Ver cada día la felicidad de los abuelos, que midiendo sus fuerzas son capaces de dar toda su sabiduría y ternura a los pequeños que van llegando a este mundo da mucha alegría.
Por: Victòria Cardona, educadora familiar | Fuente:
e-cristinas.net
Ante la importancia que hoy, con la integración
de la mujer en la vida laboral, tienen los abuelos en la educación de los
hijos, reflexionaremos sobre unas actitudes necesarias para sacar adelante esta
realidad que a muchos abuelos nos toca asumir. El desarrollo de este tema es
también el fruto de mi experiencia personal y de la de otros abuelos.
Este verano, leíamos en la prensa una noticia impresionante: unos abuelos
salvaban en un accidente ferroviario a sus dos nietos de 6 y 8 años. Ellos
dieron su vida al proteger con sus cuerpos los de los pequeños. A mí me recordó
aquella frase del Evangelio: "No hay amor más
grande que el de aquél que da su vida por sus amigos", y pensé en
tantos otros abuelos que también la dan minuto a minuto, día a día, para que
los hijos de sus hijos reciban ternura y afecto ante las ausencias necesarias
de los progenitores. Seguramente, los abuelos, que murieron con tanta
generosidad, también habían dedicado mucho de su tiempo a aquellos pequeños.
Aquel gesto no era fruto de un impulso sino del cariño real para con Abdelaziz
y Aceitar, nombre de los supervivientes de este hecho real.
Hoy se habla mucho desde el punto de vista médico del "síndrome
de la abuela esclava". La abuela que sólo procura por los hijos,
que no se atreve a decir que está agotada por el exceso de responsabilidades en
que se encuentra inmersa, y que no se queja porque tiene miedo de no ser útil.
Finalmente, con esta situación acaba enfermando. Es posible que eso suceda
porque las abuelas siguen teniendo el mismo espíritu maternal de cuándo eran
madres (se dice que son dos veces madres) y creen que tienen más conocimientos
que sus hijos. En cambio, debido a la edad, les cuesta más recuperarse del
esfuerzo físico También, en algunas ocasiones, el abuelo puede ser el gran
ausente en esta tarea, ya que, debido a defectos de otras épocas, ha dejado
todo el referente del hogar a su mujer y se inhibe totalmente de ayudar.
A la hora de hablar de ayudas, es mejor utilizar la palabra compartir.
Compartir a los hijos. Compartir a los nietos. Por lo tanto, compartir el trabajo,
compartir las aficiones, compartir los buenos momentos y los no tan buenos,
compartir lo que se tiene y la experiencia. Cuando uno sabe pedir complace al
otro porque puede compartir. Las abuelas han de saber pedir ayuda a tiempo,
antes de que por agotamiento no puedan hacer nada más. Y los hijos jóvenes, que
necesitan de la abuela, tienen que estar más atentos al peligro de quedarse sin
ella. Los hombres tienen que comprender que encontrarán mucha satisfacción
cuidando a sus nietos. Todos los que lo hacen disfrutan de este gran don que es
entregarse, sin prisas, sobre todo si se ha llegado a la jubilación laboral.
Para transmitir serenidad y paz al matrimonio joven, tienen que ser muy
prudentes y no interferir en sus relaciones. La autonomía y la independencia de
los hijos casados tiene que valorarse mucho, así como los objetivos educativos
que tengan para sus hijos tienen que respetarse, ya que la responsabilidad es
de ellos y no de los abuelos. Este hecho no excluye que cuando los nietos estén
en casa de los abuelos tengan que seguir el orden material que sea costumbre en
la casa de los mayores. En este tema, para no tener problemas generacionales,
tiene que mantenerse una buena comunicación entre abuelos e hijos, sabiendo
pasar por alto pequeñas banalidades, distinguiendo lo que es esencial de lo que
es accesorio.
El hábitat natural de la persona es su familia. Por eso, se hace patente que
allí dónde prioritariamente la gente mayor se puede encontrar realizada es con
los suyos. No puede centrarse en ella misma, ni hablar siempre de que las cosas
han cambiado demasiado, sino que tiene que adaptarse con flexibilidad a estos
cambios. Todos hemos visto la afinidad que hay, en muchas ocasiones, entre un
adolescente -la edad de más inseguridad- y sus abuelos. Ver cada día la
felicidad de los abuelos, que midiendo sus fuerzas son capaces de dar toda su
sabiduría y ternura a los pequeños que van llegando a este mundo da mucha
alegría. Para llevar a término todo lo que hemos reflexionado hay que tener una
actitud positiva, para resolver problemas sin susceptibilidades, y una actitud
participativa para saber dar y recibir. No fuera el caso que estuviéramos
paseándonos por casa diciendo: "pobrecita de
mí, cómo sufro y lo poco que me quejo".
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