Cuando cumpliría 60 años, en Reino Unido hacen públicos más datos sobre su muerte.
Diana Spencer, conocida como Lady Di, murió en París el 31 de agosto de 1997
Este próximo 1 de julio Diana Spencer, más conocida como Lady Di o simplemente como
princesa Diana de Gales, hubiera cumplido 60 años, pero un accidente de
coche hace 24 años en París cuando circulaba con su pareja tras su divorcio con
el príncipe Carlos acabó con su vida. La noticia dio la vuelta al mundo durante
meses.
Ahora que se aproxima esta
efeméride la prensa británica ofrece más detalles sobre un suceso que marcó
profundamente a la sociedad. Ella era muy querida por los británicos y a la
postre era la madre del futuro rey de Inglaterra.
El Daily Mail está
publicando estos días los testimonios de personas que estuvieron con Diana en
sus últimos momentos con vida. Y llama la atención que uno de estos personajes
fue un sacerdote católico, que ante la urgencia y la
falta de un capellán anglicano en París tuvo que ser el encargado de acompañar
junto a la camilla del hospital a Lady Di.
Este sacerdote era el padre Yves-Marie Clochard-Bossuet, que actualmente sirve en la
parroquia parisina de Notre-Dame-Des-Foyers.
Mientras que el chófer y Dodi Al
Fayed, pareja de Lady Di, morían en el acto en el Puente de las Almas de París,
el guardaespaldas que les acompañaba y Diana sobrevivieron al impacto. Y rápidamente comenzó una carrera para salvarles la vida.
El sacerdote Yves
Clochard-Bossuet veló a Lady Di hasta que llegó el príncipe Carlos
Fue entonces cuando entró en la
escena este sacerdote católico, que nunca hubiera imaginado que acabaría en
esta historia. Al vivir cerca del hospital Pitié-Salpêtrière de París, el
religioso se había ofrecido tiempo atrás como
capellán de guardia los fines de semana.
Aquella noche su teléfono sonó a
las dos de la madrugada. Descolgó el teléfono y al otro lado de la línea se
encontraba, tal y como recoge Famille Chretienne,
el gerente principal del hospital. El sacerdote no podía sospechar que Lady Di se
encontraba en estado crítico en una ambulancia no muy lejos de allí.
Un sacerdote católico
para una princesa anglicana
“¿Puede darme la
dirección de alguno de sus colegas anglicanos?”, le preguntó apurado al sacerdote
el representante del hospital. El padre Clochard-Bossuet explica: “Le respondí que no tenía un nombre anglicano a mano y
agregué: ‘¿No deberías tener el número de un sacerdote anglicano?’. Pero
me dijeron: ‘No responde’. Y yo dije: ‘Lo siento’. Y colgó.
Apenas tres minutos después su
teléfono volvió a sonar. Era nuevamente el responsable del hospital. "¿Puedes venir en el lugar del sacerdote anglicano?”, le
preguntaron al religioso parisino, que respondió: “Sí,
pero ¿por qué?”. “No puedo decírtelo”, le indicó el responsable del
centro hospitalario.
Entonces, el padre
Clochard-Boussuet le replicó: “Es curioso que no me
lo puedas decir, porque si tengo que ver a una persona a las dos de la mañana
me gustaría saber quién es”. En este punto, el
sacerdote llegó a pensar que su interlocutor estaba borracho, por
lo que le dijo: “Si no puedes decirme el nombre o
la razón siendo las dos de la mañana es que estás bromeando”.
Pero muy serio le contestaron: “Te lo diré. Es la princesa de Gales”. Entonces el sacerdote se
convenció, el gerente estaba bajo los efectos del alcohol. Y colgó el teléfono.
Sin embargo, el padre
Clochard-Bousset no las tenía todas consigo y se sentía inquieto en la cama. En
el mismo momento en el que el gerente hablaba con el sacerdote, la princesa
Diana había llegado con vida al hospital aunque con una hemorragia interna
severa.
Y nuevamente el teléfono sonó de
nuevo: “Padre, lo siento mucho, pero es cierto lo que le
dije”, comentó angustiado el
responsable del hospital. Y le aseguró que el embajador británico le esperaba y
que ya estaba en el hospital implorándole que fuera porque la situación médica
era muy grave.
Fue entonces cuando el sacerdote
se convenció de que no era mentira, se vistió corriendo y salió hacia el
hospital. Según se acercaba vio mucho movimiento y furgonetas con antenas
parabólicas. “Esto es real”, afirmó para sí mismo.
A las 3.30 de la mañana el
sacerdote llegó al departamento de cirugía del hospital. El embajador
británico presente le pidió que rezara y que tuviera paciencia. Alrededor de
las 4.20 fue acompañado por una enfermera al primer piso,
donde se encontraban funcionarios de alto rango, entre ellos el ministro del
Interior, Jean-Pierre Chevènement y
también el embajador británico.
Este último le dijo: "Ahora te llevaremos a la habitación donde está Diana". Le pidieron que rezara y velara por ella hasta
que encontrasen un sacerdote anglicano. El sacerdote aceptó y y a las 4.41 ya
estaba junto al cuerpo de la princesa ya fallecida. Junto a ella permaneció diez
horas.
“Fue allí donde la
vi por primera vez”, recuerda el padre Clochard-Bossuet. “Su
cuerpo estaba completamente intacto, sin marcas, manchas ni maquillaje.
Completamente natural. Era una mujer muy hermosa y era casi como si pudiera
hablar con ella”, cuenta.
Precisamente este sacerdote no
tenía buena opinión de la princesa: “Todas estas
fotos, amantes… en una mujer que es madre de un futuro rey. No
se estaba portando bien”. Pero todo eso se disipó cuando se
encontró cara a cara con ella.
Solo frente a Lady Di, el
sacerdote pensaba en sus hijos, los dos jóvenes príncipes, que aún no sabían
qué habría pasado. Mientras el sacerdote católico
la velaba el ministro Chevènement desde el hospital anunciaba al mundo la
muerte de la princesa.
El padre Clochard-Bossuet a su vez desde la intimidad de la habitación en la
que se encontraba junto a ella encomendaba su alma a Dios.
El agradecimiento de la
madre de Diana.
"Para el padre
Yves, con mi agradecimiento para siempre, por orar junto a mi amada
Diana", fue la felicitación de Navidad que tiempo después envió Frances Shand
Kydd, madre de Diana y conversa al catolicismo, a este sacerdote. Unas cartas y
documentos que se van ahora haciendo públicos.
Una relación
epistolar que se acabaría convirtiendo en amistad entre la madre de la princesa y el sacerdote
católico que la acompañó durante diez horas una vez fallecida.
El padre Yves, que quedó tan
impresionado con la reacción mediática que envolvió al caso, pidió permiso para
pasar unas semanas de oración en Medjugorje. Pero antes decidió escribir a la
madre de la princesa. “Tengo un primo
inglés y fue él quien me dijo que la madre de Diana era una católica convertida
con una fe fuerte. Me sugirió que le escribiera”, recuerda al
Mail
De este modo, cuenta: “Escribí una carta muy formal dándole todos los detalles
[del día de la muerte de Diana]. Quería decirle a su madre que las enfermeras
que la habían cuidado habían hecho las cosas muy bien. No había nada de qué
quejarse [incluso si] era una habitación de hospital y no en el Palacio de
Buckingham. Y le dije que había rezado y que me había quedado hasta la llegada del
príncipe Carlos”.
El religioso no esperaba una
respuesta asumiendo que sería una de las muchas misivas que habría recibido: “Pero solo unos días después recibí una conmovedora carta
de ella. Me dio las gracias porque fui el primero que le dio directamente
información”. Nadie más se había comunicado con ella. Ni la
dirección del hospital, ni los médicos, ni el Palacio de Buckingham. También se alegró de que fuera un sacerdote católico el que estuviera
allí.
Una misa privada en el
hospital
Shand Kydd le
preguntó al sacerdote si celebraría una misa privada en el hospital donde murió Diana, y le pidió que
lo mantuviera en secreto. “Era difícil tener una
misa en privado sin que nadie se enterara, pero de todos modos lo logré porque
solo se invitó a personas que estaban en la misma situación que ella, que
habían perdido hijos en accidentes... cinco o seis hogares que habían pasado
por cosas difíciles '.
La madre de Diana llegó a París tres semanas después de la muerte de su hija. “La recogí en el aeropuerto Charles de Gaulle en mi
pequeño Peugeot 206. La reconocí de inmediato. Se parecía mucho a su hija. Era
muy alta, muy rubia y me vio acercarme a ella. Llevaba un impermeable (para
ocultar su alzacuellos) porque temía que los reporteros nos vieran. Se me
acercó y me abrió el abrigo para ver mi cuello y confirmar que yo era el
sacerdote. Con ella, de esa manera, el hielo se rompió rápidamente”,
añade.
La misa “secreta”
tuvo lugar al día siguiente. Y desde
ese momento, se forjó una amistad en la que unas dos veces al año se veían y
charlaban profundamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario