sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza; de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres y recibiendo en sí mismos el pago merecido por su extravío.
Y, como no juzgaron conveniente prestar reconocimiento a Dios, los entregó Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda clase de injusticia, maldad, codicia, malignidad; henchidos de envidias, de homicidios, discordias, fraudes, perversiones; difamadores, calumniadores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, crueles, despiadados; los cuales, aunque conocían el veredicto de Dios según el cual los que hacen estas cosas son dignos de muerte, no solo las practican sino que incluso aprueban a los que las hacen.
Romanos 1,18-32
Luis Fernando Pérez Bustamante
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