Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.
Te
doy gracias, mujer-madre, que te conviertes
en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia
única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te
hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en
el posterior camino de la vida.
Te
doy gracias, mujer-esposa, que unes
irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te
doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que
aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas
de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te
doy gracias, mujer-trabajadora, que
participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural,
artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la
elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una
concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio»,
a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de
humanidad.
Te
doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo
de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres
con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal»,
que expresa maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su
criatura.
Te
doy gracias, mujer, ¡por
el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad
enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las
relaciones humanas.
Tomado de: CARTA
DEL PAPA JUAN PABLO II A LAS MUJERES
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