Uno de los temas sobre los
regalos del Espíritu con el cual se nos capacita para la misión, es el carisma
de liberación de influencias malignas, diabólicas, el cual ha sido bastante
conflictivo.
Llaman la atención las
palabras de Jesús dirigidas a los discípulos al final del evangelio de Marcos
cuando les dice que deben acompañar el anuncio evangelizador con signos de
poder como expulsar demonios, hablar lenguas nuevas y sanar enfermos (Mc 16,
15-18).
Pero
a menudo la liberación se ha comprendido mal o inadecuadamente. Y por otra
parte, se han realizado liberaciones que no deberían haber sido realizadas: la
ignorancia, la precipitación, la falta de un buen discernimiento, el mal uso
del carisma, las exageraciones etc., han hecho que se tengan sospechas a la
hora de entrar en materia
Estamos
ante un problema complejo que, lejos de haber desaparecido, sigue presente
en nuestra sociedad. Y por eso este informe trata de poner orden sobre la
justificación de este ministerio y la forma en que se debe ejercitar.
LA DOCTRINA DE LA IGLESIA
SOBRE EL MALIGNO
Se
puede hablar, con seriedad de los ritos satánicos y sin caer en exageraciones. La Iglesia
siempre ha rechazado una excesiva credulidad en esta materia, censurando
enérgicamente todas las formas de superstición, al igual que la obsesión por
satanás y los demonios, y los ritos y modalidades de maléfica adhesión a tales
espíritus.
También
ha puesto en guardia contra un enfoque puramente racional de estos
fenómenos, que termine por identificarles siempre y solo con desequilibrios
mentales.
Una
serena posición de fe ha sido característica de la actitud de la Iglesia a lo largo de
los siglos. Como nos recuerda san Juan Crisóstomo: “Ciertamente, no es un
placer entretenerse con el tema del diablo, pero la doctrina que aquel me
ofrece la ocasión de tratar resultará muy útil para vosotros” (Del diablo
tentador, homicida II, 1).
La Iglesia ejerció, ya desde
tiempo apostólico, como lo afirma la introducción del ritual de exorcismos, el
poder recibido de Cristo de expulsar demonios y anular su influjo.
Así pues, ora
continuamente y con fe “en nombre de Jesús” para ser liberada del
maligno. Y en el mismo nombre, con el poder del Espíritu Santo, ordena
de varias formas a los demonios que no obstaculicen la obra de la
evangelización y que devuelvan “al más fuerte” el dominio de todos y
cada uno de los hombres.
“Cuando la
Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que
una persona o un objeto sea protegido contra el influjo del Maligno y
substraída de su dominio, esto se llama exorcismo” (Catecismo de
la Iglesia Católica n. 1673).
EN LA SAGRADA ESCRITURA
En
el Antiguo Testamento, ya desde el Génesis aparece la tentación de nuestros
primeros padres por la acción de un espíritu perverso y maligno (Gn 3,13-15).
En
el primer libro de Samuel, Saúl es atormentado por un espíritu malo (1 S
14,16). En los libros escritos antes
del cautiverio nos encontramos con espíritus malignos actuantes sobre
los seres humanos (1 R 22, 21-23; 2 Cro 18, 18-22); y por primera vez en el libro de Job aparece ya con el
nombre de satán, que es presentado como espíritu tentador, empeñado en apartar
al ser humano de Dios (Jb 1,6-2,7).
En
los libros posteriores al cautiverio, el demonio aparece con más frecuencia y con mayor
claridad, excluido de todo influjo
persa que lo divinizaba (1 Cro 21, 1; Za 2,12; Ecl 21,30).
En
el Nuevo Testamento los pasajes sobre el demonio son muy repetidos y
explícitos. El evangelio de San Mateo
lo cita once veces; san Marcos trece; san Lucas veintitrés; y san Juan seis.
El demonio es presentado como
adversario de Cristo y del reino de Dios. Satán y los suyos aparecen siempre
como incitadores del pecado y el demonio es llamado simplemente “el maligno”
(Mt 13,19.38), “enemigo y adversario” (Mt 4,3), “padre de la mentira” (Jn
8,44), “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31).
El
Apocalipsis
compendia así la revelación sobre el demonio: “Fue arrojado el gran dragón,
la antigua serpiente, el que se llama
diablo y satán, el que seduce el universo entero” (Ap 12,9).
En los evangelios se muestra como satanás quiere hacer fracasar la obra de la
redención por todos los medios.
En
el comienzo de la vida pública de Jesús, intenta apartarle de su misión (Mt
4,1ss; Lc 4,1ss). Satán quiere hacer caer a los Apóstoles (Lc 22,31) y es el
que inspira a Judas a la traición (Lc 22,3).
Jesucristo
proclama que el demonio es el que siembra la cizaña entre el trigo (Mt 13,39) y es
el que arrebata la buena semilla de la Palabra de Dios del corazón de los seres
humanos (Lc 8,12).
Marcos
presenta como primer milagro de Jesús en Cafarnaúm la expulsión de un demonio (Mc 1, 21-28).
Aduce, también, otras tres expulsiones diabólicas: la del endemoniado de Gerasa
(Mc 5,1-20); la de la hija de la mujer Sirofenicia (Mc 7, 24-30); y la del
endemoniado epiléptico (Mc 9,14-29).
Juan
contrapone una y otra vez la acción redentora de Cristo a la acción y reino de
satán,
que es el reino de las tinieblas (Jn 1,5) y entiende su obra como juicio contra
el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31)
San
Pedro
en su primera carta escribe:
“Sean sobrios y velen. Su enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar.
Resistan firmes en la fe” (1 P 5,8).
Por otra parte san Pablo advierte: “El
diablo actúa en forma de toda clase de poder, de signos y de prodigios
mentirosos, y de toda especie de seducciones inicuas, destinadas a los
que están en vías de perdición, por no haber escogido el amor de la verdad que
los salvaría. Y, por eso, Dios les manda una fuerza poderosa de seducción que
los lleva a creer en la mentira, de suerte que acaben condenados todos los que
no creyeron en la verdad, sino que se complacieron en la iniquidad” (2 Ts
2, 9-12).
La lectura del Santo Evangelio nos muestra como Jesús dedicó gran parte de su ministerio a
arrojar el demonio de muchas personas que estaban poseídas u oprimidas
por los demonios.
Cuando San
Pedro en la casa de Cornelio sintetiza el ministerio de Nuestro Señor Jesucristo
lo hizo con estas palabras:
“Como Dios ungió a Jesús de Nazareth con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo El
pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo,
porque Dios estaba con Él” (Hech 10,37-38).
Y es que Pedro
había presenciado las muchas liberaciones demoníacas que había realizado
Cristo durante los años de su vida apostólica.
La
misión que recibieron los doce y los setenta y dos discípulos incluyó la de
expulsar demonios (Lc 9,1-6; Mt 10,8; Mc 6,7-13; Lc 10,17). Este
mismo poder lo comunica a todos los verdaderos creyentes (Mc 16, 17-18).
Es por ello que entraremos directamente en el tema
de la oración de liberación, conscientes de la necesidad del don del discernimiento para saber qué es lo que hay y como
se debe proceder.
Es tan peligroso ignorar la
presencia del demonio como afirmarla donde no se da. Por tanto, la liberación
debe ejercerse con gran prudencia y solamente cuando en la oración se juzga que
realmente se da allí la acción del demonio y que el Señor quiere que en ese
momento oremos por liberación.
EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA
El catecismo de la Iglesia católica (cf. Nn.
391-395), apoyándose en la revelación, presenta breve y densamente la existencia del demonio, quienes son los
demonios y cuál es su acción y su poder.
Igualmente en el capítulo IV del catecismo dentro
del tema de la oración cristiana, ampliando
la oración del padrenuestro, dice:
“El mal no es una abstracción,
sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a
Dios. El diablo (diabolos) es aquél que se atraviesa en el designio de Dios y
su obra de salvación cumplida en Cristo. Homicida desde el principio, mentiroso
y padre de la mentira (Jn 8,44). Satanás, el seductor del mundo entero (Ap
12,9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo,
y por cuya definitiva derrota toda la creación entera será liberada del pecado
y de la muerte” (nn.2851, 2852).
Afirma san
Ambrosio, citado por el catecismo de la Iglesia: “Quien confía en Dios no tema al demonio.
¿Si Dios está con nosotros, quien estará contra nosotros?” (Rom 8,31).
La
victoria sobre el príncipe de este mundo (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en la
hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida.
Los
puntos principales sostenidos por la Iglesia respecto al demonio los tenemos en
el V concilio ecuménico de Constantinopla (553), concilio de Braga (561), IV
concilio de Letrán (1215), concilio de Trento (1545-1563), concilio Vaticano I
(1869-1870) y concilio Vaticano II (1962-1965).
Incluso el Papa
Pablo VI sintió la necesidad de recordar la doctrina de la Iglesia sobre
esta materia, en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972:
“El mal no
es ya solo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual,
pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.
Quien rehúsa reconocer su existencia, se sale del marco de la enseñanza bíblica
y eclesiástica; como se sale también quien hace de ella un principio autónomo,
algo que no tiene su origen, como toda criatura, en Dios; o quien la explica
como una pseudo realidad, una personificación conceptual y fantástica de las
causas desconocidas de nuestras desgracias” (L’Osservatore Romano, edición en lengua española,
19 de noviembre de 1972, p. 3).
El Papa
Juan Pablo II, en el ciclo de catequesis sobre la creación (9 y 30 de
Junio, y 13 de Agosto de 1986) afirma la misma doctrina.
LA ORACIÓN DE LIBERACIÓN
Se hace necesario hacer una distinción fundamental entre la oración de liberación de la oración de
exorcismo, la cual amerita un capítulo adicional que no se trata en el
presente artículo.
Lo que si podemos precisar es
que la oración de exorcismo se hace en el nombre de Cristo, pero dirigida a uno
o varios espíritus malignos con el fin de liberar a la persona poseída.
Este tipo de oración debe ser realizada por un sacerdote piadoso, docto, prudente y con
integridad de vida, con licencia peculiar y expresa del Obispo diocesano (Canon
1172 del Código de derecho canónico).
Este tipo de oración de exorcismo se dirige básicamente en los casos de
posesión maligna, que como hemos anotado son raros.
Antes de profundizar en la oración de liberación y
en el ejercicio del carisma de liberación, es importante partir de la necesidad de conformar un ministerio de
liberación que realice este tipo de oración, el cual debe ser
conformado, en lo posible, por varias
personas con carismas complementarios y que vivan una comunión profunda en el
Espíritu del Señor y bajo la asesoría de un sacerdote o en el mejor de
los casos contando con su presencia.
En dicho ministerio se
recomienda encarecidamente la vivencia de tres fases, sin que se relativice
ninguna, a saber: Acogida, oración y acompañamiento.
PRIMERA FASE: LA ACOGIDA
El ministerio de liberación descansa
fundamentalmente sobre una “espiritualidad
de misericordia”, en donde una persona que cree estar atormentada por el
maligno, debe poder sentirse acogida, sin ser juzgada.
El ministerio de liberación comienza por tomar los
medios concretos para acoger a las personas atormentadas, con una mirada cristiana de compasión.
La calidad de la acogida favorece la escucha de la
persona, para que esta tenga confianza
en el ministerio para aceptar los consejos propuestos por estos y facilitará el
discernimiento.
Se
deben realizar preguntas claves que ayuden a tener un buen discernimiento, como
por ejemplo cuando comenzó la aparición de los desórdenes, si hay en la familia
signos de un desorden del mismo género, estos desordenes se agravan por un
contexto espiritual cristiano, etc.
La
búsqueda del comportamiento del riesgo alienante es primordial. Para ello debe darse convergencia
de criterios entre los miembros del equipo para llegar así al discernimiento
final.
Debe darse igualmente una preparación de las personas que van a orar y de la persona sobre la cual
se va a orar.
No sobra decirlo que los miembros del ministerio
deben prepararse con oración y ayuno.
Es necesario tomar muy en
serio la oración en la liberación y es por ello que se le debe dar una
importancia especial a la oración en el grupo antes de orar.
En cuanto a la preparación de la persona sobre la que se va a orar, esta debe
manifestar su decisión para poner en orden su vida, acompañada de un
arrepentimiento serio de sus pecados y el perdón recibido a través del sacramento de la reconciliación.
Otro paso de gran importancia es entregar su vida
al señorío de Cristo. Se ha de pedir con total confianza que el Señor revista a
todos de su amor y de su compasión.
Se puede iniciar la preparación por un acto colectivo de arrepentimiento de cuantos
intervienen.
No se hace la oración de
liberación forzosamente porque se de una causa espiritual. No debemos
precipitarnos. Detrás de la liberación hay siempre una llamada a la conversión,
a esta es para la que hay que preparar a la persona.
Todos los autores están de acuerdo en señalar la
importancia capital que tiene el hecho de reclamar sobre sí, en fe profunda la sangre de Cristo.
Es pedir sobre el ministerio y sobre la persona por
quien se está orando, la protección de
Dios recurriendo a la súplica de nuestra participación en la aspersión
de la sangre de Cristo (1 Pe 1,2; Ef 1,7).
Semejante precaución espiritual vivida en la
confianza en el amor infinito del sacrificio de amor ofrecido por Jesucristo en
la cruz por la liberación de los pecados de todos los hombres, tiene en cuenta
el riesgo de contagio o de daños
espirituales que pueden sufrir los que afrontan dicha oración de liberación.
Se busca con ello vivir ese tiempo fuerte de
oración, con una fe purificada y
confiada, dispuesta para afrontar este combate espiritual.
Es de anotar que nunca se debe hacer una oración de liberación en público, ni
siquiera en situaciones de sorpresa (manifestaciones repentinas a causa de una
asamblea, por ejemplo).
Conviene por el contrario, buscar ante todo la
discreción y poder disponer de un lugar
retirado para orar, al abrigo de las miradas exteriores. Evitar la
oración en público no significa practicarla solo, sino con motivo de una
reunión de los miembros del equipo ministerial.
Antes de comenzar la oración de liberación
propiamente dicha, se requiere de una persona
encargada de dirigir la sesión, la cual ejercerá su carisma de
liberación expresando autoridad sobre los espíritus malos.
Esta persona a su vez, debe exponer claramente el papel de cada uno de los miembros del equipo, y
debe ser la responsable de todas las decisiones.
Le corresponde hacer ver a la persona por quien se
ora que es necesaria su colaboración y
apertura en aras de un buen discernimiento.
Debe cuidar además de mantener un clima libre de tensiones en donde la
comunicación sea normal, orando con todo fervor y confianza, actuando con
humildad y sencillez, pero llena de fortaleza.
Nunca se pondera suficientemente la estricta confidencia que debe haber
entre cuantos participan en el ministerio.
Puede
presentarse el caso que una persona no quiera arrepentirse o perdonar, se hace
necesario, por tanto, que el que dirige la sesión de liberación invita que se
ore por la persona para que Dios le conceda la gracia de la contrición y de
perdonar sinceramente.
Sin
esto no se debe continuar. Es realmente necesario que la persona termine
esta primera etapa entregando su vida a Dios y reconociendo a Jesús como su
Señor y Salvador.
SEGUNDA FASE: LA ORACIÓN DE
LIBERACIÓN
Esta segunda etapa procede del discernimiento final
y no puede hacerse sin él. Pasar
demasiado rápido a la oración de exorcismo sin tomar los medios de un
discernimiento justo es un riesgo para la salud de la persona afectada.
Es conveniente comenzar con una alabanza y una acción de gracias. Pedir al Señor
protección para todas y cada una de las personas que intervienen en la
liberación es algo que nunca debe omitirse. Para ello se puede invocar el poder
protector de la sangre de Cristo.
Otro aspecto importante en la oración de liberación
tiene que ver con la oración en la que
se atan los espíritus, con el objeto de paralizar toda asistencia diabólica.
Esta oración busca no solo suprimir
las manifestaciones que descentren a las personas de Jesús, impidiendo todo
daño al sujeto de la liberación y a las personas que intervienen, sino también
el que susciten temor, confusión o agitación de cualquier clase.
Esto además, ayudará a identificar las áreas que necesitan sanación interior y
aún los aspectos y personas sobre los que debe recaer el perdón.
Se debe tener también en cuenta la renuncia al pecado en conexión con la
infestación demoníaca.
Es muy aconsejable haber recibido previamente el sacramento de la Reconciliación, el
cual conviene hacerlo antes de comenzar el proceso de liberación.
Si
hubiera habido algún tipo de pacto, no se pase a otra etapa sin previa retractación,
la cual debe hacerse de manera formal y expresa.
Igualmente la sanación de las heridas profundas es el punto focal del proceso de
liberación. Comúnmente es necesario llegar a la raíz de la causa que crea la
dificultad y orar por su sanación.
En cuanto a la oración de liberación como tal no es necesario usar una misma y
única fórmula. Uno de los modelos nos lo ofrece Philippe Madre en su libro Curación y Exorcismo:
“Yo te
ordeno en nombre de Jesucristo y en la fe de la Iglesia, a ti espíritu
de…… cesar inmediatamente toda influencia maligna sobre el alma o el cuerpo de
X. Sé que no soy nadie para ordenarte esto, pero a través de mi debilidad la
fuerza del Señor manifiesta todo su dominio.
Apoyándome
en las promesas de Jesús, las cuales tu sabes son verdaderas, ya que Él
mismo es la verdad, te ordeno pues, a ti, espíritu de…. desaparecer
definitivamente de la vida y de la historia de X, sin hacerle ningún daño y sin
que te atrevas a volver.
Tú
sabes en este momento que X ha elegido la luz y que renuncia
a toda mentira, a toda seducción, a toda voluntad de poder, a toda complicidad
con el maligno.
Te
ordeno cesar toda influencia nefasta o destructiva en su cuerpo y
en su alma. Ahora mismo debes alejarte y no volver nunca más.
Ahora
mismo Jesús, el Hijo único de Dios, te arroja por su muerte y su resurrección, de la
existencia de X. Tenías a X prisionero a causa de… (aquí se pueden citar los
comportamientos de riesgo alienante pasados de X), pero la misericordia del
Señor lo ha visitado en el seno mismo de estos acontecimientos y tú debes
renunciar a esta opresión, (o a esta obsesión).
Yo
te lo ordeno por la autoridad misma del hijo de Dios, que te ha
vencido en el leño de la cruz. A petición de María, la Virgen purísima, yo te
lo ordeno. A petición de san José, terror de los demonios, yo te lo ordeno. A
petición de san Miguel Arcángel, yo te lo ordeno. A petición del Ángel de la
guarda de X, yo te lo ordeno. A petición de…. (aquí se pueden citar varios
santos o santas conocidas en el ministerio. Lo que cuenta no es, claro está, la
cantidad de nombres de bienaventurados invocados, sino la familiaridad
espiritual auténtica que uno pueda vivir con uno u otro)”.
Es importante notar la diferencia
fundamental que existe entre una oración de curación y una oración de
liberación.
Mientras que la primera se
dirige a Dios, la segunda se dirige al demonio opresor. Mientras que la oración
de curación es, ordinariamente, una oración de petición, la de liberación es un
“mandato” a satanás, puesto que se trata de un enfrentamiento con él, en el
nombre de Jesús.
Por tanto, el que hace la oración de liberación,
tiene que estar de algún modo, investido
de la autoridad de Jesucristo.
Esta fase suele terminar cuando hay cierta percepción espiritual de que el espíritu
realmente ha dejado de influenciar la persona, la cual, ordinariamente
siente que la paz la invade o que no hay ya perturbación en su interior, que
incluso se refleja exteriormente.
Se pide igualmente la protección del Señor sobre todos, especialmente sobre el sujeto
liberado.
Se clama un nuevo
derramamiento del Espíritu, los dones que especialmente necesita la
persona; se pide por las necesidades del equipo de liberación.
Lo ideal sería que recibiera muy pronto la Eucaristía y que la frecuentara en
adelante.
La oración de sanación interior tiene un puesto
insustituible después de haber sido liberada. Se debe hacer con intensidad, amor y paz, empleando el
tiempo que fuere conveniente.
La alabanza,
la acción de gracias a Dios por su actuación clausurará esta clara,
frecuentemente ardua y prolongada sesión.
TERCERA FASE: EL
ACOMPAÑAMIENTO
Un ministerio de liberación, no puede ignorar la
importancia de esta fase. Incluso algunos autores aconsejan no hacer oración de liberación a menos que se
tenga resuelto este aspecto, para ellos fundamental.
Se trata de reconstruir y
reafirmar la vida de la persona liberada en las áreas en que había sido
infestada y que han quedado libres de la influencia maligna por la gracia del
Señor a través de la oración de liberación.
Se busca además proteger a la persona para que no vuelva a caer en los pecados o
en las situaciones en las que puede volver a ser infestado por el espíritu del
mal.
En primer lugar hablamos del acompañamiento
espiritual, dirigido a las necesidades de conversión y de fortificación espiritual después de la liberación,
el cual puede ser practicado por un miembro del equipo ministerial que vivió la
primera fase con el sujeto.
En este tipo de acompañamiento el sacerdote juega
un papel primordial, particularmente en la perspectiva del sacramento de la reconciliación.
Todos los comportamientos
de riesgo alienante pertenecen al orden del pecado y la persona liberada
puede tomar conciencia de ello muy rápidamente y se sentirá motivada por tanto
a celebrar el sacramento de la reconciliación.
La
conversión auténtica se verifica en los actos y en las elecciones nuevas, de perspectiva
cristiana, que el sujeto llevará a cabo y que transformarán efectivamente su
existencia.
En los casos de exorcismo, obsesión u opresión no conviene cantar victoria muy rápidamente,
pues después de la oración de liberación la persona se puede sentir sola y
tiene muchas posibilidades de recaer en el futuro próximo.
En segundo lugar hacemos referencia al
acompañamiento en la sanación interior, el cual se le llama a veces la “convalecencia interior”.
Es un aspecto posible de la actividad del
ministerio de liberación, quitando zonas
de anestesia interior que volvían insensibles algunas heridas del
pasado, pero que aún no estaban curadas.
Estas heridas
seguían “sangrando” en el alma, y por lo tanto, generaban cierto
sufrimiento profundo.
Será entonces la mirada de Jesús la que visite con
una gran bondad y compasión inmensa, todo este pasado personal, sin ser jamás
un acusador. A la luz de esta mirada, el hombre se descubrirá amado, perdonado y dejara que el amor lo sane.
Es bueno recordar que el motor primordial de un auténtico camino de sanación interior es el
perdón y este entendido en el movimiento de ser perdonado y de
perdonarse.
Ser perdonado ante todo por
Dios o por una persona a la que se le causo algún mal y perdonarse a sí mismo
ya que no hay peor juez acusador que nosotros mismos.
La persona finalmente se descubrirá locamente amada por el Señor y podrá exclamar con san
Pablo: “Me ha amado tanto”.
Hay que pedir a la persona liberada romper con los modos habituales de conducirse
que la han llevado a la infestación.
Por eso, es precisa cierta disciplina espiritual de
acuerdo con la situación anterior de la persona, la cual debe comenzar a tener actitudes de oración regular, acompañada de
la lectura regular de la Sagrada Escritura, la vida sacramental,
especialmente la Eucaristía, sin dejar de acudir con frecuencia al sacramento
de la reconciliación.
Se le ha de aconsejar, y en cierto modo, es el
recurso más valioso, porque abarca los anteriores o va llevando a ellos, el que
se integre a un buen grupo de oración. Allí encontrará la ayuda fraternal de sus hermanos que le
acogen con amor sincero y que oran por él para que se fortalezca y crezca.
Por: P. José Camilo Arbeláez M.
Foros de la Virgen María
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