Era un joven buscador que había recorrido buena parte del mundo buscando enseñanzas y conociendo a maestros de todas las tradiciones. Sin embargo, nada le satisfacía, nunca se sentía completamente realizado.
Había
pasado los primeros años de búsqueda viviendo aventuras intensas, aunque
ciertamente mundanas. Diversiones y una vida poco ordenada habían regido sus
días. Había hecho muchos amigos y tenido muchos amores, había conquistado a las
mujeres más bellas y fascinantes, pero su insatisfacción iba creciendo sin
parar. Hizo una fortuna considerable y obtuvo honores y privilegios. Y su
insatisfacción iba en aumento.
La
búsqueda filosófica no tardó en llegar. Pero ningún maestro le colmaba. Oyó
hablar de un gran sabio. Pero ¡tantos había
visitado ya y conocido! Se trataba de un sabio que vivía en el Tíbet, y
sin nada que perder, decidió visitarlo.
El sabio
que encontró el buscador era un solitario. Daba enseñanza a aquellos que lo buscaban,
pero él nunca buscaba a los discípulos. El hombre llegó a su ermita y se sentó
a su puerta. Guardó silencio. Transcurrieron unos días y el sabio le invitó a
pasar.
-¿Cómo
crees que puedo ayudarte? -preguntó el sabio.
El hombre
le contó acerca de su larga búsqueda de la felicidad, le habló de sus logros y
fracasos en los ámbitos espiritual y material. Concluyó diciendo:
-Mi insatisfacción es cada día mayor. Tengo conocimientos metafísicos y
místicos; he obtenido mucho dinero y he disfrutado de los más leales amigos y
las más bellas mujeres; he recibido honores; he conocido casi todo el mundo y
he experimentado muchas diversiones. Aparentemente todo lo tengo, pero en
realidad todo me falta. ¿Qué puedo hacer?
-Eres
un buscador -dijo el sabio-, pero no has sabido buscar. Te has llenado de todo, pero has
dejado vacío tu cuenco interior.
-¿Mi cuenco interior? -preguntó sorprendido el hombre-.
¿de qué me hablas?
-Todos
tenemos un cuenco vacío cuando tomamos el cuerpo en que nos encontramos. Ese
cuenco vacío no puede llenarse jamás con experiencias externas, sólo puede
llenarse con uno mismo, con la propia felicidad que mana de la fuente interior
cuando uno la haya.
-¿Y no crees que he hecho suficiente para conseguir llenarlo?
-No,
pues no basta llenarse de conocimientos, sino que hay que realizarlos a través
de la práctica interior, la disciplina ética y la meditación. Llena de ti tu
cuenco interior.
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