El Vaticano difundió el Mensaje del Papa Francisco para la primera Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores que se llevará a cabo el próximo 25 de julio con el tema “Yo estoy contigo todos los días”.
En el texto, el Santo Padre alienta a las personas ancianas a proclamar
el Evangelio a las jóvenes generaciones “no importa
la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo o tienes una
familia, si te convertiste en abuela o abuelo de joven o de mayor, si sigues
siendo independiente o necesitas ayuda, porque no hay edad en la que puedas
retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de transmitir las
tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y, sobre todo, salir de
uno mismo para emprender algo nuevo”, dijo.
A continuación, el texto completo del Mensaje del
Papa Francisco para la primera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores:
“YO ESTOY CONTIGO TODOS LOS DÍAS”.
Queridos abuelos, queridas abuelas:
“Yo estoy contigo todos los días” (cf. Mt 28,20) es la promesa que el Señor hizo a sus discípulos
antes de subir al cielo y que hoy te repite también a ti, querido abuelo y
querida abuela. A ti. “Yo estoy contigo todos los
días” son también las palabras que como Obispo de Roma y como anciano
igual que tú me gustaría dirigirte con motivo de esta primera Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores.
Toda la Iglesia está junto a ti —digamos mejor, está junto a nosotros—, ¡se preocupa por ti, te quiere y no quiere dejarte solo!
Soy muy consciente de que este mensaje te llega en un momento difícil: la pandemia ha sido una tormenta inesperada y violenta,
una dura prueba que ha golpeado la vida de todos, pero que a nosotros mayores
nos ha reservado un trato especial, un trato más duro. Muchos de
nosotros se han enfermado, y tantos se han ido o han visto apagarse la vida de
sus cónyuges o de sus seres queridos. Muchos, aislados, han sufrido la soledad
durante largo tiempo.
El Señor conoce cada uno de nuestros sufrimientos de este tiempo. Está
al lado de los que tienen la dolorosa experiencia de ser dejados a un lado.
Nuestra soledad —agravada por la pandemia— no le es indiferente. Una tradición
narra que también san Joaquín, el abuelo de Jesús, fue apartado de su
comunidad porque no tenía hijos. Su vida —como la de su esposa Ana— fue
considerada inútil. Pero el Señor le envió un ángel para consolarlo.
Mientras él, entristecido, permanecía fuera de las puertas de la ciudad, se
le apareció un enviado del Señor que le dijo: “¡Joaquín,
Joaquín! El Señor ha escuchado tu oración insistente”.[1] Giotto, en
uno de sus famosos frescos,[2] parece ambientar la escena en la noche, en una
de esas muchas noches de insomnio, llenas de recuerdos, preocupaciones y deseos
a las que muchos de nosotros estamos acostumbrados.
Pero incluso cuando todo parece oscuro, como en estos meses de pandemia,
el Señor sigue enviando ángeles para
consolar nuestra soledad y repetirnos: “Yo estoy
contigo todos los días”. Esto te lo dice a ti, me lo dice a mí, a
todos. Este es el sentido de esta Jornada que he querido celebrar por primera
vez precisamente este año, después de un largo aislamiento y una reanudación
todavía lenta de la vida social. ¡Que cada abuelo,
cada anciano, cada abuela, cada persona mayor —sobre todo los que están más
solos— reciba la visita de un ángel!
A veces tendrán el rostro de nuestros nietos, otras veces el rostro de
familiares, de amigos de toda la vida o de personas que hemos conocido durante
este momento difícil. En este tiempo hemos aprendido a comprender lo
importante que son los abrazos y las visitas para cada uno de nosotros, ¡y cómo me entristece que en algunos lugares esto
todavía no sea posible!
Sin embargo, el Señor también nos envía sus mensajeros a través de
la Palabra de Dios, que nunca deja que falte en nuestras vidas. Leamos una
página del Evangelio cada día, recemos con los Salmos, leamos los Profetas.
Nos conmoverá la fidelidad del Señor. La Escritura también nos ayudará a
comprender lo que el Señor nos pide hoy para nuestra vida. Porque envía
obreros a su viña a todas las horas del día (cf. Mt 20,1-16), y en
cada etapa de la vida. Yo mismo puedo testimoniar que recibí la llamada a ser
Obispo de Roma cuando había llegado, por así decirlo, a la edad de la
jubilación, y ya me imaginaba que no podría hacer mucho más. El Señor está
siempre cerca de nosotros — siempre— con nuevas invitaciones, con nuevas
palabras, con su consuelo, pero siempre está cerca de nosotros. Ustedes saben
que el Señor es eterno y que nunca se jubila. Nunca.
En el Evangelio de Mateo, Jesús dice a los Apóstoles: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (28,19-20).
Estas palabras se dirigen también hoy a nosotros y nos ayudan a comprender
mejor que nuestra vocación es la de custodiar las raíces, transmitir la fe a
los jóvenes y cuidar a los pequeños. Escuchen bien: ¿cuál
es nuestra vocación hoy, a nuestra edad? Custodiar las raíces, transmitir
la fe a los jóvenes y cuidar de los pequeños. No lo olviden.
No importa la edad que tengas, si sigues trabajando o no, si estás solo
o tienes una familia, si te convertiste en abuela o abuelo de joven o de mayor,
si sigues siendo independiente o necesitas ayuda, porque no hay edad en la que
puedas retirarte de la tarea de anunciar el Evangelio, de la tarea de
transmitir las tradiciones a los nietos. Es necesario ponerse en marcha y,
sobre todo, salir de uno mismo para emprender algo nuevo.
Hay, por tanto, una vocación renovada también para ti en un momento
crucial de la historia. Te preguntarás: pero
¿cómo es posible? Mis energías se están agotando y no creo que pueda
hacer mucho más. ¿Cómo puedo empezar a
comportarme de forma diferente cuando la costumbre se ha convertido en la norma
de mi existencia? ¿Cómo puedo dedicarme a los más pobres cuando tengo ya
muchas preocupaciones por mi familia? ¿Cómo puedo ampliar la mirada si ni
siquiera se me permite salir de la residencia donde vivo? ¿No ya es mi soledad
una carga demasiado pesada? Cuántos de ustedes se hacen esta pregunta:
mi soledad, ¿no es una piedra demasiado pesada? El
mismo Jesús escuchó una pregunta de este tipo a Nicodemo, que le preguntó: «¿Cómo puede un hombre volver a nacer cuando ya es
viejo?» (Jn 3,4). Esto puede ocurrir, responde el Señor,
abriendo el propio corazón a la obra del Espíritu Santo, que sopla donde
quiere. El Espíritu Santo, con esa libertad que tiene, va a todas partes y
hace lo que quiere.
Como he repetido en varias ocasiones, de la crisis en la que se
encuentra el mundo no saldremos iguales, saldremos mejores o peores. Y «ojalá no se trate de otro episodio severo de la
historia del que no hayamos sido capaces de aprender —¡nosotros somos duros de
mollera! — Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de
respiradores [...]. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto
hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos
y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca» (Carta
enc. Fratelli tutti, 35). Nadie se salva solo. Estamos en deuda unos con
otros. Todos hermanos.
En esta perspectiva, quiero decirte que eres necesario para construir,
en fraternidad y amistad social, el mundo de mañana: el
mundo en el que viviremos —nosotros, y nuestros hijos y nietos— cuando la
tormenta se haya calmado. Todos «somos parte
activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas» (ibíd.,
77). Entre los diversos pilares que deberán sostener esta nueva construcción
hay tres que tú, mejor que otros, puedes ayudar a colocar. Tres pilares: los sueños, la memoria y la oración.
La cercanía del Señor dará la fuerza para emprender un nuevo camino
incluso a los más frágiles de entre nosotros, por los caminos de los sueños,
de la memoria y de la oración.
El profeta Joel pronunció en una ocasión esta promesa: «Sus ancianos tendrán sueños, y sus jóvenes,
visiones» (3,1). El futuro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes
y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes,
pueden tomar los sueños de los mayores y llevarlos adelante? Pero para
ello es necesario seguir soñando: en nuestros
sueños de justicia, de paz y de solidaridad está la posibilidad de que
nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, y juntos podamos construir el futuro.
Es necesario que tú también des testimonio de que es posible salir renovado
de una experiencia difícil. Y estoy seguro de que no será la única, porque
habrás tenido muchas en tu vida, y has conseguido salir de ellas. Aprende
también de aquella experiencia para salir ahora de esta.
Los sueños, por eso, están entrelazados con la memoria. Pienso
en lo importante que es el doloroso recuerdo de la guerra y en lo mucho que las
nuevas generaciones pueden aprender de él sobre el valor de la paz. Y eres tú
quien lo transmite, al haber vivido el dolor de las guerras. Recordar es una
verdadera misión para toda persona mayor: la
memoria, y llevar la memoria a los demás. Edith Bruck, que sobrevivió
a la tragedia de la Shoah, dijo que «incluso
iluminar una sola conciencia vale el esfuerzo y el dolor de mantener vivo el
recuerdo de lo que ha sido —y continúa—. Para mí, la memoria es vivir».[3]
También pienso en mis abuelos y en los que entre ustedes tuvieron que emigrar
y saben lo duro que es dejar el hogar, como hacen todavía hoy tantos en busca
de un futuro. Algunos de ellos, tal vez, los tenemos a nuestro lado y nos
cuidan. Esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más
acogedor. Pero sin la memoria no se puede construir; sin cimientos nunca
construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria.
Por último, la oración. Como dijo una vez mi predecesor, el Papa
Benedicto, santo anciano que continúa rezando y trabajando por la Iglesia: «La oración de los ancianos puede proteger al mundo,
ayudándole tal vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos».[4]
Esto lo dijo casi al final de su pontificado en 2012. Es hermoso. Tu oración
es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la
Iglesia y el mundo no pueden privarse (cf. Exhort. apost. Evangelii
gaudium, 262). Sobre todo en este momento difícil para la humanidad,
mientras atravesamos, todos en la misma barca, el mar tormentoso de la pandemia,
tu intercesión por el mundo y por la Iglesia no es en vano, sino que indica a
todos la serena confianza de un lugar de llegada.
Querida abuela, querido abuelo, al concluir este mensaje quisiera
señalarte también el ejemplo del beato —y próximamente santo— Carlos de
Foucauld. Vivió como ermitaño en Argelia y en ese contexto periférico dio
testimonio de «sus deseos de sentir a cualquier ser
humano como un hermano» (Carta enc. Fratelli tutti, 287). Su
historia muestra cómo es posible, incluso en la soledad del propio desierto,
interceder por los pobres del mundo entero y convertirse verdaderamente en un
hermano y una hermana universal.
Pido al Señor que, gracias también a su ejemplo, cada uno de nosotros
ensanche su corazón y lo haga sensible a los sufrimientos de los más
pequeños, y capaz de interceder por ellos. Que cada uno de nosotros aprenda a
repetir a todos, y especialmente a los más jóvenes, esas palabras de consuelo
que hoy hemos oído dirigidas a nosotros: “Yo estoy
contigo todos los días”. Adelante y ánimo. Que el Señor los bendiga.
Roma, San Juan de Letrán, 31 de mayo, fiesta de la
Visitación de la B.V. María FRANCISCO
[1] El episodio se narra en el Protoevangelio de Santiago.
[2] Se trata de la imagen elegida como logotipo de la Jornada Mundial de los
Abuelos y de las Personas Mayores.
[3] Cf. La memoria è vita, la scrittura è
respiro: L’Osservatore Romano (26 enero 2021). [4] Cf. Visita a la
Casa-Familia
Redacción ACI Prensa
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