En menudo lío nos ha metido Jesús con sus leyes.
Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente:
Catholic.net
La venganza anidada en el corazón del hombre,
cuando no se le pone límite, es capaz de acabar con los individuos en conflicto
e incluso con naciones enteras, provocando guerras, hambre, sangre inocente
derramada y enemistades que pueden durar siglos enteros. Por eso, aunque nos
parezca una ley de gente bárbara, en uno de los códigos más antiguos, grabado
en piedra, en el Código de Hammurabi, se intenta legislar para que los hombres
no tengan que pagar más allá de sus propias faltas y nunca de una manera desproporcionada.
Aunque tiene sus diferencias, con ese códice, el Antiguo Testamento habla ya de
la ley del Talión, que se expresa de esta manera: “Cada
quién pagara vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano
por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por
golpe” (Ex 21, 23-25) y que venía ya a ser una norma moral, un avance en
la convivencia no ciertamente fácil entre los hombres, intimando a dejar los
deseos de venganza desmedida, para contentarse con un daño proporcionado al
daño recibido.
Cristo conoció esta ley, reconociendo su legitimidad y su efectividad para su
tiempo, pero entre aquellas frases que nos ha dejado: “han
oído que se dijo… pero yo os digo”, hoy después de habernos hablado de
sus bienaventuranzas, luego de que nos ha pedido convertirnos en sal y en luz
para las gentes que nos rodean, y después de habernos indicado que él no venía
a abolir los dichos de sus antiguos sino que venía a darles plenitud, hasta
hacernos llegar hasta las grandes alturas de la santidad y del heroísmo, Cristo
deja caer sobre nuestros ánimos algo que si no lo vemos como un consejo de
abuelita, tendría que cambiar radicalmente nuestras vidas:
Cristo fue muy preciso y muy claro y muy tajante sobre lo que él quiere de los
que se han convertido en sus seguidores: "Han
oído que se dijo: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo en cambio, les digo:
Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que
los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que
hace salir su sol sobre los buenos y los manos y manda su lluvia sobre los
justos y los injustos".
¡Menudo lío en el que nos mete Jesús! Si no
tuviéramos fe, ¿cómo podríamos amar al que te ha
dejado sin casa y sin familia porque su voracidad ha sido grande y sin medida?
Quién que no tenga fe ¿podría siquiera pensar en
hacer el bien a los que saben que te odian, que te ven como objeto inservible,
para quienes sólo eres útil mientras pueden servirse de ti, pero al que
han tirado cuando ya te han sacado todo el jugo? Y ¿Quién se atrevería a rogar por los que te persiguen y te
ha calumniado hasta dejarte en la lona?
Sin embargo, no nos movamos a engaño. El hecho de Cristo te pida que dejes de
usar la violencia, la venganza y el odio como el móvil de tu vida, eso no
quiere decir que debamos de quedarnos callados y con los brazos cruzados ante
la injusticia y la maldad. Cristo mismo no procedió así. Él nunca se
doblegó ante la injusticia del Imperio romano; a Herodes lo llamó “don nadie”, zorro; a los ricos a les señaló su
gran dificultad para llegar al Reino de los cielos; a los fariseos los
denunció por manipular las conciencias de los pobres y a los sumos sacerdotes
por haber convertido las cosas de Dios en un negocio.
Y si no nos acabamos de reponer de la sorpresa que nos han causado las palabras
de Cristo, todavía podemos sorprendernos un poco más, cuando el profeta
Isaías nos llama a la santidad, porque nos hemos acercado Dios que es tres
veces santo, y todavía más, el mismo Cristo, en el colmo del heroísmo y la
santidad, nos pide escuetamente: “Sean perfectos
como su Padre celestial es perfecto”. Ya tenemos trabajo para
rato, ¿Tú ya comenzaste?
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