domingo, 27 de junio de 2021

EL SACERDOTE CATÓLICO QUE VELÓ A LA PRINCESA ANGLICANA: LA AYUDA DE URGENCIA EN LA MUERTE DE LADY DI

Cuando cumpliría 60 años, en Reino Unido hacen públicos más datos sobre su muerte.

Diana Spencer, conocida como Lady Di, murió en París el 31 de agosto de 1997

Este próximo 1 de julio Diana Spencer, más conocida como Lady Di o simplemente como princesa Diana de Gales, hubiera cumplido 60 años, pero un accidente de coche hace 24 años en París cuando circulaba con su pareja tras su divorcio con el príncipe Carlos acabó con su vida. La noticia dio la vuelta al mundo durante meses.

Ahora que se aproxima esta efeméride la prensa británica ofrece más detalles sobre un suceso que marcó profundamente a la sociedad. Ella era muy querida por los británicos y a la postre era la madre del futuro rey de Inglaterra.

El Daily Mail está publicando estos días los testimonios de personas que estuvieron con Diana en sus últimos momentos con vida. Y llama la atención que uno de estos personajes fue un sacerdote católico, que ante la urgencia y la falta de un capellán anglicano en París tuvo que ser el encargado de acompañar junto a la camilla del hospital a Lady Di.

Este sacerdote era el padre Yves-Marie Clochard-Bossuet, que actualmente sirve en la parroquia parisina de Notre-Dame-Des-Foyers.

Mientras que el chófer y Dodi Al Fayed, pareja de Lady Di, morían en el acto en el Puente de las Almas de París, el guardaespaldas que les acompañaba y Diana sobrevivieron al impacto. Y rápidamente comenzó una carrera para salvarles la vida.

El sacerdote Yves Clochard-Bossuet veló a Lady Di hasta que llegó el príncipe Carlos

Fue entonces cuando entró en la escena este sacerdote católico, que nunca hubiera imaginado que acabaría en esta historia. Al vivir cerca del hospital Pitié-Salpêtrière de París, el religioso se había ofrecido tiempo atrás como capellán de guardia los fines de semana.

Aquella noche su teléfono sonó a las dos de la madrugada. Descolgó el teléfono y al otro lado de la línea se encontraba, tal y como recoge Famille Chretienne, el gerente principal del hospital. El sacerdote no podía sospechar que Lady Di se encontraba en estado crítico en una ambulancia no muy lejos de allí.

Un sacerdote católico para una princesa anglicana

“¿Puede darme la dirección de alguno de sus colegas anglicanos?”, le preguntó apurado al sacerdote el representante del hospital. El padre Clochard-Bossuet explica: “Le respondí que no tenía un nombre anglicano a mano y agregué: ‘¿No deberías tener el número de un sacerdote anglicano?’. Pero me dijeron: ‘No responde’. Y yo dije: ‘Lo siento’. Y colgó.

Apenas tres minutos después su teléfono volvió a sonar. Era nuevamente el responsable del hospital. "¿Puedes venir en el lugar del sacerdote anglicano?”, le preguntaron al religioso parisino, que respondió: “Sí, pero ¿por qué?”. “No puedo decírtelo”, le indicó el responsable del centro hospitalario.

Entonces, el padre Clochard-Boussuet le replicó: “Es curioso que no me lo puedas decir, porque si tengo que ver a una persona a las dos de la mañana me gustaría saber quién es”. En este punto, el sacerdote llegó a pensar que su interlocutor estaba borracho, por lo que le dijo: “Si no puedes decirme el nombre o la razón siendo las dos de la mañana es que estás bromeando”.

Pero muy serio le contestaron: Te lo diré. Es la princesa de Gales”.  Entonces el sacerdote se convenció, el gerente estaba bajo los efectos del alcohol. Y colgó el teléfono.

Sin embargo, el padre Clochard-Bousset no las tenía todas consigo y se sentía inquieto en la cama. En el mismo momento en el que el gerente hablaba con el sacerdote, la princesa Diana había llegado con vida al hospital aunque con una hemorragia interna severa.

Y nuevamente el teléfono sonó de nuevo: “Padre, lo siento mucho, pero es cierto lo que le dije”, comentó angustiado el responsable del hospital. Y le aseguró que el embajador británico le esperaba y que ya estaba en el hospital implorándole que fuera porque la situación médica era muy grave.

Fue entonces cuando el sacerdote se convenció de que no era mentira, se vistió corriendo y salió hacia el hospital. Según se acercaba vio mucho movimiento y furgonetas con antenas parabólicas. “Esto es real”, afirmó para sí mismo.

A las 3.30 de la mañana el sacerdote llegó  al departamento de cirugía del hospital. El embajador británico presente le pidió que rezara y que tuviera paciencia. Alrededor de las 4.20 fue acompañado por una enfermera al primer piso, donde se encontraban funcionarios de alto rango, entre ellos el ministro del Interior, Jean-Pierre Chevènement y también el embajador británico.

Este último le dijo: "Ahora te llevaremos a la habitación donde está Diana". Le pidieron que rezara y velara por ella hasta que encontrasen un sacerdote anglicano. El sacerdote aceptó y y a las 4.41 ya estaba junto al cuerpo de la princesa ya fallecida. Junto a ella permaneció diez horas. 

“Fue allí donde la vi por primera vez”, recuerda el padre Clochard-Bossuet. “Su cuerpo estaba completamente intacto, sin marcas, manchas ni maquillaje. Completamente natural. Era una mujer muy hermosa y era casi como si pudiera hablar con ella”, cuenta.

Precisamente este sacerdote no tenía buena opinión de la princesa: “Todas estas fotos, amantes… en una mujer que es madre de un futuro rey. No se estaba portando bien”. Pero todo eso se disipó cuando se encontró cara a cara con ella.

Solo frente a Lady Di, el sacerdote pensaba en sus hijos, los dos jóvenes príncipes, que aún no sabían qué habría pasado. Mientras el sacerdote católico la velaba el ministro Chevènement desde el hospital anunciaba al mundo la muerte de la princesa. El padre Clochard-Bossuet a su vez desde la intimidad de la habitación en la que se encontraba junto a ella encomendaba su alma a Dios.

El agradecimiento de la madre de Diana.

"Para el padre Yves, con mi agradecimiento para siempre, por orar junto a mi amada Diana", fue la felicitación de Navidad que tiempo después envió Frances Shand Kydd, madre de Diana y conversa al catolicismo, a este sacerdote. Unas cartas y documentos que se van ahora haciendo públicos.

Una relación epistolar que se acabaría convirtiendo en amistad entre la madre de la princesa y el sacerdote católico que la acompañó durante diez horas una vez fallecida.

El padre Yves, que quedó tan impresionado con la reacción mediática que envolvió al caso, pidió permiso para pasar unas semanas de oración en Medjugorje. Pero antes decidió escribir a la madre de la princesa. Tengo un primo inglés y fue él quien me dijo que la madre de Diana era una católica convertida con una fe fuerte. Me sugirió que le escribiera”, recuerda al Mail

De este modo, cuenta: “Escribí una carta muy formal dándole todos los detalles [del día de la muerte de Diana]. Quería decirle a su madre que las enfermeras que la habían cuidado habían hecho las cosas muy bien. No había nada de qué quejarse [incluso si] era una habitación de hospital y no en el Palacio de Buckingham. Y le dije que había rezado y que me había quedado hasta la llegada del príncipe Carlos”.

El religioso no esperaba una respuesta asumiendo que sería una de las muchas misivas que habría recibido: “Pero solo unos días después recibí una conmovedora carta de ella. Me dio las gracias porque fui el primero que le dio directamente información”.  Nadie más se había comunicado con ella. Ni la dirección del hospital, ni los médicos, ni el Palacio de Buckingham. También se alegró de que fuera un sacerdote católico el que estuviera allí.

Una misa privada en el hospital

Shand Kydd le preguntó al sacerdote si celebraría una misa privada en el hospital donde murió Diana, y le pidió que lo mantuviera en secreto. “Era difícil tener una misa en privado sin que nadie se enterara, pero de todos modos lo logré porque solo se invitó a personas que estaban en la misma situación que ella, que habían perdido hijos en accidentes... cinco o seis hogares que habían pasado por cosas difíciles '.

La madre de Diana llegó a París tres semanas después de la muerte de su hija. “La recogí en el aeropuerto Charles de Gaulle en mi pequeño Peugeot 206. La reconocí de inmediato. Se parecía mucho a su hija. Era muy alta, muy rubia y me vio acercarme a ella. Llevaba un impermeable (para ocultar su alzacuellos) porque temía que los reporteros nos vieran. Se me acercó y me abrió el abrigo para ver mi cuello y confirmar que yo era el sacerdote. Con ella, de esa manera, el hielo se rompió rápidamente”, añade.

La misa “secreta” tuvo lugar al día siguiente. Y desde ese momento, se forjó una amistad en la que unas dos veces al año se veían y charlaban profundamente. 

Javier Lozano / ReL

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