VATICANO, 05 May. 16 / 01:15 pm (ACI).- Esta tarde en la Basílica de
San Pedro el Papa Francisco presidió la Vigilia de oración “para enjugar las lágrimas” en el que escuchó
varios intensos testimonios que lo conmovieron.
El primer testimonio fue el de una familia
italiana de Salerno compuesta por Giovanna, de 48 años, casada con Domenico
desde 1995. Tienen dos hijos Rafaele y Chiara. Hace un tiempo y cuando tenía
solo 15 años, el mayor de los tres, Antonio, se suicidó.
Giovanna compartió el sufrimiento que esto le produjo: “Antonio también me puso en su tumba a mí, mi vida, mi mente, mi alma. En ese terrible
momento solo tenía el amor de Dios… mi existencia. Él secó todas mis lágrimas y
me dio fuerza. Este amor hizo que no me destruyera”.
Rafaele, que tenía 9 años cuando ocurrió la tragedia, dijo que en ese
momento “me sentí perdido, abandonado. Tenía mucha
ira, sobre todo contra Dios porque no podía encontrar una razón para el
suicidio de mi hermano”. Luego se alejó de la Iglesia pero poco a poco
volvió a la fe con la ayuda de sus padres.
Por su parte el padre, Domenico, recordó que el día del funeral de
Antonio “me sentía aniquilado, confundido…. ¿En qué
fallé? Como padre, como esposo, como cristiano me sentía nada”.
Un día en una iglesia, continuó, alguien que pasó por la misma
experiencia con una hija lo abrazó. “En ese momento
sentí verdaderamente que ese abrazo venía del cielo, que era el consuelo
de Dios para que yo renovara mi confianza en la presencia de Dios, para
abrazarme a su misericordia”, relató.
El segundo testimonio fue el del pakistaní Kaizer Felix, quien se presentó acompañado de su
familia. Cuando cubría la realidad de la minoría católica, fue víctima “de la violencia brutal y la persecución que promueve la
ley de blasfemia”.
La ley de Blasfemia en Pakistán agrupa varias normas contenidas en el
Código Penal inspiradas directamente en la Shariah –ley religiosa musulmana–
para sancionar cualquier ofensa de palabra u obra contra Alá, Mahoma o el
Corán, incluso con la pena de muerte. La ley es usada con frecuencia para
perseguir a la minoría cristiana.
Por su trabajo, Felix recibió un premio en 2007 y fue considerado “una amenaza para el Islam”. Cuando acudió a la
policía nadie le hizo caso y finalmente tuvo que huir y se dirigió a Roma donde
poco a poco van forjando su futuro.
El tercer testimonio fue el del italiano Maurizio Frattemico y su hermano gemelo Enzo,
quienes lo “tenían todo” en una época: dinero,
éxito, mujeres, aunque al final “me sentía vacío, sin sentido”.
Maurizio tuvo un intenso cuestionamiento sobre su vida en marzo de 2002
y agradeció a su madre que lloró mucho por él, como “Santa
Mónica por San Agustín”. Tras esa experiencia en África se encontró días
después con su hermano “que se veía muy alegre,
distinto”.
Enzo le contó que todo era debido a Dios y lo abrazó. Maurizio comenta
que “en ese abrazo sentí el amor que nunca me juzgó
ni me condenó”.
Luego de cada testimonio se encendió una vela ante el relicario de la
Virgen de las Lágrimas de Siracusa, expuesto en esta ocasión para la veneración
de los fieles en la Basílica de San Pedro.
El Papa entregó luego a diez personas el Agnus Dei (antiguo objeto de
devoción usado en los años jubilares desde 1470), como símbolo de consuelo y
esperanza, bendecido por él mismo. De forma oval y cera blanca, este objeto
tiene grabada la imagen del Cordero Pascual en un lado, y del otro lado el logo
del Jubileo de la Misericordia.
Entre las personas que lo recibieron están una que ha perdido un hijo en
un accidente de tráfico, otra que perdió un familiar en el trabajo, otra que
perdió a sus familiares en el genocidio en Ruanda y otra que estuvo
encarcelada.
Contribuyó en este artículo Elise
Harris, correponsal de CNA
en Roma.
Por Walter Sánchez Silva y Álvaro de Juana
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