Cuando hablo a mi gente de la humildad piensan que los humildes son unos tontos porque se consideran como inferiores a los otros.
Por: P. Felipe Santos |
Hola Jesús
Esta mañana, apenas me he aseado, y, antes de partir para el estudio, he leído
en tu Evangelio la parábola del publicano y del fariseo. Me he dado cuenta del
contraste de personas existentes ayer y hoy. Por ellas no pasa el tiempo.
En esta hora temprana me he preguntado por el sentido de tu parábola. Me doy cuenta
de que el publicano es el prototipo de la persona humilde que sabe abrir su
corazón a ti, Señor. El fariseo, por el contrario, es el prototipo de la
persona orgullosa, incapaz de abrir su corazón a Dios.
Cuando hablo a mi gente de la humildad piensan que los humildes son unos tontos
porque se consideran como inferiores a los otros. Les digo que humilde es un
ser realista, se ve tal como es. El orgulloso, sin embargo, no ve las cosas ni
las personas en su hermosa realidad.
Reconozco que todos los personajes más amados por ti son los pobres, los
humildes, las viudas, los indefensos, los niños... Y todos ellos son prototipos
de humildad, de capacidad de tener el corazón abierto ante tu presencia, Señor.
Los otros, como el fariseo o el joven rico, son los que aparecen con el corazón
duro y cerrado a tu influencia. Les basta su bienestar y su bolsillo lleno de
dinero.
Las personas humildes aparecen en tu Evangelio como las que viven tanto una
actitud interior de perdón y misericordia como una actitud exterior manifestada
en una opción por los pobres. ¡Menudo ejemplo el
que nos ha dejado Madre Teresa de Calcuta!
Quiero en mi carta explicar a mis amigos lo que es un fariseo, ya que tanto en
tu tiempo como en el nuestro los hay a punta pala. Un fariseo es una persona
que se cree limpia y correcta y que, gracias a su actitud, puede influir en el
ánimo de Dios y convencerlo para que venga en seguida y acabe con el mal que
corrompe la sociedad. Creían lograr esto mediante una cumplimiento estricto y
escrupuloso de normas legales. Entre estas leyes sobresalen la observancia del
sábado: no se podía ni andar, ni encender fuego... La ley de la pureza en los alimentos y en las relaciones con
las personas y cosas : no se podía hablar con personas desconocidas, no se podía
tocar la sangre, tenían que lavarse muchas veces al día y limpiar los
utensilios que usaran. El pago escrupuloso de los diezmos en los artículos que
mandaba la Ley: el diezmo de la hierbabuena y otras
especias aromáticas.
Además de todo esto, ayunaban los lunes y jueves. Esta observancia
estricta los separaba de la gente normal y corriente.
Su vida espiritual era fundamentalmente externa. Despreciaban a los demás y se
creían superiores a todos. No se mojaban en nada comprometido contra la
injusticia ni la opresión del pueblo. Eran y siguen siendo autosuficientes.
Los publicanos, por el contrario, eran considerados por los fariseos pecadores.
Y desde esta realidad de pecadores, tomaban conciencia de la necesidad de ser
perdonados por Dios. En el templo y fuera de él, el publicano se sentía
pecador. Pide a Dios que le conceda lo único válido para cambiar su existencia,
la misericordia divina. Como Zaqueo, necesitan abrir su corazón a Dios y que El
intervenga.
Jesús,
¡qué inteligente fuiste en tu respuesta!: El publicano
volvió a su casa a bien con Dios y el fariseo no. Todo el que se enaltece será
humillado y el que se humilla será enaltecido”
Señor, ahora te comprendo mejor que nunca. Tú estás dispuesto a derramar tu
ternura con nosotros con tal de que nos abramos a tu misericordia.
Tú sales al encuentro de nuestra vida cuando celebramos tu Eucaristía y cuando
abrimos el corazón a los pobres. Solamente así descubrimos tu presencia en
nuestra vida.
Señor, si hoy vinieras a este mundo dirías palabras duras contra los fariseos
modernos, cerrados a ti y a los pobres, autosuficientes y orgullosos. Se creen
los dueños del mundo.
Perdona, Señor, si mi carta ha sido larga. Tenía ganas de desahogarme contigo y
de que supieras que, como publicano, marcho lo mejor posible por el sendero
difícil pero atrayente de tu Evangelio.
Buenos días, y gracias.
Un abrazo de Cristina, 16 años
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