Nuestro primer deber es pedir al "Dueño de la mies" que, en su misericordia,, no cese en llamar a más obreros para esa importante tarea.
Por: San Juan Pablo II | Fuente: www.vatican.va
1. "Rogad, pues, al
Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc
10, 2).
Estas palabras de Jesús, dirigidas a los Apóstoles, muestran la solicitud que
el buen Pastor tiene siempre por sus ovejas. Lo hace todo para que "tengan vida y la tengan en abundancia"
(Jn 10, 10). Después de su resurrección, el Señor confiará a sus discípulos la
responsabilidad de proseguir su misma misión, para que se anuncie el Evangelio
a los hombres de todos los tiempos. Y son muchos los que han respondido y
siguen respondiendo con generosidad a su constante invitación: "Sígueme" (Jn 21, 22). Son hombres y mujeres
que aceptan poner su existencia totalmente al servicio de su Reino.
Con ocasión de la próxima XLI Jornada mundial de oración por las vocaciones (2
mayo 2004), que se celebra tradicionalmente el IV domingo de Pascua, todos los
fieles se unirán en una ferviente oración por las vocaciones al sacerdocio, a
la vida consagrada y al servicio misionero. En efecto, nuestro primer deber es
pedir al "Dueño de la mies" por
los que ya siguen más de cerca a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa, y
por los que él, en su misericordia, no cesa de llamar para esas importantes
tareas eclesiales.
OREMOS POR LAS VOCACIONES
2. En la carta apostólica Novo millennio ineunte recordé
que, "a pesar de los vastos procesos de
secularización, se detecta una exigencia generalizada de espiritualidad, que en
gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de
oración" (n. 33). En esta "necesidad de oración" se inserta
nuestra petición común al Señor para que "envíe obreros a su mies".
Constato con alegría que en muchas Iglesias particulares se forman cenáculos de
oración por las vocaciones. En los seminarios mayores y en las casas de
formación de los institutos religiosos y misioneros se celebran encuentros con
esa finalidad. Numerosas familias se convierten en pequeños "cenáculos" de oración, ayudando a los
jóvenes a responder con valentía y generosidad a la llamada del Maestro divino.
¡Sí! La vocación al servicio exclusivo de
Cristo en su Iglesia es don inestimable de la bondad divina, don que es preciso
implorar con insistencia, confianza y humildad. El cristiano debe abrirse cada
vez más a este don, vigilando para no desaprovechar "el tiempo de la
gracia" y el "tiempo de la visita" (cf.
Lc 19, 44).
Reviste particular valor la oración unida al sacrificio y al sufrimiento. El
sufrimiento, vivido como cumplimiento en la propia carne de lo que falta "a las tribulaciones de Cristo en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24), se convierte en una forma
de intercesión muy eficaz. Muchos enfermos, en todas las partes del mundo, unen
sus penas a la cruz de Jesús, para implorar vocaciones santas. También a mí me
acompañan espiritualmente en el ministerio petrino que Dios me ha encomendado,
y dan a la causa del Evangelio una contribución inestimable, aunque a menudo
totalmente escondida.
OREMOS POR LOS LLAMADOS AL
SACERDOCIO Y A LA VIDA CONSAGRADA
3. Deseo de corazón que se intensifique cada vez más la
oración por las vocaciones; una oración que ha de ser adoración del
misterio de Dios y acción de gracias por las "maravillas"
que él ha hecho y sigue haciendo, a pesar de la debilidad de los
hombres; una oración contemplativa, llena de asombro y gratitud por el don de
las vocaciones.
La Eucaristía está en el centro de todas las iniciativas de oración. El Sacramento
del altar tiene un valor decisivo para el nacimiento de las vocaciones y para
su perseverancia, porque en el sacrificio redentor de Cristo los llamados
pueden encontrar la fuerza para dedicarse totalmente al anuncio del Evangelio.
Conviene que a la celebración eucarística se una la adoración del santísimo
Sacramento, prologando así, en cierto modo, el misterio de la santa misa.
Contemplar a Cristo, presente real y sustancialmente bajo las especies del pan
y el vino, puede suscitar en el corazón de quienes están llamados al sacerdocio
o a una misión particular en la Iglesia el mismo entusiasmo que, en el monte de
la Transfiguración, impulsó a Pedro a exclamar: "Señor,
es bueno estar aquí" (Mt 17, 4; cf. Mc 9, 5; Lc 9, 33). Se trata de
un modo privilegiado de contemplar el rostro de Cristo con María y en la
escuela de María, a quien, por su actitud interior, puede definirse muy bien
como "mujer eucarística" (Ecclesia
de Eucharistia, 53).
Quiera Dios que todas las comunidades cristianas se conviertan en "auténticas escuelas de oración", donde
se ore para que no falten obreros en el vasto campo de trabajo apostólico.
También es necesario que la Iglesia acompañe con constante solicitud espiritual
a aquellos que Dios ha llamado y que "siguen
al Cordero a dondequiera que vaya" (Ap 14, 4). Me refiero a los
sacerdotes, a las religiosas y a los religiosos, a los eremitas, a las vírgenes
consagradas, a los miembros de los institutos seculares, en una palabra, a
todos los que han recibido el don de la vocación y llevan "este tesoro en recipientes de barro" (2
Co 4, 7). En el Cuerpo místico de Cristo existe una gran variedad de
ministerios y carismas (cf. 1 Co 12, 12), todos destinados a la santificación
del pueblo cristiano. En la solicitud recíproca por la santidad, que debe
animar a cada miembro de la Iglesia, es indispensable orar para que los "llamados" permanezcan fieles a su
vocación y alcancen el grado más elevado posible de perfección evangélica.
LA ORACIÓN DE LOS LLAMADOS
4. En la exhortación apostólica postsinodal Pastores
dabo vobis subrayé que "una exigencia
imprescindible de la caridad pastoral hacia la propia Iglesia particular y
hacia su futuro ministerial es la solicitud del sacerdote por dejar a alguien
que tome su puesto en el servicio sacerdotal" (n. 74).
Por tanto, sabiendo que Dios llama a los que quiere (cf. Mc 3, 13), cada
ministro de Cristo tiene el deber de orar con perseverancia por las vocaciones.
Nadie es capaz de comprender mejor que él la urgencia de un relevo generacional
que asegure personas generosas y santas para el anuncio del Evangelio y la
administración de los sacramentos.
Precisamente desde esta perspectiva es sumamente necesaria "la adhesión espiritual al Señor y a la propia
vocación y misión" (Vita consecrata, 63). De la santidad de los
llamados depende la fuerza de su testimonio, capaz de implicar a otras
personas, impulsándolas a consagrar su vida a Cristo. Esta es la manera de
contrastar la disminución de las vocaciones a la vida consagrada, que amenaza
la existencia de muchas obras apostólicas, sobre todo en los países de misión.
Además, la oración de los llamados, sacerdotes y personas consagradas, reviste
un valor especial, porque se inserta en la oración sacerdotal de Cristo. En
ellos él ruega al Padre para que santifique y mantenga en su amor a los que,
aun estando en este mundo, no pertenecen a él (cf. Jn 17, 14-16).
El Espíritu Santo haga que la Iglesia entera sea un pueblo de orantes, que
eleven su voz al Padre celestial para implorar vocaciones santas para el
sacerdocio y la vida consagrada. Oremos para que aquellos que el Señor ha
elegido y llamado sean testigos fieles y gozosos del Evangelio, al que han
consagrado su existencia.
5. A ti, Señor,
nos dirigimos con confianza.
Hijo de Dios, enviado por el Padre
a los hombres de
todos los tiempos y de todas las partes
de la tierra, te
invocamos por medio de María,
Madre tuya y Madre nuestra: haz que en la Iglesia no
falten las vocaciones, sobre todo
las de especial dedicación a tu Reino.
Jesús, único Salvador del hombre, te
rogamos por nuestros hermanos y hermanas
que han respondido "sí" a tu llamada al sacerdocio, a
la vida consagrada y a la misión. Haz que
su existencia se renueve de día en día,
y se conviertan en Evangelio vivo.
Señor misericordioso y santo, sigue enviando
nuevos obreros a
la mies de tu Reino. Ayuda a aquellos que
llamas a seguirte en nuestro tiempo:
haz que, contemplando tu rostro, respondan con alegría a
la estupenda misión que les confías
para el bien de tu pueblo y de todos los hombres.
Tú, que eres Dios, y vives y reinas
con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
Vaticano, 23 de noviembre
de 2003
Mensaje del Santo Padre con
ocasión de la XLI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
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