Si nuestro corazón está lleno de inquietudes por preocupaciones, ¡qué mejor que platicarlo con Dios!
Por: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente:
www.la-oracion.com
La oración no es el efecto
de una actitud exterior, sino que procede del corazón. No se reduce a unas
horas o momentos determinados, sino que está en continua actividad, lo mismo de
día que de noche. No hay que contentarse con orientar a Dios el pensamiento
cuando se dedica exclusivamente a la oración; sino que, aun cuando se encuentre
absorbida por otras preocupaciones (...) hay que sembrarlas de deseo y el
recuerdo de Dios. San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración.
El corazón es, tal vez, la parte del cuerpo a la que más hacemos referencia.
Frases como «sigue los impulsos de tu corazón» o «me has roto el corazón» se
han convertido ya en clichés para describir ciertos aspectos de nuestra
existencia. Y no importa qué diga la razón: si
"el corazón está sano", creemos que todo va viento en popa en nuestra
vida. Incluso llegamos a dar valor moral a acciones que "sentimos" que están bien, sin
importarnos lo objetivamente mal que esté.
Tal vez esta es la razón por la cual muchos, al leer el texto de San Juan
Crisóstomo de arriba, sienten algo de desánimo. En su tristeza, esas personas
pueden argumentar algo así: ¿Cómo puedo orar bien
si la verdadera oración es la que procede del corazón? El mío está lleno
de preocupaciones, debilidades; incluso de pecado. ¡Nunca
podré orar bien!
Permítanme dar un paso atrás y hacer un pequeño experimento. Supongamos que te
llaman de la policía citándote en la comisaría, dado que alguien te ha
denunciado por ciertas acciones penales. ¡Vas a ir
a juicio! Más aún: ¡¡puedes ir a la cárcel!!
¿Cuál es tu primera reacción? O mejor: ¿a
quién llamas para contárselo? Tu esposo o esposa, alguno de tus padres,
hermanos. Tal vez un amigo… Siempre hay alguien ahí en quien confías plenamente
y con el que vas para desahogarte.
Pues bien, la oración puede y debe ser justamente esto. Si nuestro corazón está
lleno de inquietudes por diversas preocupaciones de nuestra vida, ¡qué mejor que platicarlo con Dios! ¿O es que Dios sólo
escucha padresnuestros y avesmarías? ¿Ésa es la única oración que me sé?
Volvamos al ejemplo. Imagínense que llamas a tu amigo de toda la vida para
platicar. Todos tus pensamientos están cargados de la preocupación del posible
juicio. Llegas a la cafetería en donde te están ya esperando… y en vez de
confiarle todo esto, empiezas a hablar del último coche que ha sacado la
Ferrari. ¿No es algo ridículo?
Pues nuestra oración a veces se vuelve así de ridícula: teniendo mil
preocupaciones, forzamos nuestro interior meditando tal vez pasajes del
Evangelio bellísimos… pero que ¡nada tienen que ver
por lo que mi alma está pasando en ese momento! Y así sí que estaría de
acuerdo con la objeción: ¡nunca se podrá orar!
«La oración no es el efecto de una actitud
exterior, sino que procede del corazón», dice San Juan Crisóstomo. Y por
eso, las preocupaciones que lo llenan pueden ser una excelente oportunidad para
crecer en mi oración. Después de todo, ¡quién mejor
que Dios para confiarle nuestras inquietudes, nuestros propósitos! ¿Voy a hacer
un examen en la Universidad? Se lo confió a Dios. ¿Empiezo a salir con una chica muy guapa y que no sé si
puede ser mi futura esposa? Se lo platico a Dios para que nos ilumine a
los dos. ¿Mi hijo está teniendo problemas en la
escuela y no sé qué hacer? Le pido luz a Dios. ¿Voy
a ver un partido de fútbol? Invito a Dios a que venga a disfrutarlo
conmigo...
Todo puede ser oración si a cada etapa de mi vida sé sembrarla, con sencillez y
cariño, de ese «deseo y recuerdo de Dios» de
los que habla San Juan Crisóstomo. Es lograr, a fin de cuentas, que Él sea un
Amigo íntimo: Alguien en quien siempre puedo
confiar, con quien siempre puedo platicar de lo bueno y lo malo. En resumen, el
centro de mi corazón… ¡y perdón por el cliché!
Este artículo se puede reproducir sin fines
comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion
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