Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el
grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo
está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La
Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas
malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón
tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón
tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de
nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor.
Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente
importante que también cambiemos nuestro interior.
La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de
no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo,
porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del
alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación.
Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por
la conversión de nuestra inteligencia.
Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual
nosotros «leemos» la vida lo que nos hace
pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro
comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas
veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas
que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de
Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a
la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de
nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar
constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los
pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es
la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos
de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.
Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza
a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para
así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar
una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no
quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que
hay que seguir y cuál el que hay que evitar!
Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar
si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las
situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que
el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy
difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la
conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que
estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el
modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y
te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú
midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la
estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo
vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la
vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.
Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y
con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida
nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser
capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en
esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación.
"Con la misma medida que midáis, seréis
medido". Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo
que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las
situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y
lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que
están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu
alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de
los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que
los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en
un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa
situación concreta en la cual Él nos está poniendo.
Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos
quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo
riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy
seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en
el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean,
donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de
los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además,
tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí
que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que
juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios.
Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el
Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que
no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!". También
es muy seria la frase de Cristo: "Si lo que
tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?".
La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios
y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a
hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es
la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad y se os dará". Mantengan siempre
abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para
que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a
ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que
cambiar.
Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma.
No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en
el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente
de Dios.
Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para
verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?
La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a
través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda
circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos
quiera dar para nuestra santificación personal.
P. Cipriano Sánchez LC
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