1. A finales del siglo XIX y principio de XX, el 1 de
mayo se convirtió en una fecha reivindicativa y revolucionaria a favor de la
clase obrera. El Papa Pío XII, en 1955, quiso darle una dimensión cristiana, e
instituyó la fiesta de San José Obrero, que no sólo fue trabajador artesano
humilde, sino el modelo de todo trabajador cristiano, que se afanó durante
años, como servidor de la Sagrada Familia, sumergido en una gran intimidad con
Dios. De esta manera el Papa proyectaba una luz nueva sobre la dignidad del
trabajo, que ofrece el medio de perfeccionar la creación, sirviendo a Dios y a
los hombres, imitando a Dios Creador y al Hijo de Dios también artesano como su
padre José, y uniendo los sufrimientos y contrariedades del propio trabajo a la
cruz de Cristo.
2.
Aunque los evangelios nos dicen
muy poco de San José, le califican con cinco títulos, importantes y
significativos, que son como cinco pilares que permiten construir una sólida
teología josefina: le designan "hijo de
David" (Mt 1,20), "esposo de
María" (Mt 1,16), "padre de
Jesús" (Lc 2,48), "hombre justo" (Mt 1,19), y "el carpintero" (Mt 13,55) que enseñó su
mismo oficio a Jesús (Mc 6,3). Hoy sólo celebramos su oficio de carpintero de
Nazaret: el sencillo trabajador que tiene que trabajar cada día, para sostener
a su familia, con el sudor de su frente en un trabajo bien humilde, y en una
vida oculta y laboriosa.
3. El evangelio no recoge ni una sola palabra suya.
San José, más que con sus palabras, habla con sus actitudes y gestos. Con su
silencio, su obediencia, su trabajo. Fue un obrero auténtico que trabajaba de
sol a sol en su modesto taller de carpintería. La palabra griega tékton con que
le designa el evangelio, tiene un sentido genérico de "artesano",
que puede incluir los oficios de carpintero, herrero, albañil, curtidor,
tejedor, alfarero, etc. Sin embargo, ya en Homero y en Jenofonte, tékton se usa
en el sentido específico de artesano en carpintería. Y así lo ha entendido la
tradición cristiana desde san Justino (siglo II), que nos dice que construía
yugos y arados, y en la misma línea escriben Origenes, san Efrén y san Juan
Damasceno. Hasta la edad media no aparecen los autores que le dicen herrero
(san Isidoro de Sevilla). Pero ninguna prueba decisiva señala con precisión el
oficio de José. Algo puede aclararnos el hecho de que en la época de Cristo, en
Palestina escaseaba la madera. No había sino los famosos cedros, que eran pocos
y propiedad de ricos, palmeras, higueras y otros frutales. En consecuencia muy
pocas cosas eran entonces de madera. Concretamente, en Nazaret las casas o eran
simples cuevas excavadas en la roca, o edificaciones construidas con cubos de
la piedra. En los edificios sólo las puertas eran de madera y muchas casas ni
siquiera tenían otra puerta que una gruesa cortina. No debía, pues, ser mucho
el trabajo para un carpintero en un pueblo de no más de cincuenta familias.
Preparar o reparar aperos de labranza o construir rústicos carros. Los muebles
apenas existían en una civilización en que el suelo era la silla más corriente
y cualquier piedra redonda la única mesa. La carpintería pues, no era un gran
negocio en el Nazaret de entonces. Sólo se le hacían encargos eventuales que
consistían en reparar un tejado, en arreglar un carro, o recomponer un yugo o
un arado. San José trabajaba humildemente para ganarse la vida y se la ganaba
modestamente.
4. Su casa tiene, como todas las de la gente pobre de
Palestina, una sola habitación que es cocina, comedor y dormitorio. Tiene un
molino de mano, un hornillo de barro para cocer el pan, un arcón para guardar
los vestidos, una mesa, una lámpara de aceite, unas esteras para dormir, y
pocas cosas más. Todo pobre, pero limpio y ordenado, que por algo son las manos
de María las que cuidan del hogar. En el exterior, una escalera adosada a la
pared que conduce a la azotea. Este es el lugar de descanso de la Sagrada Familia
al anochecer, donde en verano goza de la fresca brisa del Mediterráneo, y rezan
vueltos hacia Jerusalén (Dn 6,11). El taller de José está en un pequeño patio
con su "parra y su higuera" tradicionales
(l Re 5,5). José va vestido con una túnica ceñida con un cinturón; calza unas
sencillas sandalias, y cubre su cabeza con el kuffiyéh, un velo sujeto con dos
vueltas de un cordón negro. Se casó joven, con algún año más que Maria, que
tendría unos dieciséis. Maneja con vigor la sierra y la garlopa. Por todas
partes hay tablones de sicómoro, arcas, yugos y arados recién terminados.
Mientras José trabaja, canta y reza, feliz de ganar con el sudor de su frente
el pan para sus dos grandes amores: Jesús y María.
5. Él es un trabajador que cumple el mandato de Dios:
"Tomó Dios al hombre y lo puso en el jardín
del Edén, para que lo cultivara y guardara" (Gn 2,15). Para que
trabajara, a imagen de Dios trabajador, "creador del cielo y de la
tierra". "Mi Padre trabaja siempre".
6. Inmenso Dios creando como un torbellino inmóvil y
amoroso, afanándose en su obra para su gloria en el hombre. Y cuando al
principio, pasó revista a todo, estrellas, mares, calandrias y elefantes, aves
del paraíso y águilas reales, altísimas montañas, palomas raudas, palmeras y
cipreses, colibrís y elefantes… el hombre y la mujer…, dijo: ¡Bien! ¡Todo está
bien! ¡Me ha quedado todo estupendo!…
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
El amor
de Dios ya se nos manifiesta en la creación.
Maravillas
de amor del trigo verde.
Maravillas
de amor de los ríos caudalosos.
De los
hondos mares bravíos.
De las
altas montañas escarpadas.
Del
ondular de las colchas de sangre de amapolas.
De los
rosarios rosados del maíz.
Del
néctar de los melones deliciosos.
De los
crujientes cacahuetes.
De los
prados de verduras
De los
racimos de los plátanos.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
Riquezas
de amor del oro pálido.
De los
diáfanos diamantes.
De los
zafiros y de los topacios.
De las
aguas marinas románticas.
De los
rojos corales.
De las
amatistas y rubíes de sangre.
De la
plata rutilante.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
El regalo
de amor de la vida animal.
De los
ágiles caballos.
De las
gacelas tímidas.
De los
jilgueros y de los gorriones cantarines.
De los
locuaces periquitos.
De los
toros solemnes y orgullosos.
De las
ballenas como casas.
De los
leones regios.
De los
pavos reales de ensueño.
De las
altísimas jirafas.
De los
canarios melodiosos.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
Y el lujo
de los jardines.
Las
rosaledas lujuriantes, jaspeadas.
Los
jazmines embriagadores.
Las
madreselvas de embrujo.
Los
claveles rojos, naranja, blancos, amarillos.
Los
tulipanes de nácar.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
Maravillas
de amor.
Y el
hombre. Y la mujer.
Y el
paraíso sin dolor.
La chispa
primera de la inteligencia.
El latido
de la primera emoción, del primer amor.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
Misterio
de amor.
Y la
Redención.
Hijos en
el Hijo.
Vida de
Dios. Como si a las hormigas
las
eleváramos a la vida humana, inteligente y voluntaria.
Como si
les pudiéramos decir: ¡Hormigas, qué alegría, sois hombres, siendo a la vez
hormigas!
Hombres –
dioses.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
Al animal
con suplemento de inteligencia: hombre.
Al hombre
con la gracia = dios.
Divinizado.
Pero
comprado con Sangre divina.
La Sangre
del Cordero.
Y ese
hombre, ya liberado en general, tiene que ser liberado en concreto.
Tú, yo,
él, todos.
La
Iglesia.
La
humanidad.
La
humanidad en el crisol.
Y vio
Dios que lo había hecho bien.
7. Y le dijo a Adán: Prolonga tú ahora mi obra
creadora, toma mis fuerzas y sigue creando, yo estaré contigo y descansaré.
Trabaja conmigo, que es tu oficio. Trabajar para Adán era hermoso, era «coser y cantar», siempre con el corazón henchido
de alegría, porque crear deleita.
8.
El sudor vino después; la
amargura y el cansancio y la fatiga fueron posteriores al pecado. «Con el sudor de tu frente», la tierra se te
resistirá, y las ideas se te irán escurridizas, y se bloqueará el ordenador, y
los cardos y las espinas, son, pueden ser, expiación y penitencia. "Existe, dice Juan Pablo II en la "Laborem
exercens", una dimensión esencial del trabajo humano, en la que la
espiritualidad fundada sobre el evangelio, penetra profundamente. Todo trabajo
—tanto manual como intelectual— está unido inevitablemente a la fatiga El libro
del Génesis lo expresa de manera verdaderamente penetrante, contraponiendo a
aquella originaria bendición del trabajo, contenida en el misterio mismo de la
creación, y unida a la elevación del hombre como imagen de Dios, la maldición,
que el pecado ha llevado consigo: «Por ti será maldita la tierra. Con trabajo
comerás de ella todo el tiempo de tu vida» (Gén 3,17). Este dolor unido
al trabajo señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el
anuncio de la muerte: «Con el sudor de tu rostro
comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra; pues de ella has sido hecho…» (Gén
3,19). Casi como un eco de estas palabras, se expresa el autor de uno de los
libros sapienciales: «Entonces miré todo cuanto
habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve…» (Ecl
2,11). No existe un hombre en la tierra que no pueda hacer suyas estas
palabras. El Evangelio pronuncia, en cierto modo, su última palabra, en el
misterio pascual de Jesucristo. Y aquí también es necesario buscar la respuesta
a estos problemas tan importantes para la espiritualidad del trabajo humano. En
el misterio pascual está contenida la cruz de Cristo, su obediencia hasta la
muerte, que el Apóstol contrapone a aquella desobediencia, que ha pesado desde
el comienzo a lo largo de la historia del hombre en la tierra (Rm 5,19). Está
contenida en él también la elevación de Cristo, el cual mediante la muerte de
cruz vuelve a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo en la
resurrección.
9. El sudor y la fatiga, que el trabajo
necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad, ofrecen al
cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la
posibilidad de participar en el amor en la obra que Cristo ha venido a realizar
(Jn 17,4). Esta obra de salvación se ha realizado a través del sufrimiento y de
la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo
crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios
en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de Jesús
llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que ha sido llamado a
realizar.
10.
Cristo, sufriendo
la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la
cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros que buscan la paz y la
justicia»; pero, al
mismo tiempo, «constituido Señor por su
resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en la tierra, obra
ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre purificando y
robusteciendo también, con ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que
la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la
tierra a este fin».
11. En el trabajo cristiano descubre una pequeña parte
de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el
cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo, merced a la luz
que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos
siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un
anuncio de los «nuevos cielos y otra tierra nueva»,
los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo, son participados
por el hombre y por el mundo. A través del cansancio y jamás sin él. Esto
confirma, por una parte, lo indispensable de la cruz en la espiritualidad del
trabajo humano; pero, por otra parte, se descubre en esta cruz y fatiga un bien
nuevo que comienza con el mismo trabajo: con el trabajo entendido en
profundidad y bajo todos sus aspectos, y jamás sin él.
13. ¿No es ya este nuevo bien —fruto del trabajo
humano— una pequeña parte de la «tierra nueva», en la que mora la justicia? ¿En
qué relación está ese nuevo bien con la resurrección de Cristo, si es verdad
que la múltiple fatiga del trabajo del hombre es una pequeña parte de la cruz
de Cristo? También a esta pregunta intenta responder el Concilio, tomando las
mismas fuentes de la Palabra revelada: «Se nos
advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí
mismo (Lc 9,25). (Vat. II, Const. Sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium
et Spes, 38).
14.
No obstante, la
espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo
nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y
crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede
contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino
de Dios». El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra del Dios
vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa el puesto que ocupa su trabajo no
sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios,
al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra
del Evangelio".
15. Y así, trabajando, es como el hombre se convierte
en dominador de la materia y concreador del mundo, que le estará sometido en la
medida de su trabajo; y pondrá a su servicio todas las criaturas, inferiores a
él. Y así se dignifica y crece.
16. «El que no quiera
trabajar que no coma», dice san Pablo; quien ha de comer tiene que
trabajar. El deber de trabajar arranca de la misma naturaleza. «Mira, perezoso, mira la hormiga…», y mira la
abeja, y aprende de ellas a trabajar, a ejercitar tus cualidades desarrollando
y haciendo crecer y perfeccionando la misma creación. Que por eso naciste
desnudo y con dos manos para que cubras tu desnudez con el trabajo de tus manos
y te procures la comida con tu inventiva eficaz.
17. El trabajo será también tu baluarte, será tu
defensa, contra el mundo porque te humilla, cuando la materia o el pensamiento
se resisten a ser dominados y sientes que no avanzas. Te defenderá del demonio,
que no ataca al hombre trabajador y ocupado en su tarea con laboriosidad.
Absorbido y tenaz. Te defenderá del ataque de la carne, porque el trabajo
sojuzga y amortigua las pasiones, y con él expías tu pecado y los pecados del
mundo con Cristo trabajador, creando gracia con El y siendo redentor uniendo tu
esfuerzo al suyo, de carpintero y de predicador entregado a la multitud y
comido vorazmente por ella.
ASÍ ES CÓMO EL TRABAJO
CRISTIANO, SE CONVIERTE EN FUENTE DE GRACIA Y MANANTIAL DE SANTIDAD.
18.
Pero si el hombre debe continuar
creando con Dios, su trabajo debe ser entregado a la Iglesia y a la comunidad
humana, llamada toda al Reino. El que trabaja, cumple un deber social. Ahora
bien, si el trabajo es un deber, si el hombre debe trabajar, el hombre tiene el
derecho ineludible de poder trabajar, de tener la posibilidad de ejercer el
deber que le viene impuesto por la propia naturaleza, por el mismo Dios
Creador, Trabajador, Redentor y Santificador. El derecho social al trabajo es
consecuencia del deber del trabajo. Pío XII en la Sponsa Christi recuerda
incluso a las monjas de clausura, el deber de trabajar con eficacia.
19. Pero la realidad es que, así como hay en el mundo
una injusticia social en el reparto de la riqueza, la hay también en el reparto
del trabajo. Mientras haya parados, no puede haber hombres pluriempleados; por
dos razones: primera, porque sus varios empleos quitan, roban, puestos de
trabajo a los que de él carecen; segunda, porque los que tienen varios empleos
difícilmente los cumplirán bien y a tope. El "enchufismo"
no es sinónimo de perfección, sino todo lo contrario. Se habla de
estructuras injustas en órdenes diversos; pero la estructura injusta, y había
que revisarla si es injusta, se da también en la distribución del trabajo.
20. Que un sacerdote, y son muchos, no tengan nada que
hacer en todo el día, salvo celebrar la misa, cuando hay también muchos que no
pueden abarcar todas las misiones que se les encomiendan, puede ser
consecuencia de unas estructuras, o de una interpretación de las mismas, que en
todo caso, deberán ser, en justicia, revisadas.
La
sociedad no puede desperdiciar energías, pero la Iglesia tiene que aprovechar
todas las piedras vivas, para edificar el Cuerpo de Cristo.
21. "Dios
todopoderoso, creador del universo, que has impuesto la ley del trabajo a todos
los hombres; concédenos que siguiendo los ejemplos de San José, y bajo su
protección, realicemos las obras que nos encomiendas y consigamos los premios
que nos prometes".
22. "Todo lo que de palabra o de obra realicéis, hacedlo con toda
el alma, sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia"
Colosenses 3,14.
23. Pidamos con el salmo 89: "Haz
prósperas, Señor, las obras de nuestras manos".
Jesús Marti Ballester
www.mercaba.org
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