«No es una investigación judicial ni una sentencia»
Es justo
recordar la lucha de Benedicto XVI contra la pedofilia clerical y su
disposición durante su pontificado a reunirse y escuchar a las víctimas y
pedirles perdón. Hay que evitar el riesgo de la «búsqueda de chivos expiatorios
fáciles y a juicios sumarios».
(InfoCatólica) Una semana después de que se
hubiese desatado «la máquina de lodo» sobre Benedicto
XVI, el director editorial del Dicasterio para la Comunicación, Andrea Tornielli, desde VaticanNews, «El informe de Múnich y la lucha de Ratzinger contra los
abusos», sale en defensa del Papa Emérito Benedicto XVI, con
un vibrante artículo editoral.
En él resalta la colaboración
de Benedicto XVI, el foco que los medios de comunicación han puesto sobre
acusaciones que ya circulaban hace 10 años.
Aprovecha para recordar que fue precisamente Benedicto XVI el que promulgó las
normas contra los abusos, el que se reunió con las víctimas, incluso contra el
criterio de colaboradores cercanos.
Contrasta la reacción de
Tornielli con la de muchos obispos alemanes que se han sumado a la cacería
desde las páginas de la web de la Conferencia Episcopal. Obispos que están
inmersos en una consentida lucha de poder e intento
de cambio de la doctrina de la Iglesia.
Tornielli recuerda que el
informe de Múnich «no es una investigación
judicial ni una sentencia definitiva»
y no reducirlo todo a «a la búsqueda de
chivos expiatorios fáciles y a juicios sumarios».
Las reconstrucciones
contenidas en el informe de Múnich, que -hay que recordar- no es una
investigación judicial ni una sentencia definitiva, ayudarán a combatir la
pederastia en la Iglesia si no se reducen a la búsqueda de chivos expiatorios
fáciles y a juicios sumarios. Sólo evitando estos riesgos podrán contribuir a
la búsqueda de la justicia en la verdad y a un examen de conciencia colectivo sobre
los errores del pasado.
Reproducimos por su interés el artículo.
EL INFORME DE MÚNICH
Y LA LUCHA DE RATZINGER CONTRA LOS ABUSOS
Por Andrea Tornielli
Las palabras utilizadas
durante la conferencia de prensa para presentar el informe sobre los abusos en
la diócesis de Múnich, así como las setenta y dos páginas del documento
dedicado al breve episcopado bávaro del Cardenal Joseph Ratzinger, han llenado las
páginas de los periódicos en la última semana y han provocado algunos
comentarios muy fuertes. El Papa emérito, con la ayuda de sus colaboradores, no
eludió las preguntas del estudio de abogados encargado por la diócesis de
Múnich de elaborar un informe que examina un período muy largo, desde el
episcopado del Cardenal Michael von Faulhaber hasta el del actual Cardenal
Reinhard Marx. Benedicto XVI respondió con 82 páginas, tras haber podido
examinar parte de la documentación en los archivos diocesanos. Como era
previsible, han sido los cuatro años y medio de Ratzinger al frente de la
diócesis bávara los que acapararon la atención de los comentarios.
Algunas de las acusaciones ya
se conocían desde hace más de diez años y ya habían sido publicadas por importantes
medios de comunicación internacionales. Son cuatro los casos imputados
actualmente contra Ratzinger, y su secretario particular, Monseñor Georg
Gänswein, ha anunciado que el Papa emérito emitirá una declaración detallada
cuando haya terminado de examinar el informe. Mientras tanto, se puede replicar
con fuerza la condena de estos crímenes, siempre reiterada por Benedicto XVI, y
se puede volver a lo que se ha hecho en los últimos años en la Iglesia desde su
pontificado.
El abuso de menores es un
crimen terrible. El abuso de menores por parte de los clérigos es posiblemente
un delito aún más repugnante, y así lo han repetido los dos últimos Papas sin
cansarse: clama en venganza ante Dios que los pequeños sufran violencia a manos
de los sacerdotes o religiosos a los que sus padres les confían la educación en
la fe. Es inaceptable que sean víctimas de depredadores sexuales que se
esconden tras el hábito eclesiástico. Las palabras más elocuentes sobre este
tema siguen siendo las de Jesús: quien escandalice
a los pequeños, más vale que se ate una piedra de molino al cuello y se arroje
al mar.
No hay que olvidar que
Ratzinger, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ya había
combatido el fenómeno en la última fase del pontificado de San Juan Pablo II,
con el que había sido un estrecho colaborador, una vez convertido en Papa,
promulgó normas durísimas contra los clérigos abusadores, verdaderas leyes
especiales para combatir la pederastia. Además, Benedicto XVI dio testimonio,
con su ejemplo concreto, de la urgencia del cambio de mentalidad tan importante
para combatir el fenómeno de los abusos: escuchar y
estar cerca de las víctimas a las que siempre hay que pedir perdón. Durante
demasiado tiempo, los niños maltratados y sus familiares han sido mantenidos a
distancia, en lugar de ser considerados como personas heridas a las que hay que
acoger y acompañar por caminos de curación. Desgraciadamente, a menudo han sido
distanciados e incluso señalados como «enemigos» de la Iglesia y de su buen
nombre.
Fue el propio Joseph Ratzinger
el primer Papa que se reunió con las víctimas de abusos varias veces durante
sus Viajes Apostólicos. Fue Benedicto XVI, incluso en contra de la opinión de
muchos autodenominados «Ratzingeristas», quien,
en medio de la tormenta de escándalos en Irlanda y Alemania, propuso el rostro
de una Iglesia penitente, que se humilla pidiendo perdón, que siente
consternación, remordimiento, dolor, compasión y cercanía.
Es precisamente en esta imagen
penitencial donde reside el corazón del mensaje de Benedicto. La Iglesia no es
un negocio, no se salva sólo por las buenas prácticas o por la aplicación,
aunque indispensable, de normas estrictas y eficaces. La Iglesia necesita pedir
perdón, ayuda y salvación a quien puede darlo, al Crucificado que siempre ha
estado del lado de las víctimas y nunca de los verdugos.
Con extrema lucidez, en el
vuelo a Lisboa en mayo de 2010, Benedicto XVI reconoció que «los sufrimientos
de la Iglesia provienen precisamente del interior de la Iglesia, del pecado que
existe en la Iglesia». Esto también se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de
una manera verdaderamente aterradora: que la mayor
persecución de la Iglesia no viene de los enemigos de fuera, sino que nace del
pecado dentro de la Iglesia y que, por tanto, la Iglesia tiene una profunda
necesidad de re-aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender
el perdón, por una parte, pero también la necesidad de la justicia. El
perdón no sustituye a la justicia. Palabras precedidas y seguidas de hechos
concretos en la lucha contra la lacra de la pederastia clerical. Todo esto no
puede olvidarse ni borrarse.
Las reconstrucciones
contenidas en el informe de Múnich, que -hay que recordar- no es una
investigación judicial ni una sentencia definitiva, ayudarán a combatir la
pederastia en la Iglesia si no se reducen a la búsqueda de chivos expiatorios
fáciles y a juicios sumarios. Sólo evitando estos riesgos podrán contribuir a
la búsqueda de la justicia en la verdad y a un examen de conciencia colectivo
sobre los errores del pasado.
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