Se
dice, y es verdad, que quienes no aprenden de los errores de la historia están
condenados a repetirlos.
Otra
forma de decir lo mismo es decir que quienes ignoran el pasado se condenan a sí
mismos y a los demás a sus locuras y tragedias. Esto debería ser tan obvio que
no habría que decirlo. Si una persona no aprende las lecciones de su pasado y
comete una y otra vez los mismos errores patéticos, malogrando su vida y la
vida de sus amigos, la mayoría le reprocharíamos su ignorancia culpable. Y sin
embargo, el laicismo nunca aprende las lecciones de su pasado y comete una y
otra vez los mismos patéticos y espantosos errores, malogrando la vida de sus
millones de víctimas una generación tras otra. Es tiempo, pues, de señalar al laicismo con el dedo acusador y
reprocharle sin ambages su incorregible y culpable ignorancia.
La referencia de Pearce, en el título del artículo, a las Tropas
Imperiales es un guiño a los aficionados a Star Wars, contra cuyas célebres Stormtroopers luchan los héroes de
la saga de La Guerra de las Galaxias.
El
problema del laicismo (uno de sus problemas, más bien, porque está lleno de
ellos) es que lucha contra su pasado. Anclado
en el orgullo y el prejuicio -lo cual lo asemeja psicológicamente al racismo-,
considera que el pasado y las personas que vivieron en él son intrínsecamente
inferiores. Se cree ilustrado, y se permite por tanto considerar el
pasado como una edad oscura. ¿Por qué aprender de
personas primitivas como nuestros antepasados? ¿Qué tienen que enseñarnos?
Armado
solo con las modas y tendencias de su tiempo, el laicismo desprecia el pasado y
pone su fe en fantasías ideológicas sobre un futuro mítico. Desprecia la fe religiosa y la filosofía
racional, valiosos frutos de la civilización, y critica todas las guerras
de religión. Solo un credo sin raíces, ignorante del pasado, podía creer
seriamente que la religión -y no la ambición secular- está detrás de las
guerras que han asolado continuamente la historia del hombre. Cualquier estudio
de la historia muestra que es el secularismo y no la religión
quien causa las guerras. Incluso las llamadas "guerras de religión" fueron los frutos
cancerosos de la ambición secular, y que los gobernantes ricos y poderosos utilizaron el conflicto religioso como
una excusa o una cortina de humo para encubrir su forma maquiavélica de
manejar el poder.
¿Y qué hay de la propia historia del credo laicista? El rechazo a la religión y la aceptación del
ateísmo, ¿desembocaron en una era de paz? No
precisamente.
El primer
gran alzamiento laicista, la Revolución
Francesa, fue una revuelta anticristiana inspirada por el cientificismo
ciego de la Ilustración y su desprecio a la fe religiosa, y también por el
desdén iconoclasta hacia la civilización occidental inherente a las
elucubraciones proto-hippies de Rousseau. ¿Produjo
esta primera gran Revolución laicista un tiempo de paz? Pues casi que
no... Dio lugar a un Reino del Terror
y al asesinato a sangre fría de personas a un nivel raramente visto en los
desdichados anales de la Historia. En su estela, y como consecuencia directa, Napoleón implantó su dictadura y
condujo a Europa a casi veinte años de guerra sangrienta. La era del laicismo
había desembocado en una era de guerras.
No
queriendo aprender de los errores del pasado, el siglo siguiente se condenó a
repetirlos, con una plétora de frustrados alzamientos socialistas que
culminaron en la Revolución Bolchevique
de 1917. Como su antecesor laicista en Francia, la Revolución Rusa siguió un
idéntico y predecible patrón, y condujo a un Reino del Terror en el que decenas de millones de personas fueron
sacrificadas en el altar del ateísmo.
Imitando
las Revoluciones de Francia y Rusia, el comunismo
chino exigiría decenas de millones de vidas más, cada una de ellas
sacrificada en nombre del “progreso” laicista.
Y esto
nos lleva a los nazis, los
nacional-socialistas, tan anticristianos y laicistas como sus rivales
internacional-socialistas en Rusia. Al igual que los socialistas
franceses y rusos antes que ellos, los nacional-socialistas hundían sus raíces
intelectuales en las filosofías laicistas anticristianas de los siglos XVIII y
XIX, aunque los nazis preferían el anticristianismo de Nietzsche al anticristianismo de Marx. Como otros laicistas, los nazis creían que los grandes
problemas exigían un Gran Gobierno para resolverlos; como otros laicistas, los
nazis impusieron un plan de estudios y forzaron a todos los niños a ser “educados” según las creencias del gobierno; como
otros laicistas, los nazis creían en la eugenesia y en la eutanasia e
impulsaban el aborto (salvo de los miembros de la Raza Suprema); como otros
laicistas, los nazis odiaban el cristianismo, y condenaron a un enorme número
de cristianos a los campos de concentración.
Las
pruebas son bastante claras: el laicismo, en cualquiera de sus versiones, es letal. Y, sin embargo, a pesar del catálogo de horrores
que ha desencadenado sobre la humanidad, la misma y peligrosa marca laicista
está creciendo tanto en Europa como en Estados Unidos. ¿Cuándo
aprenderemos? La inquietante respuesta es que no aprenderemos mientras
no aprendamos a respetar la historia y las lecciones que nos enseña.
Publicado en el National Catholic Register.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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