Mirad, hoy he leído tres noticias eclesiales que me han dejado desolado. Sencillamente, desolado. No voy a decir de quién se trata, que cada cual piense lo que quiera, aunque (para evitar especulaciones) las tres noticias son de fuera de España.
A los pastores sagrados hay que rodearlos de caridad, de respeto y no criticar.
Ahora bien, cuánto daño se puede hacer cuando uno está situado en un puesto
donde debería brillar la prudencia eximia, la virtud excelente, la luz de la
ortodoxia.
Hay noticias
que requieren que los pastores conforten a las ovejas del rebaño. Hay noticias
en que hay que aconsejar a las ovejas: “Calma,
calma, que nuestros balidos se dirijan a Dios, que no nos convirtamos en lobos
que muerden”.
Pero es que
hay jerarcas cuyas capacidades están tan lejos del mínimo necesario para
ejercer el cargo al que han sido elevados. Y peor todavía si a la falta de
capacidad se une una cierta miseria moral. Porque a alguno le diría: “Si usted cree eso, dígalo claramente. Pero con la
ortodoxia de la fe no se puede jugar al gato y al ratón”.
En materia
de recta doctrina, no se puede dar una de cal y otra de arena. Todo lo que
proviene de la boca de un sucesor de los apóstoles tiene que ser puro en
materia teológica. Y hay hechos que hablan como un sermón y más que un sermón. “Si usted piensa algo, dígalo con claridad. Pero en
teología no cabe la astucia, en la moral no cabe la doblez, en la fe no caben
las medias tintas”.
En la recta
doctrina, hermanos, unos piensan rectamente unas cosas; otros, equivocadamente,
con el mundo, piensan otras. Pero lo que nunca se puede ser es deshonesto.
Monseñor Lefevbre no lo fue. Leonardo Boff no lo fue. Se le puede acusar a uno
de cismático y al otro de hereje. Pero no se les puede acusar de deshonestidad.
Pero un sucesor de los apóstoles jamás puede ser anfibio.
Una palabra
final. Debemos callar y tener caridad. No critiquéis, no juzguéis a las
personas ni en vuestro interior. Pero el juicio de Dios existe. Y su juicio
inapelable es duro cuando tiene que ser duro. Lo dejamos todo a la divina
sentencia y ni siquiera le deseamos al culpable el veredicto de un largo y
triste purgatorio. Pero nuestros deseos no son la sentencia divina y Dios dará
a cada uno según sus obras. Solo el Altísimo conoce los corazones de sus
siervos. Pero una cosa os aseguro: detrás de
algunas sonrisas hay mucha más miseria de lo que parece.
P. FORTEA
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